Capítulo 20: Sacrificio.

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Alice.

Martes, 11 de Septiembre de 2012.

Pasado.


Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos lo perdonará y nos limpiará de toda horrible maldad. Pero, sí permanecemos en el silencio, seremos una suciedad pecadora.

Exhalé profundamente.

«Tengo el control.»

«Tengo el control.»

- Madre, y-yo no tuve la culpa de nada. Por favor, c-creeme- sollozó Sam, pidiendo misericordia como un débil hijo de Dios.

Fue la primera vez que lo hizo desde que había abierto la boca para hablar, desde que salimos de aquel mugriento y pecador instituto después de lo que le había ocurrido con esos bastardos pecadores, y subimos al auto para volver a casa.

Yo tenía la mirada perdida en el camino, mientras que apretaba el volante con fuerza para no perder el control de la situación. Y Sam, estaba sentado junto a mí con aquel espeso color rojo que le recorría su sucio y pecaminoso cuerpo. Lloraba y sollozaba, tratando de explicarme lo que había pasado, pero no dejaba de tropezar con sus palabras y de mostrarme un evidente miedo que podía ver en sus ojos.

Porque él sabía mejor que nadie que yo no aprobaba su maldita debilidad de Abel, y que cuando llegásemos a casa lo castigaría por ser tan débil y no haberse defendido de esos bastardos que le causaron esa broma.

Con la sangre de un animal.

- Ma... Madre, escuchame, por favor- tartamudeó, y yo traté de mantener al calma al escucharlo-. Ma... Madre- sollozó, y me dí cuenta de que su cuerpo no dejaba de temblar sobre el asiento junto al mío.

Su llanto incontrolable no me molestaba, incluso, hasta a veces lograba hacerme entrar en razón y volver a retomar el control de la situación. Porque yo no era como mi madre, ella odiaba los malditos lloriqueos y, cada vez que yo lloraba me daba una fuerte bofetada para que dejase de hacerlo y dejase ser tan débil. Y eso funcionó. Era una mujer fuerte gracias a mi madre, y ahora quería que Sam fuese igual de fuerte que yo..., No como el maldito débil y confiado de Abel.

Oh, Jesucristo... Sam no puede ser tan débil.

- Sam- hablé con severidad, y él se quedó mudo con su cuerpo temblando con violencia junto al mío-. Hablamos en casa, mi niñito.

- No, madre- negó él apresuradamente con la cabeza-. Yo he sido fuerte. ¡Lo h-he sido! Pero ellos me tendieron una broma, poniendo esa bomba de sangre en mi casillero- se acercó temblando hacia mí y apoyó su pequeña cabeza en mi hombro, sin dejar de llorar. Mientras que yo seguía conduciendo con severidad-. ¡Oh, madre! ¡Madre, tuve tanto miedo! ¡Todos se rieron de mí!

Volví a exhalar profundamente, la furia poco a poco se apoderaba de mi cuerpo. Pero, por primera vez, no estaba enfadada con Sam. Yo sabía que él había estado siendo un fuerte muchacho. Y ahora, yo quería desatar mi ira sobre los pecadores que lo habían estado lastimando todo éste maldito tiempo. Iba a tomar cartas en el asunto por mi propia cuenta, sin necesitar ayuda de esos incompetentes profesores del instituto. Porque yo misma iba a proteger a Sam, y no me importarían las consecuencias.

Nadie iba a volver a meterse con él, y yo me aseguraría de eso.

Además, Dios estaba de mi lado, porque él, como yo... quería que purificase a esos bastardos hijos de Satanás.

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora