Hay mucha nostalgia en el pasado, al cerrar los ojos se puede respirar calma, risas, y todas las travesuras que en su momento causaron lágrimas, ahora en retrospectiva, se puede pensar que la vida no era tan mala.
Por aquellos días de infancia, corrían Dante y Alessandro en la costa italiana, era siempre una aventura vacacionar en la casa de playa de los abuelos maternos, y un respiro para la madre. Lidiar con un par de inquietos era agobiante. Cuánto hubiera dado Francesca por tener a su lado a su compañero de amor y así le ayudara a soportar tan pesada carga.
Sí, tenía un par de ayudantes domésticas en Londres, pero nadie reemplazaba a su marido y padre de sus gemelos. Y que no se malentienda, los amaba con locura, pero también era persona y se cansaba.
Los pequeños, ajenos a sentimientos adultos, vieron de frente dos pelotas que sostenía el abuelo, una roja y una azul. Dante quería la azul, era su color favorito, pero su mal humor no fue por no conseguirla, sino porque Alessandro fue el primero en elegir.
Y de verdad, Dante se quedó con la azul, con la que quiso desde el principio, pero ¿por qué tenía que obtenerla como segunda opción?, ¿por qué fue el hermano quién escogió primero?
Visto en perspectiva era una tontería. Pero para dos niños de ocho años, para Dante sobre todo, que vivía en constante competencia, eran los detalles los que marcaban su carácter.
El abuelo les ofreció a ambos al mismo tiempo, nadie tuvo ventaja, ambos obtuvieron el color que quisieron, pero otra vez, no era el sabor a victoria que quería Dante.
Tal vez jugando en la arena se le pasaría el amargo momento que ya se le notaba en la cara, pero solo de ver a su hermano corriendo con la pelota roja, con el triunfo redondo, se le quitaban las ganas de jugar con la suya.
El momento del descuido apareció y solo pateó la pelota roja en dirección a la casa, quebrando un ventanal. Basta un segundo para cometer una locura y también basta otro para arrepentirse, pero nada cambiaba los hechos.
Dante soltó la pelota azul asustado, porque el abuelo lo regañaría.
Un momento, no.
Regañaría a Alessandro.
Evaluó sus opciones en esos pocos segundos mientras su hermano llegaba corriendo a él y el abuelo salía de la casa al encuentro de los pequeños. Podía decir que fue un accidente, aunque el golpe fue con toda intención. Podía callar e irse con su pelota azul. Podía decir la verdad.
A todas luces, igual recibiría un llamado de atención.
―¿Estás bien? —preguntó Alessandro en su natal inglés.
―No quiero que me regañe el abuelo.
―Mamá dice que no pasa nada si nos equivocamos, debemos afrontar nuestros errores y resolverlos.
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Ya no quiero rosas
ChickLit⭐️Ganadora Premio Watty 2021⭐️ChickLit ¿Puede caber en la imaginación despertar un día en un hospital sola y sin recuerdos? No había forma de regresar a casa, llamar a un familiar si es que lo tuviera, o algún amigo. Desamparada, pero con un poco de...