Capítulo 25: Carne de animal.

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Alice.

Miércoles, 01 de Marzo de 1995.

Pasado.


Conduje hasta el cementerio con el ramo de tulipanes que había comprado en la floristería. Acababa de empezar Marzo y hacía un día soleado y precioso. Aunque, yo no estaba de ánimos para apreciar la belleza de éste mes. Ni de los demás meses. Pero esperaba muy pronto volver a la vida, y vivir una vida feliz como mamá hubiera querido para mí. Ya no quería ahogarme en el sufrimiento por la perdida de mi mamá. Ya no quería llorar en las noches.

Cuando llegué al cementerio salí del auto (que anteriormente había sido de mi difunta madre), y recorrí el camino que ya estaba conociendo de memoria. La tumba de mi mamá estaba al final del cementerio, a la derecha. A su lado, había un espacio reservado para mí, para que pudiéramos estar juntas al final.

Me arrodillé sobre una manta hecha de retales que había extendido en el suelo. Y miré fijamente los pétalos amarillos de los tulipanes que llevaba en mano. Eran perfectos, y sonreí al apreciar la pureza de la creación más bella de la naturaleza.

Centré mi atención en la tumba de mi madre y le coloqué las flores donde suponía quedaba su corazón.

—Te echo de menos, mami. —dije en voz alta y clara—. Las cosas no han estado muy bien en casa sin ti. Papá dejó su empleo y se volvió alcohólico. Lo único que hace es tomar y gritarme. —miré las flores con atención—. Y a veces... lleva putas a la casa.

Un nudo se me formó en la garganta. Los ojos se me humedecieron de inmenso dolor y tristeza.

—Y yo trato de darle respeto al hogar por ti, y las saco de casa..., pero papá me grita y me grita cuando lo hago. —continué—. Me asusta. Él me asusta, mamá, y ya no lo puedo soportar. Quiero irme lejos. Lejos de él. Sólo quiero ser feliz... —una lágrima solitaria me cayó por la mejilla—. Sé que tú no quieres verme huir —sollocé—, pero ya no aguanto, mami. Él me hizo terminar con mi novio, Peter, y lo alejó de mí, y papá... —volví a sollozar—. Papá abusó de mí la otra noche. Él pensó que yo era tú, mamá. Él me violó aunque le imploré piedad. Él me lo hizo.

Me llevé una mano a la boca, y comencé nuevamente a llorar sin control. No podía sacar de mi mente aquellas sucias caricias de papá tocándome sin importar lo mucho que le rogué detenerse, y aun sentía el olor de su sudoroso y gordo cuerpo en mi nariz. Me daban náuseas y rabia. ¿Por qué él tuvo que violarme? ¿Por qué el cáncer tuvo que matar a mi mamá? Yo no puedo ser igual de fuerte que ella.

—¡Dios mío...! —exclamé en un sollozo de dolor—. ¿Por qué te llevaste a mi mamá? Tanto que la amaba. ¿Por qué...?

Las lágrimas no paraban de brotar, y el nudo en mi garganta no se iba. Ni mucho menos el crudo dolor en mi corazón. ¿Por qué Dios se llevó a mi mamá? Tanto que confiaba en él para que la cuidada..., y se la llevó para hacerme sufrir un infierno ahora sin ella. No, no, no, ¿por qué lo hizo?

—Dios hace todo por una razón y motivo, hija mía. —escuché una suave voz masculina detrás de mí que llamó mi atención.

Me levanté desconcertada del suelo, y me dí la vuelta hacia el hombre de la voz que pareció leerme los pensamientos, sorbiéndome los mocos de la nariz y limpiándome las lágrimas con las palmas de las manos.

Y entonces, me encontré a un hombre esbelto y atractivo a unos metros de mí. Llevaba una vestimenta de cura, un cabello negro impecable peinado hacia atrás, y unos elegantes zapatos de vestir. Se veía igual de joven que yo. ¿Él también tendría veinte años?

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora