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Era de día y no había dormido lo suficiente pero podía sobrevivir con lo descansado. Mi única prioridad en ese momento era no encontrarme con el conde y evitar a toda costa que viese a Heit pero era evidente que la vida me detestaba incluso años atrás en el tiempo. Sara, la dulce viejecilla que me había ayudado cuando estuve bajo aquel diluvio, se encontraba caminando hacia nosotros con el conde a su lado.
 


-Sara…- Murmuré, masajeando mi tabique.

-Buenos días.- Saludó ella, tan fresca como una lechuga.

-Conde, Sra. Sara.- Saludó respetuosamente mi compañero.

-Buen día.- Quien en la noche se había presentado como Reli Fracci, saludó secamente a Heit.

-Bueno, ya nos vamos.- Murmuré.

-¿Ya?- Preguntó la anciana con falsa incredulidad.- Vayan con cuidado, completo cuidado.

-Por supuesto, Sra. Sara.- Heit mostró su mejor sonrisa sin entender a qué se refería ella.

-¿A dónde van?- Preguntó el conde con su desgarradora frialdad.

-Le terminaré de mostrar la ciudad, conde.- El castaño no pareció satisfecho y el moreno no mostró temor.

-Bien.- Murmuró Reli, mientras su atenta mirada veía cómo me acercaba lentamente a Sara.

-Deténgase.- Le murmuré a ella por lo bajo.

-No quede embarazada.- Murmuró ella con una enorme sonrisa.
 
El conde Fracci apretó tanto su quijada que pareció que se rompería en mil pedazos en cualquier momento. No comprendía el motivo por el que Sara quería ver el mundo arder y que yo estuviese en el centro del incendio. Entendía perfectamente que estuviese aburrida y que él, al ser nuestro protector, tuviese cuidado con quién habláramos pero de ahí a hacer lo que hacían era algo muy distinto.
 
-Nos vamos.- Me despedí alzando mi mano al aire y arrastré a Heit lejos de las escaleras en las que dos pares de ojos nos observaban.

-¿Qué le apetece ver?- Preguntó el hombre a mi lado.

-No lo sé, todo es bonito y atrayente.- Respondí casi hipnotizada por la belleza del lugar.

-Utiliza palabras extrañas pero me agrada.- Se rio de mí.

Cuando Heit se reía, unos tiernos hoyuelos se formaban en sus cachetes, haciéndolo ver mucho más pecaminoso de lo que ya era. Él tomó mi mano, la llevó hacia sus carnosos labios sin alejar su mirada de la mía y depositó suaves besos en cada uno de mis nudillos.

Su mano cubrió la mía y me guio por lugares que el día anterior no habíamos podido visitar. Me contó las historias de todos los lugares en los que nuestras miradas caían y contestó todas y cada una de mis preguntas. Nunca soltó mi mano y tampoco mostró incomodidad porque lo vieran así con una completa desconocida.

Cuando el sol dejó de maltratar nuestras pieles me llevó hacia el castillo del conde, prometiendo que al día siguiente volvería a buscarme. También, me invitó a asistir a una de las reuniones religiosas que se hacían en Sdon y accedí, por supuesto que iría. Me coloqué frente a él, en un escalón más arriba para no sentirme tan pequeña y pidiese hablarme sin necesidad de mirar hacia abajo.
 
-¿Le han dicho que es la mujer más hermosa de todo Sdon y más allá?- Preguntó, acercando su cuerpo al mío.

-Eso es una exageración.- Murmuré sonrojada.

-En absoluto. Cuando aparece, las estancias se iluminan y cuando su rostro toma una tonalidad rosada, el tiempo parece detenerse.- Ese hombre… Bajé mi rostro para ocultar mi rubor pero él tomó mi barbilla para que lo mirase a los ojos.- No debería sentir vergüenza.

-No puedo evitarlo.- Nuevamente sus hoyuelos se hicieron presente y con ello, terminó de cerrar el espacio que había entre nuestros cuerpos, besando mi frente.- ¿Qué hace?

-Intento conquistarla, hermosa dama.- Heit era muy directo para ese tipo de temas.

-Debería dejar de intentarlo desde este momento.- La voz del conde Fracci quebró la cálida atmósfera.- Es mi protegida y no está aquí para conseguir un esposo.

-Conde.- Heit hizo una corta reverencia.- No pretendo faltarle el respeto pero…

-Entonces no lo haga. Ahórrese sus palabras y comprenda que la señorita aquí presente no está buscando pretendientes.- Iba a protestar pero perdí todo el valor cuando me dirigió una de sus frías miradas.- Entre.

-Hasta luego, Heit.- Bajé el escalón que nos separaba y besé su mejilla, ignorando por completo la abrupta respiración del conde.
 
No quería verlo a los ojos, no me atrevía a hacerlo, por lo que solo pude ver su tensa postura. Esperé por él unos pasos arriba de donde estaba y cuando estuvo cerca, me dispuse a caminar. Fracci sujetó mi brazo como mi padre lo había hecho el día que me había escapado para tomar alcohol. Él no estaba molesto, se encontraba furioso y me guiaba a una habitación a la que nunca había ingresado hasta ese momento.

Una vez dentro de lo que pareció ser su despacho, cerró la puerta con brusquedad y exhaló de la misma forma. Fracci apoyó sus manos en el escritorio sin emitir ni una sola palabra y se quedó allí por algunos minutos, dándome la espalda y encorvado.
 
-¿Qué cree que hace?- Habló en voz baja, intentando calmar su malestar.

-Me despido de un conocido, por supuesto.- Él se giró hacia mí de manera lenta.

-Eso no pareció ser una despedida.- Su oscurecida mirada analizaba todos mis movimientos.

-Puede creer lo que quiera, conde.- El estruendo que ocasionó el fuerte golpe de las manos del conde sobre el mueble de madera me hizo saltar en el mismo lugar.

-Jamás pensé que utilizaría las mismas palabras que utilizó el rey de Britmongh en su momento y mucho menos que entendería lo que sentía cuando la reina no obedecía sus órdenes pero mire, por su culpa estoy comprendiendo  y haciendo cosas que no quería.- No entendía nada de lo que había dicho. ¿Qué tenían que ver los Sres. de Edevane en eso?

-Yo no tengo la culpa de nada, señor.- Lo señalé.- No me culpe por su comportamiento errático e irascible.

-No utilice palabras extrañas conmigo, Dalila.- No me había percatado del momento exacto en que nos habíamos acercado el uno al otro.

-Entonces no me dirija la palabra.- En sus labios se formó aquella sonrisa que aparecía cuando estaba en su punto más alto de malestar.

-Bien.- Susurró con frialdad.- Vaya a su aposento y no salga a menos que se le ordene.

-Tú no…- Alzó su mano frente a mi rostro.

-No vuelva a dirigirse a mi persona.- Zanjó, dándose la vuelta y culminando con el intercambio de palabras.
 
El conde Fracci era un completo idiota. No me importaba si quería o no, volverme a hablar, con tal de que me dejase en paz era suficiente.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora