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-Dalila, dime algo...- Pidió con cautela.

-Si vuelves a comportarte como un idiota te romperé la nariz.- Amenacé.

-No lo haré.- Intentó colocar sus manos en mi cintura pero me alejé.

-No.- Respondí tajante.

-Dalila.- Lloriqueó.

-No te muevas.- Suspiré cansina. Si seguía moviéndose no podría colocarle los vendajes como eran debidos.

-Dalila, no puedo estar quieto si ni siquiera me miras.- Ante su queja, le dediqué una mirada.- No así.

-Ya.- Informé.

Reli en un último intento por arreglar la situación, se abrazó a mi cintura con fuerza.

-Fracci.- Me quejé.

-No.- Se rehusó a liberarme.- Estás siendo cruel por algo que no hice.

-Eso no lo sé.- Me crucé de brazos.

-Te lo he explicado por todos los medios posibles, Dalila.- Por primera vez en todo ese día me veía a los ojos y sentí culpa.

-Escucha, esto ya no tiene que ver contigo sino conmigo.- Su ceño se frunció profundamente sin que alejase su mirada de la mía.

-Olán.- Murmuró.- Lo que él dijo.

No podía decirle que no porque era cierto, lo dicho por Olán me había causado dudas. Nuevamente comenzaba a dudar sobre la veracidad de las palabras de Reli.

-Voy a matarlo.- Susurró, saltando de la cama y escapándose de mi intento de agarre.

-¡Reli!- Salí corriendo detrás de él.

-¡Dígale!- El pobre chico estaba pálido y confundido. Fracci lo había tomado desprevenido mientras dormía.

-¿Q... q...qué?- Tartamudeó lo que en la mañana era un provoca problemas.

-Dígale que lo dicho por usted en la mañana no tiene nada que ver con el presente.- Ordenó con rudeza.

-Es... es evi...vidente.- Murmuró con los ojos muy abiertos.

-No, no lo es.- Bramó.

-Fracci.- Quise intervenir.

-Escuche, Dalila.- Habló apresurado el rubio.- Este hombre va a matarme si no lo perdona. Le... le juro que no ha hecho nada.

-Fracci.- Volví a llamar.- Reli, es suficiente.- Tomé sus manos y soltó a Olán.- Vámonos.

Arrastré el pesado cuerpo del conde nuevamente hasta su habitación, donde cerré la puerta y no me moví de ella. De sus ojos comenzaba a irse el coraje y la impotencia para dar paso a la culpa.

-Pudiste haberlo matado.- Dije, intentando no escucharme alterada.

-Lo siento.- Murmuró.

-Tienes serios problemas, Fracci.- Alcé mi dedo índice y lo señalé.- Necesitas controlarte.

-Lo sé. Perdí... Perdí el control.- Susurró.

-Ve y discúlpate con él y regresa.- Ordené bajo su atenta mirada.- Si escucho otro caos te cortaré las piernas.

-De acuerdo.- Murmuró antes de salir.

El conde Fracci tenía grandes problemas con el control de sus emociones y eso era preocupante. No sabía cómo manejar la situación o cómo ayudarlo, era lo más parecido a estar atada a una bomba de relojería y no querer soltarse de ella.

-¿Ya?- Pregunté al verlo llegar.

-Sí.- Asintió.- Te juro que me controlaré.

-Me preocupa tus formas de mostrar tu desacuerdo o malestar.- Me sinceré.

-Dalila, estoy intentándolo aunque le aseguro que jamás había reaccionado así antes de tu llegada.- Murmuró pensativo.

-Entonces es mi culpa.- Solté sin pensar demasiado en mis palabras.

-No.- Respondió tajante.- Solo no sé manejar aquello que sucede a tu alrededor.

-Ven.- Murmuré. Parecía haber estado esperando aquel momento durante mucho.- Ya está, ya pasó.

-No volverá a ocurrir, me comportaré según mi edad.- Prometió, mientras me abrazaba y escondía su rostro en el hueco de mi cuello.

-Deberíamos dormir.- Murmuré sin saber qué hacer.

-Te acompaño.- Tomé su rostro y besé castamente sus labios.

-Espero que realmente no me hayas mantenido relaciones sexuales con nadie.- Suspiré cansina.

-No lo hice.- Aseguró.

-Bien.- Murmuré.

-Duerme conmigo.- Dijo.- Solo por hoy.

-Reli, sabes que eso está mal visto.- Sentí su sonrisa sobre mi piel al escuchar su nombre.

-Mantendré mis manos quietas.- Ese chico tenía algo que no me permitía negarle ciertas cosas.

-Por hoy.- Accedí.- Vamos.

Pov Reli

Nuevamente había perdido el control de mis acciones y sentía vergüenza de ello. No podía continuar actuando así, debía cuidar mi estatus y sobre todo, no debía asustarla.

-Duerme.- Murmuró en mi pecho.

En respuesta a su orden, acaricié su espalda y la acerqué más a mí. No podía permitir que mi malestar tomara control de mi cuerpo nunca más. Quería hacerla feliz y demostrarle que podía ser mejor pero lo ocurrido con ese prifactano había hecho que Dalila desconfiara de mí. Olán era un aliado pero no mentía cuando decía que tenía una tumba con su nombre, él mismo lo sabía. Hichet era consciente de que lo ocurrido con la reina no había sido olvidado y que no debía meterse con mi pequeña flor si quería seguir respirando.

-Te juro que no hice nada.- Susurré al oído de la ya dormida Dalila.

No mentía, ni siquiera había sentido la necesidad de observar a otra mujer. Me había dedicado únicamente a quejarme de Hichet mientras caminaba y a beber vino en la cantina. Sí, algunas mujeres se habían acercado pero al ver que no iba a hablarles o seguirlas, se alejaban molestas. Olán era testigo de ello, se había sorprendido al ver que ni siquiera las observaba para rechazarlas.

Aún podía recordad con claridad los últimos pedazos de la conversación en la cantina del pueblo.

-La señorita Dalila ha logrado una hazaña.- Murmuró Hichet.- Debería decirle.

-¿A qué se refiere?- Hablé por primera vez en todo el tiempo que llevaba allí.

-Sus sentimientos, por supuesto.- ¿Desde cuándo él y yo manteníamos ese tipo de conversaciones?

-Estamos bien por el momento.- Tomé de un solo trago lo que quedaba en la copa y salí de allí para ir al lugar en donde habíamos sido acogidos.- Ella va a matarme...- Murmuré al notar que era de noche.

Sonreí sin poder evitarlo porque había tenido razón, ella me iba a matar. Estaba tan molesta que no hablaba pero se veía reflejado en sus ojos. La desconfianza y el malestar brillaban en sus ojos y todo lo que había repetido durante el camino se me olvidó de inmediato. En otras ocasiones había tenido que tratar con mujeres molestas porque les había prohibido la entrada al castillo después de un encuentro pero con Dalila era diferente. Ella estaba molesta por mi actitud y huida, desconfiaba completamente de mi sinceridad y no estaba dispuesta a perdonarme.

Y aunque sonase extraño, aquellas nuevas emociones que se desataban gracias a ella, hacían que estuviese más decidido aún de hacerla mi mujer. Ella fue hecha y enviada para mí, para salvar mi alma de las llamas que la consumían y mostrarme que había algo más que solo intimidad con cientos de mujeres y vino.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora