10. Apestosito

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—Buenos días.

Saludé a Mateo con un susurro al oído, posicionada desde su espalda. Estaba distraído, esperando a que saliera del interior de la torre. No sospechaba que vendría desde afuera.

—¡Qué susto! —gritó, dando un salto, alejándose de mí con un movimiento errático.

Reí, divertida por su reacción.

—Lo siento, te veías tan indefenso que no pude evitar hacerlo.

—Ja, qué graciosa —se quejó—. ¿En dónde estabas? Casi son las nueve, llegaremos tarde.

Sostuve mi codo con una mano, mientras la otra la usaba para acariciar mi barbilla.

—Tuve un asunto importante qué atender, olvidé avisarte, se me pasó por completo. —Lo sostuve por el brazo y lo animé a caminar al interior de la torre—. De todas formas llegaremos tarde, y tú, ¿no tenías unos días de descanso después de esa misión en Colombia?

Mateo puso mala cara.

—No me siento a gusto quedándome solo en mi apartamento, teniendo compasión por mí mismo. No es agradable que tu novia tenga que venir a salvarte cada vez que tienes problemas, tengo orgullo, ¿sabes? Si no hago nada, ¿cómo mejoraré?

Le di un golpecito de cadera mientras llegábamos al ascensor kiniano del edificio.

—No tienes por qué sentirte así. No me molesta ayudarte, ¿de qué serviría tener tanto poder si no puedo usarlo para proteger a las personas que amo?

Mateo se sonrojó.

—Sólo por eso, no me importará llegar tarde. A todo esto, ¿qué estamos haciendo? ¿A dónde vamos?

Las puertas se abrieron para nosotros. Entramos.

—De vuelta a mi apartamento, tengo un pequeño «problemita», que no podía llevar conmigo.

Las puertas del ascensor volvieron a abrirse para dejar a la vista el jardín de mi hogar.

—¿Un «problemita»? —cuestionó Mateo.

No necesité dar una respuesta, porque, cuando arribamos a la sala a través de la entrada principal, encontró la resolución a sus dudas.

—Selene, estoy de vuelta. ¿Cómo está Apestosito?

La chica, que yacía sentada en uno de los sofás de la sala, giró la vista para encontrarse con la mía. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, y levantó a la criatura que tenía en el regazo con sus dos manos, mostrándola cual trofeo.

—¡Está excelente! ¡Durmió bien anoche, y esta mañana le di un poco de leche! ¡Le ha encantado, y le di un baño también. ¡Ya no está apestoso!

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora