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Todo era un caos afuera de mi habitación. Abrí la puerta y asomé mi cabeza para ver qué era lo que sucedía. Los guardias corrían hacia la entrada y lo comprendí todo, Reli Fracci y Heit. Corrí hacia allí sin importar que en aquel momento estuviese desobedeciendo una orden directa del conde. Al llegar, ambos se estaban golpeando mutuamente y los guardias no podían o no se atrevían a separarlos.

-Quítate.- Le dije a un guardia.

Si Heit seguía pegándole no viviría para contarlo y aquel conde no dejaría su cadáver tranquilo. Como pude, me coloqué entre ambos y los separé, empujándolos a ambos hacia atrás.

-Suficiente.- Grité.- ¿Acaso no se avergüenzan?

-Él comenzó.- Se excusó el conde sin quitar su furiosa mirada de Heit.
-No le he preguntado.- Respondí con brusquedad.

-Llévenselo.- Ordenó Fracci y de inmediato se acató su orden.

-No, espera.- Intenté que él entrase en cordura.-Conde...

-No.- Tiró de mí y me arrastró hacia sus aposentos.

Podía asegurar que jamás lo había visto tan molesto como ese momento. Su quijada parecía estar a punto de reventar y sus nudillos blancos por la presión que ejercía, se hallaban bañados en sangre.

-Siéntese.- Ordené, mientras buscaba algo que me ayudase a limpiar sus heridas y a curarlo.

-¿Qué hace?- Preguntó secamente.

-Cierre la boca.- Volví a ordenar.

Pese a sus múltiples intentos por alejar sus golpes de mí, terminó por ceder y dejarse ayudar. Cada tanto hacía muecas de dolor o murmuraba palabras que no podía entender pero no alejaba su mirada de mis movimientos y eso me intimidaba.

-¿Por qué?- Pregunté.- ¿Acaso está loco?

-Él me provocó.- Alejó su rostro del pedazo de tela que estaba utilizando para retirar la sangre.

-No son niños, conde. Usted tiene un estatus que mantener y él no debe meterse en problemas.- Lo reñí.- No le haga nada.

-Por lo mismo, Dalila. Tengo que mantener un estatus e imagen y ningún pretendiente puede intentar ir por sobre mis órdenes.- Sujetó mi muñeca con delicadeza.- No lo defienda.

-Tengo qué. Usted tiene quienes lo defiendan.- Sabía que le molestaba que me pusiera de parte de Heit pero no podía no hacerlo.- No le haga daño o no se lo perdonaré nunca.

-Me enferma que lo defienda y me amenace por él.- Escupió con rabia.

-Hablo enserio.- Murmuré.

-No puedo liberarlo sin más.- Habló más relajado.- Pasará unos días en el calabozo y espero, Dalila, que se mantenga lejos de él.

-No puedo hacerlo.- Sus manos se fueron ciñendo en mi cintura y las alejé rápidamente.- No me toque.

-Es un intercambio Dalila.- Sonrió de lado.- Saldrá ileso pero usted no podrá volver a acercarse o hablar con él.

-Que yo no me acerque no significa que él no lo vaya a hacer.- Murmuré molesta.

-Ya me encargué de eso.- Dejé de limpiar sus heridas y lo miré fijante a los ojos, él había mandado a hacer algo.

-¿Qué le hizo?- Pregunté dudosa.

-Nada.- Murmuró sonriente.

-Conde.- Advertí cuando una idea pasó por mi cabeza.- No puede tocarlo, es el futuro esposo de su prot...- En cuestión de segundos mi cuerpo se encontraba bajo el suyo.

-No me provoque.- Me advirtió.- Podría perder la cabeza e ir a torturarlo yo mismo.

-No lo hará.- Aseguré.

-¿Por qué está tan segura?- Frunció el ceño con confusión.

-Porque lo sé.- La realidad era que solo aseguraba cosas por las que no podía poner las manos al fuego.

Me dispuse a sentarme en la cama mientras alejaba el cuerpo del conde con mis manos en su pecho. Él, tal y como había hecho la noche anterior, sujetó una de mis manos y la colocó sobre su corazón, dejándome sentir nuevamente lo rápido que latía.

-Debería revisar un cardiólogo.- Murmuré.

-No sé lo que sea pero lo haré luego.- Murmuró antes de acortar el espacio que había entre nosotros.

Sus labios danzaban sobre los míos de manera delirante. Me besaba con delicadeza y acariciaba mi mejilla de la misma forma, tomando casi absoluto control de mi cuerpo. Sin embargo, no podía continuar con eso, tenía que darme a respetar y asegurarme de que Heit estuviese bien.

-No.- Murmuré con dificultad.

No mostró signos de haberme escuchado y si lo había hecho, no le había importado. Sostenía mi nuca mientras besaba y mordía mis labios. Ese hombre era un buen besador y me resultaba imposible pensar que no se había besado con sus visitas diarias.

-No.- Zanjé, alejándome por completo.

-¿Por qué?- Preguntó un ardiente conde. Su cabello castaño estaba desordenado y sus labios rojos e hinchados, haciéndolo ver como un dios griego o en ese caso, medieval.

-Ya le he dicho que no soy una de sus visitantes.- Terminé de ponerme en pie y me alejé de aquel colchón.

-Y yo ya le he dicho que no beso a esas mujeres por lo que no es una de ellas.- Su explicación solo me molestó aún más.

-¿Entonces qué? ¿Soy otro tipo de mujerzuela?- Mi pregunta formulada entre gritos lo dejó sorprendido.- Por supuesto...

-Espere.- Lo escuché decir antes que el portazo ahogase por completo su voz.

Caminé deprisa hacia donde creía que se encontraban los calabozos y bajé las escaleras con sigilo. Habían algunas personas encerradas en los pequeños espacios y otros que custodiaban las celdas. Era un lugar tétrico, frío y oscuro, perfecto para una película de terror.

-No le he permitido la visita.- La voz del conde se hizo eco por todo el lugar.

-No lo necesito.- Escupí, comenzando a caminar.

Era horrible caminar y que alguno de los presos golpearan las celdas y lanzaran comentarios morbosos. Tenía que admitir que había metido la pierna hasta el fondo y que en esos momentos estaba por hacerme pis encima.

-¡Silencio!- Bramó el conde a mis espaldas al notar mi incomodidad.

Para ser un conde cobarde, todos hacían lo que él ordenaba, situación que me parecía chocante y confusa. Debía ser bastante despiadado al dar órdenes, por supuesto, como él no era el que tenía que ensuciarse las manos, qué más daba.

-Heit.- Susurré al verlo ensangrentado.- Déjame entrar.

-No.- Respondió tajante.

-Conde, él está herido.- No lo había mirado a los ojos hasta ese momento y me arrepentí al instante.

-No.- Volvió a decir, mirándome con aquellos ojos fríos e irascibles.

-Puede morir.- Insistí.

-No es mi problema.- Negué repetidas veces e intenté al menos tocar su mano por entre un pequeño espacio.

-¿Puedes oírme?- Le pregunté a Heit con preocupación.- Si muere...

-No es mi problema.- Repitió.

-Si muere le juro que no se lo perdonaré.- No pareció importarle mi amenaza. Se giró sobre sus pasos y mi desesperación aumentó.- Acepto.

-¿Qué?- Preguntó confundido cuando sus pasos se detuvieron abruptamente.

-Me alejaré pero sáquelo de aquí y bríndele ayuda médica.- Se giró lentamente hacia mí y me miró con lo que pareció ser satisfacción.

-Ya escucharon, llévenlo arriba y busquen al médico.- Ordenó.- Espero que tenga palabra.

-Yo espero que usted la tenga.- Solté, pasando por su lado y alejándome de allí.

Había aceptado su tonto juego y cumpliría con mi palabra a menos que él no lo hiciese.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora