26.-Anya: No existen las mentiras piadosas

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Me sigo riendo porque sé que Ilya está de mal humor, lo cual es raro en él. Tiene el pelo mojado pero aun así logra parecer un modelo anunciando productos capilares. Mantiene la mandíbula apretada y no quita esa expresión de enfado de su rostro. Caminamos cogidos de la mano y consigue mantenerme a su lado aunque no va prestándome atención.

—Venga ya, Ilya, ¿cuánto rato más vas a estar enfadado?

—Un poco más.

—Solo he salido a hacer café para todos.—Le intento explicar por tercera vez desde que se ha levantado, pero sigue rodeado de esa aura oscura e infantil.

—¿Y no podías ponerte pantalones?

—Tú has salido en ropa interior y no ha pasado nada. —Le recuerdo, pero como no, no es suficiente. Aprieta aún más la mandíbula y temo que se vaya a partir los dientes.

—La diferencia es que a mí nadie me come con los ojos.—No puedo hacer otra cosa salvo suspirar. Me suelto de su mano y me paro enfrente, impidiéndole seguir caminando. Alzo la cabeza para poder tener una buena vista de sus ojos y pongo mi carita de cachorro.

—No sigas enfadado, porfi.

—No se vale.

—Claro que sí.—Sonrío anchamente porque ya está cayendo.

—No va a funcionar.

—Tarde. Ya estás totalmente enamorado.—Le murmuro cerca de la cara.

—Eres una arpía.

—¿Ves? Ahora me halagas.—Levanto ambas manos y las dejo en sus mejillas. Se las aprieto un poco hasta que logro hacer que saque los labios.—Dame un besito.

—Eres mala.

—Te encanta.—Asiente lentamente mientras se encorva para besarme en los labios. El beso es simple, sin rastros de la desbordante pasión que suele abrasarme.

—Marchando esposa, tenemos muchas respuestas que conseguir.—Asiento un par de veces y continuo caminando cogiéndole de la mano. Hay algo extraño en la manera en la que me hace sentir caminar así de juntos. Es una clase de seguridad que no recuerdo sentir antes, ni siquiera cuando mis padres estaban vivos. Cuanto más lo pienso, menos sentido tienen mis recuerdos con la realidad y estoy segura de que Svetlana tiene algo que ver, porque, después de todo, cada vez que algo se jode ella está de por medio. Apenas hay tres kilómetros hasta la casa de Svetlana y a medida que nos vamos acercando a la zona, empiezo a sentir más rabia de la normal, tanto que me veo obligada a apretar los dientes. Ya no sé si la que me traiciona es mi cordura, mis recuerdos o Svetlana.

Camino dejándome llevar por el sentido de la orientación de Ilya, que siempre ha sido mejor que el mío, sin llegar a mirar las calles como tal, solo dejando que mis pies se muevan por donde él me guía. Un parque, varias tiendas de comida, una lavandería, un supermercado con un letrero luminoso y un par de tintorerías. Miro atentamente una tienda de ropa que parece extremadamente cara, lo cual no tiene sentido en este pueblo, ya que dudo que mucha gente venga a comprar. Entrecierro los ojos intentando ver el escaparate desde lejos con el reflejo del sol en la cara, pero no logro ver nada. Muero por entrar con Camile en esa tienda para verla probándose ropa rara. Casi me la puedo imaginar en casa de Sergei, haciendo cosas que no quiero imaginarme.

El primero en recibirnos es Kolia, que abraza a Ilya con fuerza y me mira a mí con una sonrisa nerviosa.

—Anya.

—Kolia, ¿haciendo travesuras?

—No tengo cinco años, lo sabes, ¿no?—Parece haber crecido e incluso su voz ha cambiado un poco por lo que me sorprendo.

Sangre: Lazos Rotos. ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora