N U E V E

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Lo hago bien, creo.

Más o menos.

En realidad no.

No he comido nada de la bandeja, tan solo me dedico a observar lo que esta aquí pensando en lo que pasará después. La culpa, el odio... el mismo sentimiento una y otra vez.

—¿Irás a la fiesta de mañana? —pregunta Craige a mi lado ignorando lo que su amigo le dice.

La clase anterior a la hora del almuerzo la compartí con Craige, por lo que hemos estado juntos desde ese ahí. Resulta que su grupo de amigos es mejor que estar sola en la esquina de la cafetería junto a los contenedores de basura.

—¿Por qué todos preguntan eso? Es raro.

—Lo siento —baja su mirada con una sonrisa—, solo me dio curiosidad.

—La curiosidad mató al gato —sonrío al ver su expresión, es guapo.

—Bueno —se acomoda—, no parece que me vayas a matar.

—Oh, si quiero lo puedo hacer —ladeo la cabeza—, solo me falta perder el temor a la sangre —pienso un poco antes de seguir—, o no desmayarme con ella.

Es irónico eso, ver mi sangre no me afecta tanto, pero si llego a ver una mínima herida en otra persona, es por seguro que terminaré en el piso.

—Estás llena de sorpresas —dice.

—Allie, contesta esto —uno de los amigos de Craige llama mi atención del otro lado de la mesa—, ¿te acostarías con alguien si te pagaran?

—Cállate, Ray —le reprende el rubio a mi lado.

—Que puto asco —dice una voz a mi derecha.

Giro para encontrarme con Dakota, quien termina de acomodarse a mi lado dándome una barra nutritiva al ver mi bandeja intacta.

—Gracias —logro decir por lo bajo.

—¡Vamos! —vuelve a decir el tipo— Dejen que conteste Allie.

—Lo único que haré por dinero será trabajar, creo —nunca he tenido un trabajo, aunque no debe ser tan difícil.

—Ya lo dijo, deja de insistir, nerd —dice Dakota de mala gana.

—¿Estás bien? —le pregunto dejando a Craige y sus amigos en sus conversaciones.

—Si, es solo... —se toma la cara—... nada, no es nada.

—Bien, pues yo digo que estás abrumada.

—Abrumada —repite divertida—, claro —ríe.

—Yo creo que deberías distraerte un poco, ya sabes —me encojo de hombros—, salir tal vez.

—Salgo cada día, créeme.

—¿Sola?

—No siempre —dice después de un momento.

Asiento y abro la envoltura de la barra.

—¿Irás a la estúpida fiesta? —suelta de repente.

Pongo los ojos en blanco y la miro.

—Explícame qué tiene de genial la maldita fiesta esa.

—Nada.

—¿Nada? —levanto las cejas.

—Nada.

—Genial, razón número mil uno para quedarme en casa —sonrío.

—En verdad quiero saber las mil anteriores.

De aquí a SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora