🌸02🌸

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-¡Qué asco!- Exclamé al caer de rodillas al suelo, específicamente en el frío barro.- ¿Dónde estoy?

No reconocía en absoluto el lugar en donde me encontraba y mucho menos con el diluvio que caía sobre mi cabeza. Mi cabeza me decía que estaba en un tonto sueño pero el frío que calaba mis huesos me gritaba que no era así, que tenía que buscar refugio si no quería morir por hipotermia. Corrí hacia donde pude hasta encontrar un techo que cubriría mi cuerpo de la lluvia, no tenía idea de lo que estaba ocurriendo.

-¿Hola?- Comencé a gritar por encima del ensordecedor sonido que emitían las veloces gotas de agua que impactaban en el suelo y salpicaban en los charcos.- ¿Alguien me escucha?

El ruido de la madrera crujiendo se hizo presente a mis espaldas de manera casi inaudible. Sin que lo esperase, una puerta se abrió y de allí se asomó el rostro de una anciana que al ver mi estado no dudó en hacerme señas para que ingresara a la pequeña casa.

-¡Cómo se le ocurre!- Me regañó la anciana mientras me guiaba hacia la improvisada chimenea que había en una esquina.

-No quería molestarla, lo lamento.- Ella no pareció disgustada en lo absoluto pero me sentía como lo que era, una intrusa.

-Viste el tipo de ropa extraña que utilizó la reina.- Me informó.

-¿Disculpe?- Pregunté.

-Nuestra eterna reina, ella vestía una ropa como la suya cuando llegó.- Sonrió con nostálgico cariño.

-¿Me puede decir dónde estamos?- Volví a interrogar.

-Europa.- Me informó.- Antes que lo pregunte, quinientos dieciocho.

-¿Qué?- Por inercia comencé a reír y a negar con la cabeza.- No, no, eso es imposible.

-Le aseguro que no miento, señorita. Debería descansar, la despertaré cuando salga el sol.- La mujer preparó una cama improvisada para mí y no sabía que estaba cansada hasta que mi cuerpo se acomodó entre las cálidas telas, llevándome al mundo de los sueños casi de inmediato.

Estaba caminando por un pasillo sumamente extenso, no parecía tener fin pero al menos se iba iluminando con cada paso. Mis pasos retumbaban por el espacio y hacían eco en mis oídos, la luz cada vez se hacía más potente hasta volverse cegadora. No veía nada, ni siquiera la punta de mi nariz y los murmullos que comenzaba a escuchar no hacían más que ponerme de los nervios.

-Dalila...- Alguien susurró mi nombre muy cerca de mi oreja pero al girar e intentar tantear con mis manos, no había nada. -Dalila...- Susurró nuevamente muy cerca de mí, como única diferencia se encontraba el suspiro que había sucedido después de escuchar mi nombre.

Estaba segura de que era la voz de un hombre, no había forma de equivocarme en eso pero había un gran problema y era que no reconocía esa voz. No tenía idea de quién se acercaba a escasos centímetros de mí y susurraba mi nombre cerca de mi oreja.

-¿Quién eres?- Tomé toda la valentía que pude reunir y ejecuté la pregunta en voz alta.- ¿Quién eres?- Volví a preguntar pero no recibí respuestas. Todo se enmudeció y la oscuridad abrazó mi sueño hasta llevarme a la superficie de éste para abrir los ojos y encontrarme con la supuesta realidad.

El sol se colaba por los espacios que había en el hogar de la anciana e iluminaba mis ojos sin remordimiento alguno.

-Con que tú eras el túnel cegador...- Murmuré mal humorada, dándole la espalda e intentando volver a dormir.

-Vamos, vamos... Arriba.- La mujer apareció de la nada y no dejó de moverme hasta que mi cuerpo se alejó de la cama improvisada.

-¿En qué puedo ayudarla?- Pregunté una vez que me desperecé.

-¿Podría comprar algunas frutas? Llevar una canasta para mí es difícil.- Asentí rápidamente.

-De inmediato.- Sonreí y salí a toda prisa.

Las afueras de la casita eran muy distintas a las que me habían recibido, todo era brillante y hermoso. Comencé a caminar por el lugar hasta llegar al grupo de puestos en el centro del lugar.

-Frutas, frutas, frutas.- Murmuraba con cada paso que daba.

Mientras observaba y tomaba las más bonitas y apetecibles que había, comencé a recordar ciertas palabras dichas por los Sres. De Edevane pero en particular, unas dichas por la Sra. Elizabeth.

"Busca al conde charlatán, él sabrá qué hacer".

¿Quién era ese tal conde charlatán? Y sobre todo, ¿Cómo ella sabía qué pasaría? Algo extraño estaba sucediendo y no estaba enterándome de nada. Sin dejar de darle vueltas a esas y otras preguntas más, terminé de elegir las frutas y de pagar, dirigiéndome nuevamente hacia aquella casa donde me esperaba la mujer que me había brindado techo, el calor de unas mantas y de una chimenea.

-He vuelto.- Anuncié, dando pequeños golpes en la puerta y esperando que la mujer me abriese. No era mi propiedad, no podía entrar como Juan por su casa.

-Oh, que bien.- Ella parecía muy contenta al ver la cantidad de comida y lo brillantes que lucían.

-¿Podría saber su nombre?- Pregunté con duda.

-Sara.- Sonrió con dulzura.- ¿Cuál es el suyo?

-Dalila...- Respondí de inmediato.- Gracias por ayudarme, Sara.

-No es nada.- Restó importancia y se dirigió a lo que parecía ser la cocina.

-Le ayudo.- La acompañé y a pesar de sus quejas, terminó aceptando mi ayuda.

El desayuno fue extrañamente bueno a pesar de ser cien por ciento saludable. Yo no solía comer frutas o verduras pero no me quedaba de otra, tenía que adaptar mi estómago a la situación. Además, no podía ser grosera con quien me ofrecía comida y techo, eso era algo que no iba a hacer jamás. Estaba agradecida con Sara y tan pronto tuviese la oportunidad tenía planeado devolverle cada uno de los cuidados y favores que me había hecho.

-Sara.- Llamé su atención.- ¿Conoce a alguien llamado conde charlatán?

-Por supuesto que no.- Habló escandalizada.- No sé el significado de esa palabra pero por favor, tenga cuidado a quién le habla de esa forma.

-De acuerdo, lo lamento.- Murmuré.

Si tan solo la Sra. Elizabeth me hubiese dicho un nombre claro, todo hubiese sido más sencillo.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora