D I E C I N U E V E

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Allie.


—¡Respira! —me dice Dakota después de que su risa haya parado.

Yo por otro lado no puedo contenerme de explotar en una carcajada que me quedo sin aire unos segundos.

—Ya, ya, ya terminé —digo limpiándome una lágrima que salió por mi ojo.

—Dijiste eso las últimas veces...

Vuelvo a recordar lo que me ha dicho Dakota hace un momento y mi estómago comienza a doler cuando vuelvo a reír escandalosamente. Dejo caer mi espalda en la cama y trato de tranquilizarme observándola; trata de contenerse de reír igual que yo, pero se le nota a lenguas que es difícil.

—Ríe conmigo —me reincorporo—, me siento tonta.

—La que se debería sentir así soy yo —me toma de las manos y me ayuda a levantarme—, los primeros besos son de lo peor.

Los últimos días, Dakota ha estado viniendo a casa después de clase. Me gusta mucho su compañía. Susy no me ha escrito, y no es quiera reemplazarla, pero va siendo hora de que tenga más de una sola amiga.

—El tuyo fue épico —respiro lentamente para que mi estómago no vuelva a doler—, tienes una historia que contarles a tus nietos.

—Espero nunca tenerlos, y si por obras del destino llegaran, eso no sería precisamente algo que me gustaría contarles —estira sus piernas.

Resulta que su primer beso no fue lo que se podría llamar mágico. Ella solo puso sus labios, pero el tipo creyó que pasaría algo más y abrió la boca dejando a Dakota paralizada. Gran anécdota.

—¿Te puedo preguntar algo? —suelto de repente.

—Siempre lo haces.

—¿Cómo estás... con lo de la abstinencia?

Se estira en su lugar y se pasa las manos por la cara.

—Podría ir mejor.

—¿Necesitas algo?

—Estoy bien, necesito mucha agua al día y vomito más de lo que me gustaría, pero lo sobrellevo.

—Sabes que cuando tengas ansia por hacerlo puedes llamarme, ¿cierto?

Pone sus ojos en blanco y me sonríe.

—Relájate, estoy bien.

—¿Lo harás? —insisto.

—Que si, no seas intensa.

Mi cara se torna seria en ese momento.

—¿Que no sea intensa? —inquiero con un nudo en la garganta— Yo solo quiero ayudar, ¿piensas eso?

—No, no, no, lo lamento, no quería decir eso —me toma de los hombros y me abraza.

—Como sea —me separo.

—No es como sea, perdón, soy una perra.

Echo una risa y ella hace lo mismo.

—En ocasiones.

Su celular comienza a vibrar y ella lo toma girando sus ojos y llevándoselo a la oreja.

—¿Si? —contesta de mala gana y todo queda en silencio unos momentos— Si, abuela, iré para allá —parecen hablar en la otra línea—. Si, llevaré tus doritos. Adiós.

Cruzo mis piernas cuando ella se levanta de la cama.

—Me tengo que ir o mi abuela me matará por perderme el capítulo de su novela turca.

De aquí a SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora