Capítulo 01: Alma pura, corazón roto.

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Sam.

Miércoles, 08 de Agosto de 2012.
Presente.


El día de esté miércoles había amanecido frío y con temperaturas realmente bajas, más de lo usual. El clima no acompañaba mis sentimientos, ya que era el primer día de clases y yo me sentía feliz de volver al instituto a mi último año. Aunque no tuviera amigos, y casi siempre fuera el centro de atención gracias a Gabe y su grupo.

Por suerte, me había levantado temprano. Me había cepillado los dientes y me había duchado en el baño de mi habitación. Y todo mientras escuchaba música en mi equipo de sonido, una radio que madre me había regalado en navidad para que escuchará a las seis de la tarde, cada día y sin falta, el directo del padre Richard. Un sacerdote que suele predicar la palabra de Dios nuestro señor, a esa hora para el pueblo.

Me repeine mi castaña cabellera de un solo lado y dejé el cepillo sobre la cómoda. Sonreí ampliamente y me miré al espejo de mi habitación. Me veía feliz, y lo estaba. Solo deseaba que este año fuera diferente para mi, quería tener amigos. Pero, ¿cómo iba a tener amigos viéndome así? Como un vidrio a punto de romperse en mil pedazos. Y con aquel bastón metálico en mi mano izquierda que me ayudaba a caminar desde que tenía memoria, por haber nacido con una extraña condición en mis piernas.

Dios mío. Me veía fijamente en el espejo, y yo no podía evitar automáticamente sentirme mal. Ya que realmente... me veía miserable. Aunque, sabía que realmente le veía el lado malo a la vida desde que nací, sabía que debía sonreír, y ser feliz. Ya que si entraba en una depresión y algo me pasaba ¿quién cuidaría del pequeño Roy por mi? Aquel hermoso beagle alegre y peludo que tenía desde que lo conseguí en las calles abandonado cuando aún era un cachorro, hace tres años.

Dejé de mirarme en el espejo, y aún con mi sonrisa me encaminé a mi cama para tomar mi bolso y guardar algunos libros y cuadernos. Aunque, se me dificultaba caminar, siempre era más fácil hacerlo con mi bastón, él era como un viejo y gran amigo para mi.

Guardé rápidamente mis cuadernos y me llevé el bolso al hombro, escuchando la puerta abrirse en ese momento, y observando como madre entraba a mi habitación con sus cabellos sueltos, un suéter con un gran abrigo negro y su típica falda que le llegaba más abajo de las rodillas. Claro, sin olvidar sus enormes botas negras de cuero y el pequeño rosario que llevaba de collar.

- Buenos días, Sam. ¿Listo para volver a la escuela y ser mejor que todos ellos?- habló madre con su tono formal y dominante, sentándose en mi cama.

- Eh... Ah, si- murmuré con una sonrisa segura, que al parecer no había salido tan natural. Ya que la expresión de madre cambió a una fría y seria en cuestión de segundos.

- ¿De qué hablamos, Sam?- sentía como clavaba sus ojos en mi piel, y como volvía a presionarme.

- Que debo verme seguro siempre para que ninguno de ellos vuelva a meterse conmigo en el instituto. Además, de que así puedo demostrar que soy el mejor- Recordé titubeando un poco. Y sonriendo con ganas, aunque no quisiera.

- No, no, no, no- dijo, comenzando a negar con la cabeza. Y yo le sonreí con más naturalidad, para calmarla-. ¡Oh, Dios, dame sabiduría para lidiar con el engendro que estoy criando!- exclamó, levantando sus brazos y cerrando los ojos, como si estuviera recibiendo alguna "energía de Dios".

- ¿Madre? ¿Madre?- dije rápidamente, sentándome a su lado, nervioso-. Madre, madre, no- pedí al instante, sabiendo lo que estaba a punto de hacer. 

Pero, ya era tarde.

- Sam, sabes que debo demostrarte como debes ser fuerte- habló ella, en la misma extraña posición, sonriendo. Y yo negué con la cabeza-. ¡Debes ser fuerte!- exclamó, dándome un fuerte empujón cuando menos me lo espere, haciéndome caer contra el suelo duro de madera sobre mi bastón metálico.

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora