No se consideraba una intrusa, así que sintió incomodidad por lo que hacía, pero no vio otra alternativa ante la negativa del recepcionista. No le permitía la entrada a la habitación de Alessandro a menos que él le autorizara, y la respuesta del gemelo fue un «no» rotundo.
Ya sabía que sería difícil.
El hombre tendría que desayunar antes de irse a la oficina, así que lo intentó por la cocina.
Con agilidad se escabulló, tomó un delantal y un carrito, comenzó a revisar las comandas para servir aunque no encontró el seiscientos cuarenta, que era la que le interesaba.
Estaba dispuesta a continuar, ya no podía simplemente irse ante la vista de los trabajadores, aunque poco duró, porque se dieron cuenta que ella no pertenecía a su equipo.
―No sé quién eres o qué pretendes, pero te daré una sola oportunidad de irte de mi cocina sin alborotos —advirtió quien, ella dedujo, sería el chef ejecutivo.
―¿Camila? —terció una voz femenina a un costado, rompiendo la tensión—. ¡Ay, sí eres tú! —la joven contemporánea la rodeó en un abrazo efusivo— ¡Estás bien!
―Hola, Susan, sí, sí, estoy muy bien —le regaló una sonrisa ante la alta expresividad de su compañera.
―¡Debo avisarle a alguien de tu paradero!
―Susan —carraspeó el hombre—, ¿la invitaste?
―No, chef, ella es una buena amiga de la escuela de gastronomía, lo último que supe es que estaba desaparecida.
―Todo está bien, Susan, muchas gracias. Te escribiré para vernos un día. Perdí la memoria por un asalto y estuve lejos, pero ya regresé con mi familia. Disculpe, chef, por la intromisión, el atrevimiento es solo mío por cuestiones personales. Me voy en este instante.
―¿Segura estás bien, amiga?
―Sí, no quise preocuparte. Te veré después.
Entre torpes movimientos devolvió los utensilios y se marchó de prisa, sobre todo ante el grito del recepcionista que la atrapó de salida.
Avergonzada, tomó el primer taxi que cruzó por la avenida.
Su hazaña no fue tan fácil como lo vio en las películas.
Lo intentó una vez más en la oficina de Alessandro. A paso lento avanzó encontrándose con sonrisas de los colaboradores administrativos, a su mente llegaron los recuerdos de sus compañeros de trabajo en el restaurante, a quienes les debía un abrazo de regreso.
―Qué gusto verla de nuevo, señorita Camila —con ilusión comentó la asistente ejecutiva desde su amplio y cristalino escritorio.
―Gracias, Beth, me da gusto también. Prometo traerte unas galletas de canela y naranja la próxima vez, es una receta nueva, justo ahora vine de improviso.
ESTÁS LEYENDO
Ya no quiero rosas
ChickLit⭐️Ganadora Premio Watty 2021⭐️ChickLit ¿Puede caber en la imaginación despertar un día en un hospital sola y sin recuerdos? No había forma de regresar a casa, llamar a un familiar si es que lo tuviera, o algún amigo. Desamparada, pero con un poco de...