Epílogo.

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Viernes, 16 de Noviembre de 2012.

Pasado.

La luna llena brillaba con malicia sobre una de las casas del pueblo de Woodbury. En la siniestra y espeluznante noche de aquel 16 de Noviembre. La fuerte tormenta de esa larga noche azotaba a todas las casas, y el frío viento se agitaba en los bosques y arrastraba consigo las hojas secas. Se podía oír como un aullido nervioso, como si de un animal espantado se tratara, vaticinando quizá el horrible suceso que pasaría.

Y, lo que le dio inicio a aquel acontecimiento fue ese momento en el que dos chicos bajo la lluvia, se besaron. Y quién pensaría, que ese sería el último beso que se darían esas dos almas jóvenes.

Los minutos corrían en el reloj, y la mala decisión de Justin Wilson, se tomó.

—Justin... quédate a mi lado. —le suplicó el más bajo al mayor.

Los ojos de Sam le suplicaban; le imploraban, a Justin que se quedara con él, y que no lo dejara solo. Porque Sam sabía que él finalmente se había quebrado como lo temía y que necesitaba la ayuda del mayor. Del chico del cual estaba enamorado... Pero la mala decisión se tomó.

Cuando Justin vio a Angelina corriendo de vuelta a casa con el corazón roto; puesto que ella los había encontrado besándose, él no pensó cuando se apartó del menor, y le respondió a Sam:

—Lo siento...

Entonces, tomó la decisión de correr detrás de su novia Angelina, dejando al destrozado y perturbado Sam atrás; solo, bajo la lluvia de su última noche.

Sam sintió como algo dentro de él se quebró, y sólo se pudo apoyar del consuelo de sus lágrimas descontroladas, ya que él no quería seguir cortándose en los brazos para ahogar su dolor con una hojilla.

Él quería parar de llorar y se repetía una y otra vez en su cabeza: «Tu puedes con ésto. Lo superarás. Eres fuerte, Sam». Pero no podía. No podía ser fuerte. No podía evitar sentirse tan vacío y asqueado consigo mismo. Y a cada segundo, el momento que había ocurrido minutos atrás en la iglesia con el padre Richard Blackwood, llegaba a ráfagas a su cabeza. Él aun podía sentir las manos del reverendo tocando su cuerpo, y aún podía oír que éste le decía:

—No llores, mi querido Sam, hijo mío. Sólo te estoy purificando como Dios me ha pedido que lo haga.

—No, por favor, misericordia. —le imploró Sam llorando de miedo, y temblando como una hoja sobre la cama sagrada donde el reverendo practicaba sus violaciones.

—Chsss, te purificaré porque te amo, hijo mío. —le respondió el padre suavemente, de pie frente a la enorme cama. Mientras comenzaba a desnudarse y miraba a Sam con ojos perversos.

Minutos después, la solitaria iglesia comenzó a llenarse de gritos inhumanos de alguien que estaba siendo violado. Y ese alguien, era Sam Pride.

Regresando al momento en el que Justin abandonó a Sam, justo cuando las lluvias se detuvieron, Sam logró reaccionar después de un largo rato estando inmóvil en donde Justin lo había abandonado como si fuera nada. Su pequeño cuerpo se estaba congelando del frío, y su boca no dejaba de temblar, pero ésta lo hacía por lo violentos llantos del castaño.

Y, mientras que el castaño caminaba de vuelta a casa con la poca ropa que el reverendo le había regresado después de haber abusado de él, y con su viejo amigo el bastón, en su mano. Una palabra pasó por su cabeza, tan fría y suave como la brisa misma: «suicidate». Y él no abandonó esa idea hasta que llegó a casa, y se percató al entrar de que su madre no estaba.

Sin embargo, en ese momento otra idea surgió en su cabeza cuando Sam se quedó un momento en el vestíbulo, mirando a la nada: «Huye de casa. Toma tus cosas. Vete lejos». Él se quedó nuevamente inmóvil, frente a la puerta de entrada, empapado de pies a cabeza por la tormenta. Su rostro destrozado se quedó inexpresivo, pensativo por esa segunda idea. «¿Podía huir de casa? ¿Tendría el valor para hacerlo?», se preguntó así mismo, y entonces gritó fuerte:

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora