Capítulo 19: Purificación de cuerpos.

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Alice.

Martes, 30 de Octubre de 2012.


Constantemente debemos estar glorificando y aclamando a Dios nuestro señor, digno de todo honor y toda gloria. Con todo nuestro ser en unidad con la iglesia, imitando a cristo por toda la eternidad. Nuestro Dios es el único Dios, y si no te postras a sus pies, entonces eres bastardo un pecador.

Hacía una esplendida y regocijante tarde, y el sol ocultándose entre las montañas me hizo recordar a las veces en que mi niñito Sam y yo íbamos acampar al bosque con el perro Roy y nuestro padre Richard. Esos bonitos recuerdos me regocijaban de alegría. ¡Oh, qué nostalgia Dios mío!

Salí de la biblioteca donde trabajaba, sin dejar nada fuera de su lugar. Odiaba el desorden, pues era una señal de mal presagio para mí. Y además, me ponía de mal genio. Pero, la mujer que el inmundo Alcalde del pueblo había contratado como sirvienta de limpieza, debía de hacerlo. Esa blasfema mujer debía de acomodarlo todo, limpiar las mesas, levantar el polvo de los estantes, sacar la basura. Porque al igual que todos en éste pecador pueblo, ella era una inmunda pecadora que merecía ir al infierno.

Anna Wilson, era una horrorosa pecadora. Y seguramente el hijo que tanto le presumía a los clientes, lo era también.

Por eso yo estaba muy orgullosa de mi niñito Sam, de que él fuera diferente a toda esa espantosa juventud pecadora, y que fuese devoto a Dios. Él debía seguir los caminos del señor, como yo lo hacía. Y aunque a veces podía ver a través de sus ojos; sus sucios pecados; su lujuria y blasfemia. Lo volvía a empujar hacia el camino de la luz para que no cayera en los caminos de Satanás.

Porque Sam debía seguir siendo perfecto.

Él no podía ser un bastardo.

Cuando entré a mi viejo y querido auto clásico, miré la hora en mi elegante y viejo reloj de mano, que antes había sido de mi difunda madre, quien había vuelto del cielo sin forma humana cuando más lo necesité. Porque mi madre era un precioso ángel ahora... Un ángel al que Sam debía temer.

Seis en punto de la tarde, aún tenía tiempo de ir a comprar las flores para el reverendo y para volver a casa con mi dulce niñito y arreglarnos para salir a las clases de violín que tomaba después de cada misa con el padre Richard. Así que aún había tiempo, porque Dios estaba siendo generoso conmigo.

Sonreí, bañada en regocijo y encendí la radio para escuchar una de las baladas de Dios que tanto me gustaban, y finalmente encendí el auto y conducí fuera del estacionamiento de la biblioteca del pueblo en dirección a la floristería.

De camino a la tienda de flores me puse a pensar en lo bien que todo me había estado saliendo, gracias a Dios. Él había estado iluminando mi camino. En el trabajo me iba bien, el padre Richard siempre estaba junto a mí, y Sam había accedido a casarse con la hija de los Martinez: Liliet. Ella era una joven encantadora, pero tenía mis dudas sobre su hermano gemelo: Nicholas. Él no había ido al almuerzo de presentación de aquella vez. Pero dejaba eso de lado por la encantadora Liliet, quien había pasado mucho tiempo con Sam últimamente, incluso, él llegó a quedarse en su casa un par de veces y yo me mostré muy feliz ante la idea ya que ellos dos serían marido y mujer en el futuro, y por eso debían de conocerse.

Además, Sam merecía salir un poco de casa para distraerse con Liliet de todo lo que había sufrido con el sucio pecador de Gabe y su blasfemo grupo bastardo, quienes estaban desaparecidos gracias a Dios.

Me peiné un poco mi rubia cabellera hacia atrás, saqué las llaves del auto y las guardé en mi preciada cartera negra que siempre llevaba conmigo. Y cuando bajé del auto, luego de haberlo aparcado frente a la tienda. Me encontré del otro lado de la calle a una horrible abominación. ¡Oh Dios Santo! ¡Eso era inaceptable para la sociedad! ¡¿Dónde habían quedado sus valores?!

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora