T R E C E

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Allie.

Debo admitir que más allá de alimentar mi curiosidad, Caleb también alimento mi miedo.

¿Algo muy malo? ¿Sobre Dakota?

Vale, los adictos pueden hacer ciertas cosas, pero no tan malas, ¿cierto?

Me pongo a pensar un poco en lo que alguien adicto puede hacer en uno de sus arranques.

Pueden destrozar algo si lo quisieran.

Pueden dejar patas arriba un lugar si algo no les parece.

Pueden romper algo.

Pueden golpearte.

Pueden tomar un cuchillo.

¡Pueden tomar un cuchillo e ir hacia ti!

¡¡O peor!!

Vale, vale, relájate. Llegaste a un extremo.

Simplemente hay algunos que observan una moneda con la esperanza de que se voltee.

Dakota parece mas bien de esas que cuestionan su existencia, mirando al techo y preguntándose si alguna vez dejará esa mierda.

Eso es lo que tu quieres creer.

Es lo que he visto. Las veces que la he visto drogada han sido en el salón de clases, y no hace nada llamativo, solo mira un punto en específico. Claro que no puedo saber que cruza por su mente pero no parecen pensamientos sangrientos, espero.

—¿Allie?

Parpadeo un par de veces regresando a la realidad. Mi tía está frente a mí con una expresión en el rostro, creo que preguntó algo.

—¿Cómo? —no oculto que no ponía atención.

—¿Cómo está la comida?

—Ah... —observo el plato frente a mí. Hay trozos de carne, una pequeña ensalada al lado y unos panecillos— deliciosa, tía, gracias.

Forma una sonrisa y acto seguido deja su tenedor en bruscamente en su plato y se lleva las manos a la cabeza apoyando los codos en la mesa.

—Está horrible, no me lo tienen que decir.

Caleb y yo intercambiamos miradas, él se encoge de hombros y le pone una mano en el hombro.

—Mamá, relájate, está bien.

—Ustedes ya están acostumbrados a comer cuantas mierdas hago —dice—, tu padre y Jacob no.

—¡Mamá!

—Por Dios, usan ese término a diario con sus amigos —se reincorpora—, no finjan sopresa.

Me río por lo bajo.

—¿Y cuál es el problema de no cocinar bien para ellos? Vienen de visita, no ha una degustación gourmet.

—Ya lo sé, pero estoy segura de que Jacob creerá que tu padre se separó de mi porque no sé cocinar.

Caleb y yo reímos un poco.

—Lamento desilusionarte, mamá, pero no creo que fuera una de las razones.

—¡Lo tengo! —doy un pequeño salto cuando mi tía dice eso— Tengo un recetario en uno de los cajones de la oficina —se levanta.

Si, si, por favor.

Caleb la detiene del brazo.

—Mamá, cocinas bien, relájate.

No, no, no.

De aquí a SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora