La bruja en el bosque

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Mis padres me dijeron que una bruja vivía por aquí cerca donde vivíamos. Más allá de los grupos densos de raíces nudosas y arbustos espinosos había un pequeño bosque, y adentrándote en él encontrarías su cabaña. Esa cabaña estaba oculta en una niebla perpetua, pero a través de ella, dijeron que se podían distinguir dos palos grandes que marcaban la puerta de entrada. Sabrías que era su casa cuando vieras un cráneo suspendido sobre esos palos. Aquel cráneo pertenecía a algún tipo de ciervo en la vida, con enormes cuencas sin ojos que miraban por siempre el borde de los árboles y dos cuernos largos y acanalados que se elevaban hacia el cielo como enredaderas calcificadas. Si me adentraba demasiado en el bosque seguramente ella o ellas me arrebatarían, o eso me hicieron creer.

Para mis padres, era una precaución lo suficientemente simple como para no perderme o ser secuestrado, pero era el misterio de lo inexplorado lo que inevitablemente me llevaba a esos árboles.

Las ramas retorcidas de los árboles altos adornaban las nubes como venas congeladas y los caminos a través de la maleza trazarían diferentes rutas. En las estaciones lluviosas, cada hoja se hinchaba con gotas y el suelo se volvía casi intransitadamente fangoso y en las estaciones secas, los insectos flotaban como el polvo en un rayo de sol de la tarde y una capa de musgo tapizaba cada piedra.

Mis amigos de la escuela y yo pasaríamos días enteros en ese bosque. Identificamos puntos de referencia, pero tuvimos problemas para encontrarlos nuevamente. A veces parecían mucho más separados de lo que recordabamos, otras veces nos damos la vuelta y los encontramos cerca. Así que pese a eso, todas las noches aún nos aventurabamos y salíamos de entre los árboles para dirigirmos a casa, rayados, sucios, y con olor a humedad impregnado del bosque.

Siempre nos asegurabamos de irnos antes del atardecer. Todos sabíamos acerca de la bruja o supuesta bruja,  Incluso algunos de los hermanos y hermanas mayores de mis amigos sabían sobre ella. Nadie sabía lo que les hizo a los niños que arrebató, pero todos tenían una historia que habían escuchado. A veces se comía a los niños y otras veces los transformaba en animales. Todos queríamos encontrarla, al menos ver un indicio de que existiera, y aunque nuestros juegos a menudo implicaban cazar juguetonamente a la bruja, cada uno de nosotros esperaba en silencio que fracasara.

Carlos vio a la bruja una vez. Dijo que estaba caminando a lo largo de un lecho del arroyo. Pocos segundos después de eso dijo que ya no podía escuchar nada: ni la corriente del agua, ni el viento, ni los pájaros y ni insectos. Solo un silencio aturdidor.

Y luego entre tanto silencio se oyó una voz. La voz de una mujer.

Enmascarada en ecos, la voz rodeó su cabeza como si viniera de todas partes a la vez, pero Carlos no sintió miedo. La voz era gentil y le hizo algunas preguntas sobre sí mismo. Al principio eran preguntas simples, autobiográficas; como para descubrir su personalidad. Y ya luego la voz comenzó a hacerle preguntas más difíciles, como si se sentía bien o no cuando mentía, o si alguien podría realmente actuar desinteresadamente, preguntas complejas para un niño a decir verdad.

Y entonces la vio, el cuenta que la vio pero no puede recordar cómo era ella. Dijo que la imagen en su cabeza estaba borrosa.

Los otros niños se rieron de él y dijeron que lo estaba inventando, pero yo no. Si hubiera estado buscando atención, no dejaría de lado la parte más importante. Les daría una historia sobre una vieja arrugada y verrugosa, o tal vez incluso una doncella sobrenaturalmente hermosa que sostiene a su juventud a través de la absorción de niños, pero no. Dijo que la imagen era borrosa. Esa fue la parte que más me asustó.

Un tiempo después de eso, traje al bosque una chica conmigo. Era uno de los únicos lugares donde podíamos estar solos y si no miento quería darle mi primer beso. En esas le contaba historias de fantasmas mientras caminábamos, y fingía señalar señales de lo sobrenatural que nos rodeaba.

La senté en un árbol caído para poder salir del camino y hacer mi necesidad. Cuando regresé, ella se había ido, solo desapareció. La llamé muchas veces con fuerza pero nunca volví a escuchar una respuesta de ella. Grité durante varios minutos antes de rendirme y que mi voz se agotara. Estaba más avergonzado que asustado, tal vez ella me estaba jugando una broma y luego les contaba a todos sobre mi pánico. Pero cuando miré a través de los árboles, me di cuenta de que los grillos habían dejado de chirriar, era ese silencio aturdidor que Carlos había dicho sobre el silencio del bosque cuando se encontró con aquella bruja, el zumbido era tal que sentía desvanecerme.

Allí una ráfaga de viento pasó sobre mi cabeza, miré con prisa y solo ví cruzar una mancha negra de un árbol a otro. Una risa quisquillosa se hizo eco en todo el lugar mientras me sentía asechado, los nervios me aflojaron más aún al recordar que aquella niña que venía conmigo ya no estaba, y la leyenda de aquella bruja del bosque al parecer no era solo una leyenda, después de tanto tiempo podía sentir su presencia, y después de todo era su bosque, más aún no había caído en cuenta que estaba cerca de su cabaña. Fui un idiota al no pensar en eso.

Una vez más la ráfaga de viento pasó por mi lado, una vez y otra vez, venía de todas direcciones y cada vez que veía su nombra correr me tocaba ligeramente alguna parte del cuerpo. El sol caía y tenía miedo, quería marcharme pero ¿y aquella niña con la que venía?, ¿la dejaría a merced de la bruja?

—Dame a la niña, ¡no me iré sin ella! —Grité mirando hacia todos lados.  —¡Dejanos en paz que no te hemos hecho nada!

La misma risa burlona se escuchó pero no hubo respuesta audible, así que insistí.

— ¿Donde la tienes?, ¡déjala tranquila! —Grité una vez más.

En ese momento una mujer vestida de una tela ligera de color negro que la cubría por completo se colocó ante mi con la niña delante de ella tapándole la boca con una mano y sujetándola del cuello con la otra.

—Oh niño niño niño, cuan inocente eres desconociendo la realidad de este mundo ruin y mezquino. —Me dijo aquella bruja con una voz tosca

Tuve miedo, mucho miedo como nunca antes, y nunca más tuve después de eso, pero quise ser fuerte.

— ¿Que me limita a no matarte también y que te coma como haré con esta deliciosa jovencita? —Dice la mujer mientras se hagacha a la altura de la niña y le pasa la lengua por su cara. —Vete niño, hoy me siento piadosa, además no tengo tanta hambre para tragarmelos a ustedes dos.

— ¡No me ire sin ella! —Le dije.

—Ella no va despertar del trance en que está, nunca nadie antes a salido de mi encantamiento.

Allí agarré una piedra del suelo y se la quise aventar y antes de hacerlo ella me dijo:

— ¿Y crees que lo que harás la librará a ella de su destino?, ambos ya tienen trazada su manera de morir y hoy, no es tu día niño, por otra parte, ella...

En ese momento aquella mujer empezó a babear y vi su boca abrirse de una manera exagerada, se abrió tanto que pudo meter en ella la boca se aquella niña. Si, se la empezó a tragar. Yo entré en pánico y salí corriendo, corrí y corrí sin mirar atrás. Lloré pensando en que pude haber hecho algo por esa niña pero el pánico fue más, siento que soy el responsable de su muerte. Al llegar a casa le dije lo sucedido a mis padres y ellos corrieron hasta el sitio pero no encontraron nada, jamás la encontraron, aquella cabaña estaba vacía y por precaución le prendieron fuego hasta sus cimientos.

Mil veces preguntaron que sucedió, mil veces expliqué, unos me creyeron y me dieron por inocente, y otros me dieron por culpable diciendo que fui yo quien atacó a la hermosa Anita.

Pasaron los años y no superé su muerte, incluso hoy la recuerdo cómo recuerdo también el momento en el que le di la espalda, cosa de la que me arrepentiré hasta el día de mi muerte.

Intra Infernum-Historias Reales De TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora