D I E C I O C H O

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La imagen al principio es "Saturno devorando a su hijo" de Francisco de Goya y Pedro Pablo Rubens.



Allie.

La iglesia.

Dios.

Hace mucho que no convivía con alguno de los dos.

Mi familia siempre ha sido muy católica, a un gran nivel. Yo lo era, al mismo nivel, pero me di cuenta de una cosa, las religiones no se rigen por leyes, y mucho menos por mandamientos.

A lo que sé, odiar a alguien, señalarlo o apartarlo no es algo que a Dios le llame la atención. Me tomó mucho tiempo entenderlo.

Todo en lo que creo que resume en simples palabras.

Ama al prójimo.

Eso es todo.

Ama al prójimo. Simples palabras.

"Si amas al prójimo , no le robas, no le mientes, no lo traicionas, no lo odias..."

Me lo cuestioné hace poco, y tiene razón, es por eso que volví a la iglesia hoy después de mucho tiempo.

Mi tía me lo propuso, ella va cada domingo, Caleb dejó de ir, y, desde que murió papá, también yo. Pero pensé que seria buena idea regresar a mis principios por lo menos un día.

Al entrar al gran, gran lugar volví a sentir una gran nostalgia, a papá le encantaba venir, al igual que mamá. Recuerdo todas las veces que fui a una celebración con ellos cuando era niña, como éramos felices, probablemente ellos no, pero yo sí.

La ideología de ésta religión se ha expandido por nuevas fronteras a través de los años:

"No hagas esto".

"No te debe atraer tal persona".

"No puedes usar ésta ropa".

Que tonterías.

Como dije, yo solo creo en el Dios de "ama al prójimo". Esa es una de las razones por las que deje de ir a la iglesia: no me amo, yo soy mi prójimo, mi cuerpo es mi prójimo y mis pensamiento son mi prójimo, y no amo una sola parte de ellos. Que actitud hipócrita sería esa al asistir a un lugar donde lo único que tienes que hacer es amarte y al prójimo.

***

—Ven conmigo.

Oliver se posiciona a mi lado mientras saco mis cuadernos de mi casillero para la siguiente clase.

—Estoy segura que cuentas con las capacidades suficientes para encontrar tu propio salón —le sonrío.

—No hablo de eso —comienza—, después de clase.

Cierro mi casillero con mis ojos en él. Ladeo mi cabeza.

—Vamos, es lunes, necesitas motivación para aguantar la semana entera llena de exámenes.

—¿De qué motivación estamos hablando?

—Helado de oreo —levanta sus cejas y me muestra el hoyuelo en su mejilla.

Entrecierro los ojos y él casi está haciendo cara de cachorro suplicando.

—¿A qué hora estoy de regreso en casa? Tengo que estudiar para mañana.

—A la hora que tu quieras —me dice en seguida.

—Está bien —le paso por un lado dispuesta a irme pero recuerdo algo y me regreso hasta quedar frente a él—. Necesito tu número.

De aquí a SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora