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Una junto a la otra, metidas en gabardinas más ligeras, sintiendo un pequeño aumento en la temperatura, intuían que la primavera estaba muy cerca; encaminaron su paso al bajar del taxi, hacia una cafetería/librería a pocas cuadras del hospital

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Una junto a la otra, metidas en gabardinas más ligeras, sintiendo un pequeño aumento en la temperatura, intuían que la primavera estaba muy cerca; encaminaron su paso al bajar del taxi, hacia una cafetería/librería a pocas cuadras del hospital. Alisa contaba entusiasmada, sobre el delicioso café disponible, además del bonito ambiente que se sentía en el lugar, y que su dueño, simpático, amable, atento, homosexual y de estilo varonil, le agradaba un montón.

Con solo verla sonreír, Nicholas ya sabía que Alisa llegaba por su café cargado de todos los días.

La enfermera con gusto, presentó a su nueva compañera de vivienda ante los conocidos, que entre café y croissants le resultaban familiares por sus apuradas visitas diarias.

El mostrador se alzaba frente a ellas, con una vitrina al costado lleno de aperitivos dulces y salados. Por encima de sus cabezas se iluminaba un letrero con las especialidades y sus precios. De fondo se escuchaba música de estilo jazz suave y cálida. Las paredes jugaban entre colores claros y texturas de madera, se podía encontrar flores artificiales, libros en estanterías flotantes, revistas, periódicos, y personas que disfrutaban en mesitas de un desayuno tranquilo y apacible.

Alisa disfrutaba pasar por su indispensable bebida del día, pagar, dejar una sonrisa y saludo, para marcharse enseguida a paso apurado hasta el hospital. Y bajo ese ritmo presentó a una tímida Camila, recogió su café con tapa, pagó, y la dejó encargada al administrador por un periódico y un desayuno.

―¿Qué te gustaría disfrutar hoy, Camila? —después de un suspiro alargado siguiendo la salida de Alisa, mostró los dientes en una sonrisa, blancos, iluminando su rostro de ojos verdes, quijada cuadrada y cabellos rizados negros.

―Algo sencillo está bien. Todo se ve delicioso —imitó su gesto.

―Por favor, ponte cómoda —alzó la mano en un ademán—, enseguida te ayudamos con una orden y el periódico del día.

Y así pasó. En pocos minutos tenía frente a ella un café, jugo de naranja, huevos revueltos y rodajas de pan tostado.

―Me siento una celebridad. Tal vez Alisa es muy importante en este lugar que el propio dueño me está sirviendo —y ambos rieron.

―Lo hacemos con mucho gusto y es el sencillo, eh. Tendrás que venir más seguido para poder sorprenderte con todo lo que preparamos.

―Pues ya me picaste la curiosidad, así que lo haré. De verdad muchas gracias, Nicholas.

―Por favor, Nick está bien. Los amigos de la bella Alisa también son amigos de la casa. La conocemos desde hace mucho y siempre es grato verla por aquí, pasa muy ocupada por el hospital.

―Pues sí, es muy dedicada. Honestamente me dejó un poco preocupada que solo tomara un café y se marchara.

―Así es ella —alzó los hombros.

Ya no quiero rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora