Capítulo 23: Corazón roto.

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Sam.


Sabía que hoy sería castigado por madre.

Sabía que había sido un pecador.

—¡¿Qué ha pasado?! —gritó madre.

Había entrado de golpe a la casa, haciéndome dar un respingo por su enorme estallido. Su rostro estaba completamente ensombrecido y sin una pizca de empatía. Y cuando entró a la casa tiró la bolsa de la comida de Roy al suelo y apretó los tulipanes marchitos en una de sus manos. Mi pulso se aceleró, y rompí a llorar.

—Lo lamento t-tanto, madre. —dije con suavidad y sumisión, sabiendo que ya era demasiado tarde.

Ella no dijo nada y se acercó a mí dando pasos grandes y fuertes, apartando con violencia la silla que chirrió sobre la madera, y cayó al suelo con estruendo. Ahora, ya nada estaba en medio de nosotros.

—Han muerto, y l-lo siento... —le dije con arrepentimiento, y retrocedí asustado con mi bastón.

—Han muerto... —repitió madre, despacio.

Empezó a respirar de formas distinta, como si estuviera luchando consigo misma para mantener el control. Se volvió errática y taciturna, lo que, como siempre me hacía preguntarme sí ella podía evitar hacer lo que hacía.

—Sí, han muerto. ¡Y todo porque no las has cuidado bien! —le dio un golpe a la mesa con la mano echa un puño, tan fuerte que los vasos de jugo se cayeron, y el liquido se derramó por la madera y el suelo—. ¿Tienes algo que decir en tu defensa? —me preguntó, alterada.

—Lo siento, y q-que Dios me perdone ése pecado. —susurré, aferrándome a mi bastón con fuerza.

Entonces madre volvió a estallar y levantó aquella enorme y gruesa mano llena de músculos, para abofetearme con fuerza. Ahogué un grito y caí al suelo en un golpe seco.

¡Oh pecador! —exclamó con intensidad y enfado—. ¡Maldito pecador! —me gritó, y tomó uno de los platos de la mesa y lo estrelló contra el rincón de la habitación, haciéndolo pedazos por la rabia.

Mi llanto se descontroló y madre se detuvo frente a mí, mirándome con una cara pálida y los ojos desorbitados y enloquecidos. Las venas de su cuello estaba hinchadas, y también las de su frente. Abrió las manos de golpe, soltando los tulipanes, y volvió a cerrarlas en dos puños sólidos como rocas.

—¡Madre! ¡Madre, por favor! —solté en un llanto, sobre el suelo de madera.

Pero ella ignoró mis suplicas, se abalanzó sobre mí y me asestó un fuerte golpe en el ojo que me arrancó un grito de dolor. El dolor que sentí en un lado de la cara fue insoportable, y las lágrimas no paraban de brotar.

¡Oh Dios! —exclamó madre con intensidad, levantando sus brazos para comunicarse con Dios luego de que sacó la enorme biblia de la cartera que llevaba consigo—. ¡Ayuda a mi hijo, y libralo del pecado!

Solté un sollozo, y comencé a arrastrarme sobre el suelo hacia mi bastón. Pero madre me dio una fuerte patada en el estómago que me dejó tendido boca arriba, sin aire.

—¡Madre! —chillé en descontrol—. ¡Madre, escúchame por favor! ¡No fue mi culpa!

¡Oh Dios! ¡Acude a librarlo, oh señor, a socorrerlo! ¡Apresurate a sanar la maldición de éste hombre que cayó en el pecado al dejar morir a una pura e inocente flor! —exclamó madre con completa intensidad, absorta en su horrorosa petición—. ¡Ten misericordia de éste hombre pecador! ¡Oh Jehová a ti clamo todo el día! ¡Ayuda el alma de éste siervo tuyo, y sácalo del maldito pecado! —se acercó aun más a mí, y me golpeó en la cara con el libro de Dios cuando menos me lo esperé, haciéndome gritar de dolor—. ¡Oh Dios, ninguno hay como tú entre los Dioses, ni obras que se igualen a las tuyas! ¡Oh Dios! ¡Ayuda a éste hombre pecador!

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora