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Camila conoció la verdadera desilusión cuando encontró el armario vacío

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Camila conoció la verdadera desilusión cuando encontró el armario vacío. Ya no le cabía duda: su corazón era más de Alessandro que de ella.

Miró los ojos de su hermana en busca de respuestas, a su izquierda, pero ella tampoco las tenía.

Una incondicional Alisa la abrazó por la derecha.

Tenía una vida quebrada y quería repararla, por ello había regresado a su hogar, con sus nuevas pertenencias y una esperanza de amor.

―No te desanimes, hermana —le acomodó el cabello tras la oreja—, ha sido difícil para todos. Seguro está confundido y por eso se fue de la casa.

―Pensé que al volver tendríamos una oportunidad, que él me ayudaría a recuperar los recuerdos que me faltan.

―Podrán hablar después, Cam —animó la enfermera—, no te preocupes.

―Ni siquiera le contesta el teléfono a mi hermana, Alisa —se llevó una mano al pecho, afligida—. Nunca quise lastimarlo.

―Ya casi es hora de cenar —terció la hermana tras un suspiro—. Ayer pasaste todo el día en el hospital y hoy nos ocupamos de la mudanza. Hay que relajarnos un poco. Te prepararé un Earl Grey* caliente, sé que es tu favorito.

Sonrió ante la comparativa en su mente, pensando «esta sí es mi hermana».

―Podríamos pedir algo de cenar y ver una película —propuso la amiga.

―Si me lo permiten, me gustaría hablarles de Alessandro. Tengo una libreta donde escribo sobre mis recuerdos a modo de terapia, pero hoy quisiera compartirlo a voz alta, lo veo con detalle ahora.

Preguntar fue una mera cortesía, porque las sonrisas de las compañeras le confirmaron que podía hacerlo.

Se acomodaron en la sala, con bebidas calientitas, comida ligera, almohadones, las piernas recogidas y el corazón abierto.

Entre todo lo que podía contar eligió el recuerdo del supermercado, que ella atesoraba tanto y ahora lo sentía más propio que nunca. Ya no era una Camila lejana en zapatos ajenos, era ella en toda su esencia.

―Fue un poco torpe nuestro primer encuentro. Iba mirando la lista de ingredientes en mi celular cuando de pronto sentí chocar mi carrito. Me avergoncé enseguida, incluso antes de encontrarme con su mirada. No voy a disimular lo que sentí. Lo vi guapo, fornido, con sus cabellos negros y sonrió, aunque yo tuve la culpa. Fue encantador. Incluso se disculpó, diciendo que él fue el distraído.

En su rostro se dibujó una sonrisa, sumergida en el pasado.

―Creo que me quedé un poco cortada en ese momento —continuó—. Me gustó enseguida, pero una tiene que hacerse la desentendida, así que me excusé mostrando mi celular. No pasó nada más, así que se fue. Me quedé desesperanzada, pensé que iniciaríamos alguna conversación, pero no. Una no se encuentra con hombres atractivos y solos, haciendo compras, todos los días, y ustedes saben que voy mucho al supermercado.

Ya no quiero rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora