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Pov Reli

Dalila había tentado mi autocontrol y luego huido, dejándome enloquecido y sin saber qué hacer. Me había dado un baño y sin embargo, poco había hecho pues el recuerdo seguía vívido en mi cabeza. Dalila solo me había besado pero al tratarse de ella, eso significaba mucho. Sus escudos iban siendo bajados con el pasar del tiempo, lo que significaba que comenzaba a confiar en mis palabras y acciones.

-No puedo dormir.- Me quejé, pasando las manos por mi rostro.- Esa mujer...

-¿Pensando en mí?- Giré mi cabeza hacia el lugar de donde provenía su voz.

-¿Qué haces aquí?- Pregunté mientras me sentaba en el colchón.

-Vine a ver si tus heridas estaban bien.- Murmuró.

-Ven.- Comenzó a acercarse a pasos lentos.

-¿Te quitaste las vendas?- Preguntó.

-Eh...- Golpeó suavemente el hombro que no estaba herido.

-Te has bañado y no te quitaste las vendas...- Me riñó.

-Al menos estoy bañado.- Intenté defenderme.

-Alza los brazos, voy a cambiar los vendajes.- Murmuró molesta.

-No entiendo el motivo de tu malestar.- Dalila dejó de quitar las telas y me observó por algunos instantes.

-Si se te pudre la espalda no vengas a llorar.- Me soltó, dejándome perdido.

-De acuerdo, no volverá a ocurrir.- Deseaba reír pero ella se molestaría aún más y no era el efecto que esperaba.

Nuevamente volvió a quitarme las telas y cuando todas desaparecieron, secó mi espalda con cuidado. No había duda, debía haberme portado a la altura de la situación para que la reina me hubiese bendecido con su enviada.

-Avísame si te lastimo.- Avisó.

No le iba a avisar. Ella era quien veía las heridas y si creía que merecían algo de fuerza, entonces para mí estaba bien. Sus toques en ocasiones eran suaves y en otros algo más bruscos pero ella había tenido razón al decir que necesitaba medicina. Desde que me había atendido, el dolor se había reducido bastante y podía mover mis brazos sin sentir ardor en la piel.

-¿Te duele?- Preguntó.

-No.- Murmuré.

-No me mientas.- Me riñó.- Tu espalda está tensa.

-No me duele.- Volví a mentir.- ¡Ah! De acuerdo, de acuerdo.- Admití cuando comenzó a pasar aquella mezcla de plantas una y otra vez por la misma zona.

-No me mientas, Reli.- Jamás me cansaría de disfrutar la forma en que mi nombre se escuchaba en sus labios.

-Espina de la flor.- Murmuré.

-Grano en el culo.- Atacó mordaz.

-No utilices palabras que no conozco.- Me quejé, ella tenía ventaja.

-Ya está.- Ignoró mi queja y se alejó de mi espalda.- ¿Quieres que bese tu hombro?- Preguntó burlona.

-Sí.- Murmuré avergonzado.

No creía que lo fuese a cumplir con mi petición pero lo hizo. Sus cálidos labios tocaron la piel de mi hombro de la misma forma en que me había besado más temprano, con lentitud y suavidad mortal. Aquel simple toque había sido suficiente para que por mi espalda recorriese una sensación desconocida hasta ese momento.

-Ya está.- Susurró, besando mi mejilla.

-Quédate.- Pedí.

-No, eso es imposible.- Era evidente que se negaría pero no perdía nada con intentarlo.

-Bien. Te acompañaré.- Me puse en pie y caminé hacia la puerta.

-¿Por qué?- Preguntó.

-Para evitar que se desvíe y alguien más se vuelva un pretendiente.- Murmuré con malestar.

-Ese tal Hichet...- Sabía que estaba provocándome pero lograba sus cometidos a gran velocidad.

-Dalila, de mi parte él tiene una tumba con su nombre. No me provoques.- Advertí suavemente.

-No tiene nada de malo decir que es atractivo.- Tomé su muñeca y tiré de ella.

-El único que debería llamar tu atención soy yo.- Besé su frente, nariz y barbilla.- Hablo enserio cuando digo que tiene una tumba lista.

-De acuerdo grandulón, vamos.- ¿Qué significaba esa palabra?

Mientras caminábamos, observaba su mano con detenimiento y curiosidad. ¿Qué se sentiría tomar la mano de una mujer? Me había estado haciendo esa pregunta desde que habíamos salido de mi aposento. Quería saber qué se sentía y no me quedaría con aquella duda.

-¿Qué haces?- Preguntó nerviosa.

-Tomo la mano de mi mujer.- Dije sin más, tirando de ella para que retomase el camino.

Se sentía muy bien. Con nuestras manos unidas sentía que ella estaba más cerca de mí y no era de mi desagrado. La tomaría de la mano más seguido, era una promesa hecha en mi cabeza.

-Hasta mañana.- Dijo.

-Descansa.- Bajé mi rostro hasta el suyo para besar sus labios castamente.

Mis intenciones no habían sido más allá de un pequeño beso pero ella tomó mi nuca y evitó que me alejase de sus labios. Volvía a provocarme y en esa ocasión no se lo dejaría tan fácil. Caminé hacia el interior de su aposento sin soltarla, dejando de caminar únicamente para cerrar la puerta. Su cuerpo cayó bajo el mío sobre el colchón, dándonos la bienvenida. Me coloqué entre sus piernas y bajé mi boca a su cuello, besando y lamiendo cada rincón del mismo. Dalila, aunque quisiera aparentar no sentir nada, tenía mis ropajes fuertemente agarrados y suspiraba cerca de mi oreja mientras acariciaba mi nuca.

-Dalila.- Intenté retomar el control de la situación cuando se movió contra mí.

-¿Mm?- Emitió como pudo.

-Debemos parar.- Murmuré con una voz diferente a la mía.

-Lo sé.- Susurró cuando de un solo movimiento me tuvo debajo de su cuerpo.- Lo sé.

-Mi pequeña flor, si sigues moviéndote no podré...- Un gruñido se escapó de mi garganta al sentir aquel lento movimiento.

-¿Quieres que pare?- Preguntó fingiendo inocencia.

-No.- Volví a gruñir.- Solo un poco más.

-Reli.- Se quejó sobre mis labios.- Suficiente.

-Dalila, ni se te ocurra.- Intenté retener su pierna en los costados de las mías.

-Sabes que no tendremos intimidad.- Murmuró.

-No en estos momentos.- Corregí. Necesitaba que ella siguiera haciendo aquellos movimientos de cadera mientras me besaba.

-Deberías darte un baño.- Se burló.

-Tendrías que curarme otra vez.- Le recordé que no tenía forma de escapar.- Me iré, necesito tomar aire.

-Pórtate bien.- Besó mi cuello sin quitar de sus labios su sonrisa.

-Espero que cuando tengas un lindo anillo en tu dedo que indique que eres mía y tu cuerpo esté bajo el mío, no vayas a intentar huir.- Susurré sobre su cabello.

-Entonces pórtate bien.- Murmuró, dando esperanzas a mi corazón.

-Lo haré, todo sea por convertirte en mi mujer.- Besé por última vez su cuello y labios y salí de allí.

Necesitaba del frío aire de la noche si quería esperar a que fuese mi esposa. En un solo día se había nublado mi autocontrol en tres ocasiones. Esa mujer me había hecho sentir placer sin siquiera haberme quitado la ropa. Lo único que tuvo que hacer fue besarme y brindarme caricias inocentes. Aunque claro, para hacerme perder la cabeza utilizó sus caderas para tentar nuestros cuerpos.

-Creo que he comprendido el significado de aquella palabra...- Murmuré sonriente.

Amor.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora