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Camila estaba muy a gusto, llevaba los pedidos en papelitos y regresaba con bandejas, dejaba una sonrisa a los comensales y continuaba

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Camila estaba muy a gusto, llevaba los pedidos en papelitos y regresaba con bandejas, dejaba una sonrisa a los comensales y continuaba.

En la cocina, ciertamente todo sucedía muy rápido, pero estaba atenta y presta para los detalles: vigilar la temperatura en la hornilla, estar pendiente del timbre del horno, secar los platos y alzarlos, verificar la orden de las bandejas rápidamente antes de entregarlas, poner las tapas de los frascos descuidados, ayudar con el cobro a los clientes y poco a poco encontrar caras frecuentes y sus gustos fijos con ciertos productos.

Los pies dolían un poco al final del día, pero el agua caliente ayudaba por las noches, los sumergía en una palangana, mientras se recostaba en el sofá. Alisa la acompañaba en la misma situación.

―Te confieso que me parece cada vez más agradable tu compañía, Cam.

―Es tranquilo estar en casa, eh.

―Tengo compañeros en el hospital, pero es difícil tener amigos. Todo pasa muy rápido de un paciente a otro. En lo posible intento llevarme bien con todos, pero creo que tú eres con la que más comparto y puedo hablar con calma.

―Es bonito, Alisa, me alegra poder pasar el rato contigo. Intento que llevemos las cosas ligeras aquí, porque así podemos descansar de nuestras actividades y reconfortarnos. Después de todo, te lo debo.

―Solo vi oportunidad de ayudar a alguien y eso hice. Fue peligroso, porque apenas te conocía, pero ya te dije, menos mal sí has sido buena persona hasta ahora —rieron.

―¿Te estás enamorando de mí? —volvieron a hacerlo.

―Lamento tener que rechazarte, pero mis gustos se acercan más a los caballeros, de preferencia desnudos, por cierto, ¿volviste a soñar con él?

―Bueno... —suspiró, frunciendo el ceño, insegura.

―¡Ah, sí lo hiciste!

―Realmente no sé si son fantasías, Alisa.

―Cuéntame, cuéntame.

―Pues... —se rascó una ceja—, estábamos... al aire libre, como una terraza, y hacíamos el amor —la amiga abrió los ojos como dos platos—, lo curioso es que se sintió muy real. Me desperté casi enseguida, hasta confusa de dónde me encontraba.

―Tengo una teoría —habló después de suspirar—, tal vez eras una persona sexualmente muy activa y tu subconsciente modifica esas sensaciones creando escenarios fantasiosos con el caballero en cuestión, o, muy al contrario, careces de esta actividad y de nuevo, tu subconsciente la busca con desesperación.

―Creo que cualquiera de los dos escenarios me preocupa, porque significa que sí había un hombre en mi vida, y quien sabe dónde estará ahora, arañando las paredes o a punto de engañarme con otra, o estoy fantaseando con alguien inventado.

―¿Será alguien prohibido?

―Mejor que no, ya me preocupé más.

―Me parece gracioso igual —sonrió—. Yo ni recuerdo cuándo fue la última vez que estuve con alguien. Yo sí debería tener esa clase de sueños a modo de consuelo por lo menos.

Ya no quiero rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora