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La enfermera Marie con tremenda culpa, puso de cabeza el hospital para intentar encontrar el resto de pedazos de los documentos de identidad de Camila

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La enfermera Marie con tremenda culpa, puso de cabeza el hospital para intentar encontrar el resto de pedazos de los documentos de identidad de Camila. Ellos mismos no tenían cómo justificar el ingreso de la paciente sin esos documentos.

Aquello significó una pequeña negligencia en medio de casos de emergencia que ingresaron a borbotones por una intoxicación masiva en una escuela; nadie tuvo tiempo de registrar a la paciente en el sistema, ni de buscar sus documentos por mera curiosidad, solo buscaron su teléfono, que no encontraron.

Alisa intentaba justificar el error ante el director del hospital que, de malas, se enteró pronto de lo sucedido, mientras Camila se removía inquieta en su propia piel.

El vacío de sentirse sola, incompleta, extraña con ella misma. ¿Cómo llegó hasta allí, qué fue lo que sucedió?

Venían pasajes extraños a su mente, una parada de autobús, una llamada donde decía que estaba muy contenta y que esperaría a alguien en ese lugar.

«Camila, Camila, Camila... Bennett, tenía una reunión —susurró para sí misma—. Yo... creo que salí de la reunión, dos personas, una pareja me estrechó la mano, creo... creo que... era un centro comercial... no, era un... restaurante. Alguien debía recogerme en la parada de buses...»

―Hola —apareció con suavidad Alisa, deslizando la cortina y poniéndola de nuevo en su lugar—. ¿Cómo estás, Camila? Ya casi es hora de cenar, así que te traje un aperitivo. Un sándwich y un jugo si te parecen bien.

―Gracias... —aún perdida entre la realidad y sus pensamientos, mientras aceptaba la bandeja con la comida.

―¿Has podido recordar algo?

―Creo que me llamo Camila Bennett. Tengo personas en mi mente, una mujer madura, una pareja de negocios, un hombre, luego dos más... No reconozco a nadie —y se llenaban de agua sus ojos chocolates—. No sé cómo llegué aquí, no sé por qué tengo este golpe en la cabeza, no sé qué pasó con mi teléfono... No sé por qué me encontraron drogada —y sus lágrimas caían una tras otra, mientras su voz tenue avanzaba entre las palabras.

―Tranquila, ten, ten, te ayudo con un pañuelo —y tomaba asiento en un costado de la camilla—. Creo que es un buen avance Camila. Por lo que vimos, tienes veintisiete años, de modo que has de tener alguna vida ya en marcha, quizás esas personas que no reconoces están buscándote. El protocolo nos indica que debemos dar parte a la policía, pero tranquila, no tienes que mirarme así, tan espantada, no te preocupes, ellos te ayudarán a registrar tu caso y así será más fácil si alguien te busca. Además, si fuiste víctima de robo podríamos entender que fuiste drogada por esa razón.

―¿Crees que haya sido un robo?

―Es lo que podríamos deducir ya que no tenías teléfono cuando llegaste, y revisando ahora, no tenías dinero en efectivo, tampoco sabemos si lo tenías antes, pero es una posibilidad.

Ya no quiero rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora