T R E S

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Me sentía pesada.

Me sentía mierda.

Y próximamente, en unos quince o veinte minutos, probablemente el bicho raro del instituto.

Me veía una y otra vez frente al espejo observando todos y cada uno de mis defectos. Mis rodillas, mis brazos, mis piernas, mi inexistente cintura...

Aliso los 10 kilos de uniforme, me acomodo mi cabello castaño detrás de mis orejas y me cuelgo la mochila antes de bajar al primer piso donde Caleb ya me esperaba.

Habíamos llegado a un acuerdo. Cuando el pudiera llevarme, lo hará, y otros días en los que tiene práctica de americano con el equipo, yo iré andando. Tengo que poner atención al camino si no me quiero perder cuando vaya sola al instituto.

Nos despedimos de mi tía en la puerta tomando cada quien su rumbo. Ella se sube a su coche para ir al hospital y nosotros al de Caleb yendo al infierno de niños ricos y mimados en la avenida 13 .

Desde que me desperté, el dolor de estómago no ha parado un jodido minuto. La mayoría de veces que estoy frente a muchas personas me pasa, y en verdad es odioso. Mi pierna y mano derecha comienzan a titiritar y no sé por qué, pero lo único que pienso es tratar de esconderlas de Caleb, y cuando menos lo pienso me doy cuenta que ya hemos pasado muchas calles, y será imposible saber cuáles eran para memorizarlas.

El resto del camino solo me dedico a observar por la ventana los bonitos árboles que hay en las aceras de la calle. Siempre quise tener un árbol en mi casa, uno al cual subir por sus ramas hasta quedar en la copa a observar el crepúsculo antes que la mayoría de las personas, sólo para despedir y darle la bienvenida a la noche.

Llegamos a la calle del Instituto, y el dolor que tenía en mi estómago crece cada vez más al ver a todas las personas que están ahí. Estoy consiente de que soy invisible para muchas personas, pero no puedo evitar sentir que en cuanto ponga un pie bajo la camioneta, todos se enfocarán en mi y me verán en vulnerabilidad.

—Allie.

Caleb llama mi atención. Ya estamos ubicados en un lugar del estacionamiento y el ya está abajo. Creo que ya llevaba unas cuantas veces diciendo mi nombre.

—Si, lo siento —abro la puerta y me bajo temblorosa.

—Te decía que tendrás que pasar por tus horarios a la oficina de dirección —se pone a mi lado y comenzamos a caminar hacia la entrada.

Es extraño y un tanto descabellado, pero por largos segundos puedo sentir la mirada de todo el mundo, todos con palabras de odio y rechazo hacia mi y hacia mi cuerpo. Todos me juzgan y me siento tan pequeña en ese momento.

—Bien —entramos al edificio—, ¿sabes dónde está?

—Te llevo.

Comenzamos a caminar por los pasillos hasta que llegamos a una pequeña sala de estar. Hay un escritorio alto que se asemeja a una barra —gran forma de comparación, lo sé— y detrás de él está la señorita que nos atendió a mi tía y a mi ayer.

—Tengo que ir a clase —me dice Caleb cuando el timbre que indican las clases suena—, pero te veo en un rato.

—Claro, anda, sólo me dan mi horario y voy a clase yo también —le sonrío.

—De acuerdo —me da un beso en el costado de mi cabeza y se va.

Me acerco a la señorita cuando es mi turno de que me atienda.

—Hola —no recuerdo su nombre, espero que no lo note.

—Hola —me sonríe y se pone a buscar en unos documentos que tiene en una esquina—. Vienes por tus horarios, ¿cierto?

De aquí a SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora