Capítulo 15: Baño de sangre.

751 97 43
                                    

Sam.

Martes, 11 de Septiembre de 2012.


- Señor ten piedad. Señor ten piedad. Señor ten piedad- repetí una y otra vez de rodillas ante el Jesucristo crucificado junto a mi cama, clavado en la pared-. Ten misericordia, Dios mío, por favor. Lavame de mis pecados, y quitame estos extraños sentimientos por Justin Wilson, por favor, señor- rogué con ojos humedecidos, y las manos entrelazadas en tono de sumisión y suplica, como a Dios le gustaba que le rogásemos.

Sentía un nudo en la garganta, y la presión del pecado en el pecho. Dios mío, por favor, ten misericordia sobre tu hijo, y no me dejes caer en los brazos del pecado. ¡Oh Dios! ¡Por favor, te lo imploro misericordiosamente como tu hijo, postrado ante ti como tanto te gusta! ¡Elimina esos extraños sentimientos que tengo por Justin!

- Señor ten piedad, señor ten piedad, señor ten piedad- continué, soltando un sollozo-. Te lo imploro, no me dejes ser un pecador. ¡Oh Dios Santo! ¡Misericordia! ¡Por favor, ten misericordia de mí!

Rompí a llorar, y boqueé para tratar de controlar mi respiración agitada. Yo no podía ser eso. No podía cometer ese pecado.

No podía gustarme un hombre.

No podía ser homosexual.

Entonces, escuché que a mis espaldas abrían la puerta de mi dormitorio, y supuse que era madre. Por eso me sorbí los mocos de la nariz, y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano rápidamente. Porque no quería que madre me hiciera preguntas del por qué lloraba.

De pronto, escuché sus duros pasos, se aproximó hacia mí con esa severidad que hasta su caminar tenía. Madre se paró a mi lado, y me acarició dulcemente el pelo con su mano. Y cuando levanté la cabeza me encontré con su dulce mirada maternal.

- ¿Rezabas como siempre te digo?- me habló con dulzura, y me tomó de las muñecas para ayudarme a levantarme del suelo.

- Sí, madre- respondí en voz baja, sumisamente. Y me sostuve de sus brazos para no caerme.

- Bueno chico. Eres un buen corderito de Dios- dijo, y se acercó a mi cara para depositar un beso en mi mejilla-. Te amo tanto, mi niñito.

- Y yo también te amo, mami.

Entonces, luego de hablar rápidamente con madre, y de que me explicaría abajo en el desayuno el por qué de su ausencia anoche. Me dirigí al baño del pasillo para tomar una ducha rápida y arreglarme cuanto antes, ya que madre dijo que no tardase porque teníamos visitas, y yo solo pensé: «Estoy seguro de que es el padre Richard.»

Salí de mi habitación cuando ya había terminado de hacer todas mis necesidades y de arreglarme. Y con la ayuda de mi bastón bajé las escaleras y me dirigí hacia el comedor de la casa, donde me sorprendí al encontrarme no unicamente con el padre Richard, si no a otras tres personas más a parte de madre y él.

¿Quiénes eran? No los conocía.

- Hijo mío, siéntate ya- me habló el reverendo Richard con una sonrisa, aunque sus palabras habían sonado más bien como una orden que otra cosa, y su mirada era tan aterradora como la de madre.

No dije nada, y solo asentí obedientemente como él quería y me senté junto al asiento vacío al lado de madre, quien se encontraba sentada frente al reverendo Richard.

Me encogí todo lo que pude en la silla, para pasar desapercibido en la mesa, pero era imposible, yo era el centro de atención. Me incomodó, y bajé la mirada nervioso a mi plato de comida. Pero entonces, sentí un fuerte y silencioso puntapiés que me había pegado el reverendo debajo de la mesa para que levantase la mirada. Ahogué un quejido, y sentí un doloroso pinchazo en la rodilla, pero contuve una mueca.

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora