-La señorita no quiso presentarme a su pretendiente.- Dijo él.
-Bueno, yo me voy a…- Los pocos pasos que había dado fueron en vano, Sara me tomó del brazo y volvió a colocarme en el lugar donde antes me encontraba.
-¿Por qué no se lo presentó?- Ella sabía perfectamente lo que estaba haciendo.- Es alto, moreno y de muy buen ver.- Le describió al conde.
-¿Ah, sí?- Su voz era tan calculadora que me hacía sentir escalofríos recorrer mi espalda.- Espero poder conocerlo.
-Mañana vendrá a buscarla, se lo presentaremos.- Aseguró Sara.- Buenas noches.
No importaba cuantos pasos diera, sentía su mirada destrozar mi nuca y espalda con violencia. Solo quería llegar a la habitación y no salir de ahí hasta nuevo aviso.
-¿Quiere dejar de intentar que nos maten?- Le pregunté a una anciana que se veía muy divertida por la situación.-¿Acaso no vio eso?- Me preguntó.- Parecía querer encerrarla y no dejarla salir más.
-Sara, si no vuelvo a ver la luz del sol por su culpa voy a odiarla.- Le advertí aún nerviosa.
-Donde el conde la encerraría no sería precisamente en un calabozo.- Aseguró con tranquilidad.- Sería encerrada en los aposentos del conde y él mismo se encargaría de usted.
-Qué cosas dice, mujer.- Esa mujer no tenía filtros.
-Se lo digo, esto es el principio.- Asintió e ingresó a su habitación, dejándome estupefacta.
Paso tras paso me repetía que no mirase hacia atrás si quería dormir tranquila pero tenía curiosidad. Estaba indecisa pero al final ganó mi diablillo interno y me giré para ver si la sensación de ser observada solo era sugestión.
-Santa mierda.- Murmuré. Él seguía allí, asesinándome con la mirada.
Me giré y caminé a pasos rápidos el poco tramo que faltaba para llegar al dormitorio. Una vez en el interior, comencé a tocar mi rostro para asegurarme de que su mirada que lanzaba balazos, no hubiese destrozado mi cara.Decir que había intentado dormir se quedaba corto. Había dado tantas vueltas en el colchón que comenzaba a parecer un trompo y aun así no conciliaba el sueño. Cada que cerraba los ojos, su interrogatorio volvía a mi mente y sus ojos no abandonaban mi cabeza en ningún momento.
-Ay, Sara… Vas a causar nuestra ejecución.- Hablé en voz alta.
Cansada de pensar, salí de la cama para distraer mi cabeza. Mis pies hicieron contacto con el frío suelo y con sumo cuidado abrí la puerta para no hacer ruidos innecesarios. Caminé bajo la tenue luz de las fogatas hasta llegar a la puerta principal donde hice lo mismo que con la puerta del dormitorio. La noche era realmente fría pero pareció ser lo adecuado para olvidar todo lo sucedido. Me senté en los escalones y alcé el rostro hacia el cielo.
-Jamás había visto tantas estrellas.- Murmuré encantada.
Por alguna extraña razón alcé mi mano izquierda hacia el oscuro manto que cubría Europa con elegancia y esplendor. Cerré mi mano en un puño y lo bajé, era una especie de simbolismo, desde mi perspectiva había podido tocar las estrellas.
-Puede enfermar.- Me informó la voz del conde a mis espaldas.-Puede.- Repetí el comienzo de sus palabras.
-¿Espera a alguien?- Preguntó.
-¿Quién vendría en estos momentos?- Lo miré con el ceño fruncido.
-Un amante.- Respondió secamente.
-En mi época, amante no es algo bueno.- Le informé.- Para haber pasado bastante tiempo con la Sra. Elizabeth, no parece conocer demasiado.
-¿Qué significa amante en su época?- Se sentó a mi lado sin preguntar si me molestaba su presencia o no.
-Un chillo o amante es la persona con la que le es infiel alguien a su pareja.- Expliqué cortante.
-No me refería a eso.- Dijo rápidamente.- Utilizaré el término pretendiente.
-Lo sé y ese es más adecuado.- Murmuré.
-¿Cómo están los reyes?- Preguntó, rompiendo el silencio.
-Bien, forman una buena pareja y equipo.- Respondí con sinceridad.
-¿Hijo o hija?- Volvió a preguntar.
-Una hermosa niña.- Susurré al recordar a la pequeña niña que me llamaba “Lila”.- La sonriente Thabita.
-¿La llamaron Thabita?- Preguntó asombrado.- Debió ser idea de la reina.
-Eso no lo sé.- Murmuré.
-¿Está molesta?- Él no parecía querer cerrar la boca.
-¿Por qué lo estaría?- Pregunté.- Mire, no lo conozco. De hecho, ni siquiera sé su nombre, ¿por qué estaría molesta?
-No lo sé señorita, es usted la mujer más complicada que he conocido.- Ya no parecía aquel hombre furioso que no dejaba de observarnos en el pasillo.- Conde Reli Fracci, veintinueve años, como lo llaman ustedes.
-Para tener casi treinta, actúa como alguien de dieciséis.- Murmuré burlona.
-Deje de insultarme.- Habló cansino.- Preséntese.
-Dalila Posh, veinte años.- Sorpresivamente tomó mi mano e hizo lo mismo que había hecho Heit horas antes, besar mis nudillos.
-Un placer, señorita Dalila.- Mi mano quemaba bajo su delicado tacto.- ¿Ha descubierto el motivo de su viaje?
-Suposiciones, solo eso.- Alejé mi mano de la suya sin parecer grosera.- Creo que quería que lo ayudara.
-¿Ayudarme?- Asentí.- ¿A qué?
-A no enloquecer.- Alcé los hombros, restando importancia.
-Debo informarle que no está haciendo bien su labor.- Murmuró.
-Que usted no tenga tolerancia no es mi culpa.- Me excusé.- Yo solo le aconsejé.
-Interrumpió un momento íntimo.- Hizo énfasis en la palabra “íntimo”.
-Cierre la puerta y nadie tendrá que hacerlo por usted.- Asentí repetidas veces.
-No tenía porqué pasar por mis aposentos.- Frunció el ceño.
-Entonces, conde, tápele la boca para que nadie piense que es un cerdo siendo asesinado.- Sonreí falsamente.
-No sea grosera.- Pareció un cachorro curioso al girar su cabeza hacia un lado.
-No soy grosera, soy sincera. Sus gritos lastimeros hacían sangrar mis oídos.- Me puse en pie e ingresé al castillo.
Creí que se quedaría allí por un tiempo más y que podría irme a mi habitación sin ningún problema pero de eso se trababa, había creído. Una de sus manos sujetó mi antebrazo y tiró de mí hacia no sabía dónde.
-¿Qué hace?- Pregunté, alterada por no tener mi espacio personal.-Usted puede comentar sobre lo que debo o no, hacer mientras estaba en mis aposentos, entonces le haré lo mismo.- Informó.- Si no quiere que la vean semidesnuda, entonces no se vista frente a la puerta.
-Usted debería haber tocado la puerta.- Golpeé su pecho con mi dedo índice.
-Usted no debería haber estado caminando por donde no tenía permitido.- Golpeó suavemente mi frente con su dedo.
-Ya le dije porqué.- Terminé de separarlo de mí de un empujón.
Retomé el camino que había comenzado a recorrer después de salir de aquel disimulado escondite en el que nos había metido. Sabía que caminaba unos pasos más atrás de mí porque yo no tenía zapatos puestos y él sí.
-Debo decirle una última cosa.- Alzó la voz y me detuve para que dijese lo que tenía que decir.- Tiene unas muy bonitas piernas.
Cerré ambas manos e hice presión, mi rostro ardía por sus palabras. Se había fijado en mis jodidas piernas y lo reconocía abiertamente. Me giré para encarar a ese gran charlatán y lo encontré con una enorme sonrisa en los labios y un brillo juguetón que se encontraba en su mirada. Volví a girarme y pisando fuerte llegué a la habitación, cerrando de un portazo cuando escuché su risa.
Dalila: 2. Conde charlatán, frustrado y salido: 2.
Ese conde era un imbécil pervertido.
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La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]
Fantasía💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe su copia o adaptación.💫 •Tercer libro de la saga EE.• •Recomiendo leer los primeros dos libros para entender lo que sucede.• El libro ha vuelto a hacer de las suyas, ahora solo qu...