28. Madre e hija

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El gran domo de energía que protegía el aeropuerto seguía firme, manteniendo el área segura

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El gran domo de energía que protegía el aeropuerto seguía firme, manteniendo el área segura. Los alrededores parecían más tranquilos, pero no por eso menos peligrosos. Desde lo alto podía ver una multitud de personas, moviéndose igual que hormigas. El ejército había hecho bien su trabajo, el número de supervivientes era notoriamente mayor.

Descendí, despacio, cerca de una de las puertas principales. Al notar mi presencia, escuché exclamaciones de asombro. Cuando toqué tierra, todos se apartaban. Civiles cuyos rostros ennegrecidos por el hollín, denotaban incredulidad. Algunos me apuntaban con el dedo, otros cuchicheaban entre sí. Me daba gusto ver que tantas personas se encontraban a salvo, sin embargo, no sabía qué clase de problemas incontrolables tenía Kori, todo lo veía bien.

Error mío pensar en eso, porque apenas accedí al complejo aeroportuario, el panorama cambió. Al interior, se escuchaban numerosas voces ocupando el espacio auditivo. Era un bullicio, en el que gritos, llantos y exigencias se ponían encima de lo demás. Había soldados empujando civiles, personas que pedían información, respuestas, o buscaban a sus seres queridos.

Nadie notó mi llegada, así que tuve que abrirme paso entre la inmensa cantidad de individuos. Caminé despacio, siguiendo el ruido del desorden. A pesar de que el lugar era enorme, se encontraba tan abarrotado que dificultaba el movimiento. Algunos puntos estaban más poblados que el resto, pero, aun así, el espacio comenzaba a ser problema general.

Una tienda de alimentos, resguardada por el ejército, era el punto de mayor concurrencia y conflicto. Conforme más escuchaba los reclamos, la situación comenzaba a cobrar sentido para mí. Pánico, la gente estaba asustada, y no era para menos. De un momento a otro sus tranquilas vidas habían colapsado, junto con todo el sistema mundial. Las consecuencias eran catastróficas, irreparables, sin embargo, añadir un nuevo problema al escenario no era lo correcto.

—¡Escuchen! —grité, pero nadie me hizo caso—. ¡Eeh! —Lo intenté una vez más, pero sólo aquellas personas que se encontraban junto a mí, voltearon a mirarme con recelo. Por supuesto, mi cabello y vestimenta, dotaban de rareza y singularidad mi presencia.

Nadie me hizo caso, seguían empujándose, gritando, luchando para que los militares se apartaran y les permitieran vandalizar la tienda.

—¡Silencio! —grité, dando un pisotón en el suelo para elevarme hacia lo alto del complejo, desde donde todos pudieran verme.

Mi voz resonó por todo el lugar, igual que antes, cuando requerí ser escuchada. La multitud se asustó, pero todos, sin excepción, alzaron la vista para observarme.

—¡Es ella! ¡Es la que nos ayudó! ¡El Ángel Blanco!

—El Ángel Blanco.

—No puedo creerlo, era verdad, puede flotar en el aire.

— El Ángel Blanco.

—Es una enviada de Dios.

Varios murmullos se extendieron, acallando los gritos y llantos. ¿Ángel Blanco? ¿De verdad? ¿Había pasado de ser un demonio, a ser un ángel?

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora