❀ 20 ❀

2.3K 265 94
                                    

Los días avanzaron tortuosos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los días avanzaron tortuosos. De verdad Alessandro no quería apagar la esperanza de encontrarla.

Al mes levantó un poco ánimo, dejó las camisetas, pantalones de algodón, jeans, para volver a los trajes formales. En la oficina se alegraron de volver a verlo y su asistente recalcó su ayuda para lo que necesitara.

Se sintió extraño. Desde hacía un mes su mundo se había detenido.

Del bolsillo interno de su saco obtuvo el anillo de su amor. Sobre su mano despejó el paño de microfibra revelando el brillantísimo aro. Lo miraba cada noche antes de intentar dormir desde que su amada desapareció.

Y es que no era el anillo, sino su risa, sus caricias, su consuelo, la calidez de sus abrazos, la luz de sus ojos. Era la más bonita esencia de quién amaba con toda el alma.

Que no estaba.

Que dolía.

Su corazón anhelante le trajo a la memoria precisamente el día del compromiso.

Mirando en retrospectiva, todo salió muy bien, excepto por aquel ligero detalle.

El problema con el anillo fue que a último momento Alessandro decidió cambiar el color de dorado a oro rosa. Sabía cuánta afinidad tenía la chef con aquel color y quería con todo el corazón que el momento fuese perfecto.

Pero no valió que rogara, ofreciera más dinero, fuera la propia Amelia a poner su mejor sonrisa para apoyar. No, el anillo no estaría a tiempo para el viaje; la anticipación fue cortísima.

No se enojó, se rio, al menos sería una buena anécdota para contar a los cuatro hijos que quería.

Vacacionaron por un fin de semana en la playa, disfrutaron del sol, su complicidad fogosa, el fresco mar y al final del día, después de la cena, se acercaron a la pérgola ubicada en el jardín del hotel.

Incluso a él mismo le quitó el aliento, podía palpar la magia, el amor, todo lo que quería expresarle a Camila.

Amelia fue su cómplice. A la distancia ayudó a coordinar los detalles como la decoración con rosas en tono rosa suave, luces de estilo lluvia alrededor, un camino de pequeños faroles y de fondo «Can't take my eyes off you» en voz de Joseph Vincent.

Camila, ingenua, admiró la belleza del lugar sin imaginar que era para ella.

―Ven, amor —de la mano avanzaron al centro de la caseta. Escondidos, los colaboradores del hotel observaron emocionados lo que estaría a punto de suceder.

―Me encanta esa canción —sonrió y sus ojos se iluminaron.

―¿Sí? —se hizo el desentendido, ya sabía lo mucho que le gustaba, era fija en su lista de canciones.

Instintivamente se reunieron en un abrazo, topando sus narices, saboreando todo lo que significaban el uno para el otro.

Camila sintió un cosquilleo en la boca del estómago al escuchar en su oído cómo cantaba Alessandro, aunque no supiera hacerlo. Estaba encantada con el momento que en serio, no se percató que era un plan hasta que su compañero le dio la pauta.

Ya no quiero rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora