Prólogo.

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Jueves, 9 de Noviembre de 1995.
Pasado.


Las fuertes lluvias de esa larga noche azotaban a todas las casas de aquel pequeño pueblo de la ciudad Villa Grand, llamado: Woodbury. Y en una casa de la calle Red Road, específicamente, en la última de la calle, se llevaba a cabo un doloroso parto por parte de Alice Pride, la mujer que engendraría un pedazo de vidrio al mundo.

- ¡Vamos, tú puedes, querida!- exclamó el padre del bebé que estaba por nacer, sentado a los pies de la cama matrimonial. Observando como su "mujer" daba grandes gritos de dolor, mientras desnuda sobre la cama, trataba de expulsar a la criatura.

- ¡Papá Dios, dame fuerzas, por favor!-  gritó la mujer, pidiéndole misericordia a Dios, pidiendo su ayuda.

Los grandes gritos de Alice Pride resonaban por toda la casa de dos plantas, y la fuerte tormenta de esa noche acompañaba a sus gritos. La mujer se retorcía en la cama; llorando de dolor, mientras esperaba la salida del bebé. Y mientras lamentaba una y otra vez la ausencia de su madre en casa, quien había fallecido al no poder luchar contra el cáncer, dejándola a ella sola con el hombre que se encontraba a los pies de la cama animándola al parto.

Y aunque Alice fuera una mujer madura, no estaba preparada para aquel parto. Ella era muy joven, veinte años, aún conservaba su belleza y pureza, y aquel hombre a los pies de la cama se lo había arrebatado todo. Aquel viejo y gordo hombre pecador.

Los gritos de la mujer seguían y seguían, hasta que por fin cesaron, había parido. Los únicos sonidos que se escuchaban esta vez eran los de la tormenta y el llanto del bebé. El hombre al ver nacer a su hijo, tomó el cuchillo de la cómoda y cortó el cordón umbilical del recién nacido. Lo tomó delicadamente entre sus manos y lo envolvió en una pequeña sabana de algodón, siendo la criatura más pequeña que la tela, e incluso más pequeña que su enorme mano.

Se levantó de la cama con el bebé en brazos y lo meneó por un momento mientras le hablaba dulcemente para calmarlo. La mujer solo se quedó inmóvil en la cama, observando la escena; sin ninguna expresión, como si no tuviera alma. Aunque, ella no mostraba ningún sentimiento, sintió uno en su corazón al ver al recién nacido entre los brazos de aquel viejo hombre: odio. Ella estaba llena de odio por haber engendrado a esa criatura, ya que él para ella era un error, un pecado, que su padre había formado dentro de ella al violarla por la ausencia de su esposa muerta.

Y ella debía purificar eso.

Por eso, mientras su padre meneaba a su hijo de espaldas, se armó de fuerzas para levantar a su dolorido cuerpo de la cama y ponerse de pie. Para después sigilosamente, abrir el gabinete de la pequeña cómoda junto a la cama, y de ahí sacar una pistola. Suspiró, y sonrió con rencor y satisfacción al tener el arma en mano. Por eso, se dio la vuelta y puso la pistola en alto, apuntando a su padre en la cabeza, quien seguía de espaldas, sin darse cuenta de la escena.

Puso el dedo en el gatillo, y no quiso seguir titubeando. Sin embargo, su padre logró percatarse de la escena y de inmediato se volteó con el bebé, que se había quedado dormido.

- Alice, ¿qué... qué haces?- le preguntó él, sonriendo pero con el rostro lleno de pánico.

- Purificarte. Purificar al error que tú hiciste- le respondió ella, sonriendo con satisfacción sin dejar de apuntarlo con el arma.

- Alice, por favor baja el arma. Baja esa arma, hija- le pidió su padre, comenzando a llorar-. ¿De dónde sacaste esa arma? ¿Cómo la conseguiste?

- Me la dio el padre Richard ayer en la misa. Él también quiere que te purifique- soltó riendo-. Papi, eres un pecador. ¡Me violaste!- le gritó furiosa.

- Jamás quise hacerlo, no sé en qué pensé cuando lo hice. ¡Estaba mal por la muerte de tu madre y caí en el alcohol, y lo siento! ¡Pero este pequeño ángel llegó a nuestras vidas y no podías abortarlo! ¡Por favor, no lo hagas!- gritó el hombre en un llanto, con el bebé aún en brazos.

Él no quería morir.

- Lo siento, pero eres un pecador- añadió Alice con una extraña sonrisa, jalando sin más del gatillo. Y observando como caía el cuerpo sin vida de su padre al suelo, aplastando al bebé, específicamente, sus diminutas y frágiles piernas.

La criatura lloró de dolor, despertándose al instante por el fuerte golpe. Y Alice se acercó temblando al charco de sangre, con aquella extraña y cruda sonrisa.

- ¡Es un demonio!- gritó la mujer, asustada. Volviendo a poner el arma en alto, ante el indefenso y frágil bebé.

El niño lloraba y lloraba de dolor, mientras se estremecía y abrazaba su cuerpo pálido y ensangrentado, trataba de liberar sus piernas atrapadas del cuerpo sin vida de su padre. Alice al ver tal escena, solo volvió a sonreír, paranoica. Y con voz temblorosa, añadió:

- ¡Es un demonio! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Pecado! ¡Pecado! ¡Pecado!

Su madre no dejaba de verlo con miedo y asco. Pero, por alguna razón, bajó el arma al mirar detalladamente al bebé. Era hermoso, pequeño, delicado. Ella no pudo evitar tirar el arma al suelo y ponerse de rodillas en lágrimas. No tenía el valor de acabar con su vida, y lloraba por eso, por querer criar a aquella frágil criatura que ella veía como: demonio, pecado.

Y desde a ese momento la historia de Sam Pride comenzó.

Frágil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora