Capítulo 22

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 Emily

La oscuridad ocupaba toda la habitación, impidiéndome ver que había a mi alrededor.

Supuse que tras las veces que cambiaban rondas las personas que me vigilaban nos encontrábamos ya en la medianoche.

El dolor en mi rostro, estómago, piernas y brazos no me dejaba relajarme.

Estaba asustada, no por quedarme aquí mucho tiempo, ya que sabía que los chicos vendrían por mí, sino que temía lo que me hicieran en ese tiempo.

Hasta ahora intenté todo, me defendí como pude, peleé hasta no poder más, y aún así no pude quedar ilesa.

En ningún momento lloré, no les daría el lujo de verme en tal deplorable estado solo por unos asquerosos monstruos que les excitaba el sufrimiento de otros.

Mi mente se llenaba de imágenes de mis amigos, el temor venía cada vez que pensaba lo que les podría ocurrir.

Mis manos se encontraban atadas, de igual forma que mis piernas, mi rostro agachado, cubierto por mi rubio cabello sucio por las veces que estiraron de él con sus sucias manos, por las veces que me arrastraron por el piso, por el lugar polvoriento en el que me encontraba, en el cual la respiración se volvía dificultosa gracias a la humedad y el encierro.

La puerta tras de mí se abrió, apenas iluminando el lugar, unos pasos se oyeron comenzando a acelerar mi corazón, no sabía si volverían a golpearme, o algo peor.

La puerta se cerró y ningún sonido se hizo presente.

Mi respiración permanecía pausada, no dejaría que se dieran cuenta de mi temor, aunque mis ojos se encontraran rojos al aguantar las lágrimas al pensar en mis amigos, al pensar lo que sería de mí.

Había cometido un gran error, creí que todo podía cambiar a mejor. Que equivocada estaba.

Uno de ellos tomó mi cabello, alzando mi cabeza, un quejido escapó de mis labios.

- ¿Cómo se encuentra, princesa? - Preguntó burlón, no pude identificarlo ni ver su rostro, no contesté, su agarre en mi cabello se hizo más fuerte.

Apreté los dientes aguantando las ganas de gritar.

Nuevamente pasos de dos personas más se oyeron acercándose, tragué saliva, temblorosa.

-El jefe dijo que no hiciéramos nada- escuché susurrar a uno de ellos. La palabra "jefe" me hizo temblar, erizando completamente mi piel mientras un gran terror me invadía junto al dolor.

-Tu cállate- Contestó el otro.

Podía ser una persona alegre, loca, impulsiva y todo eso, pero la situación no se encontraba de mi lado, para nada.

Sentí como la persona que me sujetaba el cabello se acercaba a mi rostro, una fuerte luz apareció frente a mí, provocando que cerrara mis ojos.

No llegaba a acostumbrarme completamente a esta, tras encontrarme tanto tiempo en la oscuridad.

Con su otra mano tomó mi mandíbula, provocando que quede completamente quieta.

–Que hermosos ojos tienes, señorita- Dijo levantando más mi rostro.

–Me encantaría tenerlos en un estante en mi habitación- Un sonido metálico me alteró, hablaba en serio.

-No te muevas, o te dolerá aún más- Pronunció, sentí su respiración cerca e hice la estupidez más grande que probablemente me arrepentiría.

Le escupí el rostro.

Mis ojos ardían y mi respiración estaba agitada de igual forma que mi pulso, estaba asustada, no dejaría que lo hiciera, no me lo perdonaría.

Te haré sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora