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Cada vez más volvían a su mente imágenes de una vida que no reconocía

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Cada vez más volvían a su mente imágenes de una vida que no reconocía. A veces, hasta prefería no recordar, así no se sentiría mal en medio de una bonita y nueva relación que estaba formando con Stephan.

Bastó que tamizara canela sobre su milkshake de banana para regresar en el tiempo y sentir brazos masculinos rodeándola, mientras realizaba la misma acción en aquella cocina amplia y blanca que, volvía a repetirse en su mente.

Aquel hombre que veía en sus recuerdos la turbaba, se preguntaba si realmente tendría algún novio por ahí, reclamándola.

Tomó aire y se le ocurrió que sería buena idea empezar a escribir todas las escenas que la azotaban de repente, podría tener en orden sus ideas y estar atenta a cualquier indicio de su vida anterior que, en aquellas circunstancias, temía que se cruzara y tropezara con el presente que disfrutaba, sería mejor estar prevenida y adelantarse a lo que pudiera suceder. A partir de ese momento, llevaría la libreta con anillado superior consigo, a donde quiera que fuese.

Ya no se trataba solo de saber qué tipo de vida llevaba, quién era y qué hacía, o a donde pertenecía, sino de esperar que aquella vida no lastimara la nueva que había formado.

Se marchó a la cafetería a empezar un nuevo día, a dejar un beso en los labios de su compañero y ponerse el delantal limpio con bolígrafo y libreta en mano. Sirvió alegremente y aprovecharía su tiempo de almuerzo para salir a la estación de policía.

Se encontró con los mismos hombres que habían tomado su caso en el hospital, y tras repasar su estrés, montón de papeles y llamadas insistentes al celular, concluyó que tal vez ella no sería exactamente una prioridad en su lista de casos. ¿Y quién podría juzgarlos? Aquellos hombres intentaban ayudar a personas con problemas relativamente más grandes que los de Camila Bennett. Ella estaba en una pieza y a salvo, mientras otros se escondían de acosadores, trataban de huir de violencia doméstica o intentaban encontrar culpables sobre la muerte de familiares.

Supo que insistir no serviría ante los bastante ya frustrados investigadores.

Como último intento, dejaría sus datos como número de teléfono, lugar de trabajo y dirección de residencia, por si en algún momento fuera de utilidad. Y para obtener algo más de atención se propuso regresar más seguido con uno que otro aperitivo de la cafetería para alegrarles el día.

Al momento, era tiempo de volver a la cafetería y prepararse para el tremendo golpe que lanzaría sobre Nick y Stephan esa misma semana.

―¿Y qué haremos hoy, mi amor? —habló Stephan, mientras ayudaba a limpiar y desocupar una mesa contigua a la que limpiaba su querida compañera.

―Me alegra que lo preguntes, en realidad, estoy considerando la idea de una cena doble, ¿sabes? Ahora que Nick y Alisa salen juntos, creo que sería divertido que pudiéramos pasar el rato los cuatro.

―Suena muy bien. ¿Has pensado en algún lugar?

―En casa, en realidad. Alisa dice que preparo una pizza más rica que la que suele comprar, sería genial que pudiéramos compartir una en el apartamento.

Ya no quiero rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora