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Se tensó enseguida tan pronto vio el auto negro parqueado, mientras del lado de conductor salió aquel hombre encorbatado y atrevido del otro día

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Se tensó enseguida tan pronto vio el auto negro parqueado, mientras del lado de conductor salió aquel hombre encorbatado y atrevido del otro día. Ahora vestía un traje plomo elegantísimo.

Se paró en la vereda e intercambiaron miradas a través de la mampara, la de ella, frunciendo el ceño, y la de él más suave, con una media sonrisa.

Decidió tomar asiento en una de las mesitas al aire libre.

Adentro, los compañeros se turnaban por quién iría a atender al caballero. Siena apretó la mandíbula, molestándole la atención que acaparaba Camila, sin importar lo que hiciera.

La joven en mención, decidida avanzó hacia él, dejando en claro que no le temía.

―Buen día, señor, le ayudo con el menú —y le extendió una carta anillada a una tablita de picar—. Por favor siéntase a gusto eligiendo y en un momento regresaré para tomar su orden —sonrió.

―No es necesario, por favor, ya sabe qué café me gusta —le devolvió el gesto.

―Claro —habló entre dientes, intentando mantener su mejor actitud—, vuelvo pronto.

―Encantado de esperarla.

Nick y Stephan estaban preocupados, pero Camila demostró nuevamente seguridad y regresó con el pedido. Lo encontró escribiendo en una servilleta.

―¿Sabe? Se usan generalmente para limpieza del comensal.

El hombre sorprendido, al intentar regresar el cuerpo y la atención hacia ella, descuidó el papel y voló ante la brisa.

La mesera, con agilidad la atrapó con un pie, le dejó el café en la mesa y se agachó para recogerla. En un descuido, su libreta personal también resbaló desde su delantal al piso, abriéndose entre sus escritos. Rápidamente la tomó, volvió a guardarla y entregó la servilleta.

―Guárdese sus frases, no estoy interesada.

―Pienso que no le he faltado el respeto, señorita... —buscó el nombre en el gafete, guindado en el delantal de cintura— Camila.

―Estoy haciendo mi trabajo que es servirlo amablemente, no se confunda, por favor. Me incomodan este tipo de halagos de alguien que no conozco.

―En ese caso le pido disculpas. Creí que al ser este, un café libro, encontraría sensibilidad ante mis intentos de conquista. Las mujeres suelen conmoverse con este tipo de detalles.

―Yo no soy todas las mujeres.

―¿Puedo intentarlo de otra manera?

―¿No es suficiente ser rechazado una vez?

El hombre sonrió ampliamente, iluminándosele el rostro.

―Una batalla perdida, no la guerra. Por favor, permítame presentarme... —intentó levantarse.

Ya no quiero rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora