Capítulo 14: Conociéndonos.

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Sam.


No sabía por qué había aceptado venir..., o quizás sí lo sabía muy en el fondo.

Muy en el fondo.

Lo sabía.

Pero algo dentro de mí quiso aceptar venir cuando Justin me dijo que aún era temprano para mí, pues apenas eran las cinco de la tarde. Creo..., que aún había tiempo para que estuviésemos juntos, y por extraño que fuese... me gustaba estar con Justin.

¡Porque me gustaba tener un amigo!

«Sí, sí, sí.»

«Porque yo no puedo ser... homosexual.»

«No puedo ser un pecador.»

«No puedo ser un pecador.»

«No quiero ser un pecador.»

«No quiero ir al infierno.»

- ¿En qué tanto piensas, monjita?- de pronto escuché la suave y dominante voz de Justin y me dí cuenta de que me había quedado perdido en mis pensamientos mirando directo hacia mis manos desde que entramos a su habitación, y yo me quedé sentado muy erguido a los pies de su cama, esperando a que él fuese a la cocina por unos bocadillos.

Su habitación era completamente diferente a la mía, y me parecía mucho más reconfortante, pues Dios no estaba en las paredes..., y olía mucho a Justin aquí.

Y creo que me había dicho que tal parecía que no había nadie en casa, pues enseguida que entramos Justin avisó en un fuerte grito que había llegado y nadie le respondió. Me dijo que seguramente su abuela May debía de andar en el supermercado comprando viveres, y que su madre se encontraba trabajando.

Después subimos a su dormitorio por las escaleras mientras que yo observaba toda su casa, y me daba cuenta de lo diferente que se veía a la mía. Era más moderna, mientras que la mía parecía antigua. Las paredes tenían colores alegres, y la casa daba un ambiente acogedor..., y en ninguna esquina habían crucifijos, o retratos de Jesucristo. Solo habían fotografías normales, de los abuelos de Justin con su madre, pues las fotos eran muy viajes ya que la madre del pelinegro se veía como una adolescente como nosotros.

Por eso me sentí muy cómodo cuando entramos a su casa, porque no sentí la presencia de la religión allí dentro..., pero no podía dejar de sentir que estaba pecando cada vez que pasaba un minuto y yo seguía estando con Justin Wilson.

Disfrutando de estar con él.

- N-No es nada, estoy bien- le respondí, torpemente. Meneando la cabeza, y mirándolo a la cara con una leve sonrisa para que no se preocupase por mí, pues durante todo el día en el que estuvimos juntos estuvo preguntándome sobre cómo estaba, y algunas veces me hacía sentir un poco avergonzado cuando cargaba nuestros bolsos y me ayudaba a caminar... y hasta creo que me gustaba mucho eso.

- ¿En serio lo estás?- acuñó, elevando una ceja y caminando hacia mí con una bandeja con dos vasos de frío jugo de naranja y dos bolsas de papas fritas-. Porque te he notado muy pensativo desde que llegamos a mi casa- dijo, inspeccionándome con sus intimidantes ojos cafés, y haciéndome sonrojar un poco-. ¿No me digas que sigues pensando en tu mamá, Sam?- cuestionó, extendiéndome un vaso y una bolsita de papitas, que yo tomé después de darle las gracias, tímidamente.

- No... No... No lo hago- titubeé, y me mordí la lengua enseguida que supe que no estaba siendo del todo sincero, y que no debía de decir mentiras, pues era pecado..., y yo no quería irme al infierno como madre siempre me decía que me pasaría sí decía mentiras-. S-Sí- acepté, nerviosamente. Y volví a bajar la mirada, observando como los cubos de hielo flotaban dentro del jugo-. No lo sé... Yo solo... Solo... No puedo creer que le esté desobedeciendo a madre.

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora