Capitulo 9

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En un segundo me agaché a gatas y sin verla a la cara respondí: — Lo lamento ama, es que estaba muy cansada para gatear. Mis disculpas.

Todo salió de mi sinceramente, no quería ser castigada de nuevo. Ella solo me observaba.

— Dame tu correa. — la tomé con mi boca y me dirigí hacia ella para dejarla sobre su mano.

Nos dirigimos hacia la segunda planta y yo caminaba temblorosa, no quería ir a la misma habitación.

— Ama, de verdad lo lamento. Se lo juro, no volverá a suceder. — hablé sollozando a lo que ella decidió ignorarme.

Caminamos hasta su habitación para entrar en ella. Me pidió desvestirla y así lo hice. Yo la veía un poco más relajada porque no tenía la vara ni estábamos en la otra habitación.

Me ordenó ponerme arriba de la cama en la orilla.

— Abre tus piernas lo más que puedas, pega tu rostro a la colcha y pon tus manos sujetando tus tobillos.

Una vez estuve en esa posición sentí unas esposas en mis manos y tobillos sujetando ambos con fuerza.

No la veía, tan solo podía escuchar sus pasó por la habitación, había salida de ella y escuchaba cómo abría otra puerta y cerraba la misma para volver conmigo.

La vi entrar, pero solo me asusté más. Peor que cuando vi la vara. Traía puesto una tanga con un dildo de plástico. No iba a utilizar eso. No en mi.

— Ama... — sollocé.

— Silencio perra. — sentí como se acercó a mi y empezó a acariciar mi coño con su mano. Estaba evitando pensar en su tacto para no mojarme, no era tonta, sabía lo que quería hacer.

No pude resistir más, ya que sentía sus dedos moverse en forma circular sobre mi clitoris, estimulándome cada parte de mi coño. Sin pensarlo, ya estaba lo suficientemente mojada. Mis labios escurrían de ella.

Sentí como posaba en mi entrada la punta del dildo y lo iba introduciendo lentamente en mi. En esta posición, sentía que podía entrar hasta llegar a mis tripas. Era como si le diera una nueva profundidad.

Ya estaba entrando y saliendo de mi. Sentía una mezcla de dolor junto a placer. Se sentía bien, jodidamente bien. Había mantenido relaciones con Aarón solo un par de veces, unas 3 veces a lo mucho. Pero esto se sentía mucho mejor que con él.

Sentí como tomó mi coleta y tiraba de ella hacia atrás mientras golpeaba con fuerza mi coño con el dildo. Me dolía porque mi trasero aún estaba sensible por los azotes.

Solo soltaba pequeños gemidos de placer.

— ¿Quien eres? — preguntaba jadeando.

— Soy su putita personal Mi Ama. — respondí con la respiración entrecortada.

— ¿Para que estás aquí?

— Estoy aquí para satisfacer sus deseos, complacerla, hacerla feliz y hacerla sentir orgullosa de mi, ama.

Siguió cogiendome durante un rato, hasta que sentí que me iba a correr y así lo hice, me vine soltando una oleada de jugos sobre el dildo junto un grito de placer.

— ¿Pediste permiso para venirte?

Mierda.

— N-no ama. Lo lamento ama.

Sentí como me giró para quedar boca arriba y con la cabeza colgando. Pude ver su dildo mojado con mis fluidos.

— Abre. — No, no quería, no quería. — abre la maldita boca pequeña perra. — soltó un golpe en mi teta derecha, a lo que yo solté un quejido y abrí mi boca.

Introdujo su dildo y empezó a follarme la boca sin desconsideración. Nunca había hecha un oral, está era mi primera vez y no la había imaginado de esta forma.

Sentía que me ahogaba, no lograba entrar aire a mis pulmones y como si ella leyera mis pensamientos, lo sacó de un solo movimiento. Tosí para tomar una gran bocanada de aire.

Me soltó de las esposas y se retiró el dildo.

— Date una ducha en tu recámara y vuelves a mi. — me miró y antes de bajar de la cama me dió un beso que yo correspondí.

— Si ama, vuelvo enseguida.

Fui a mi habitación a gatas y me di un baño, fue doloroso porque mi culo estaba muy sentido. Me ardía cualquier contacto que hubiera en el.

Me vi en el espejo de cuerpo completo que había en el baño y vi la vara marcada en mi trasero. Estaba rojo con lados morados. Con razón me dolía.

Una vez terminé mi ducha, ni si quiera me seque el cuerpo y regresé a la habitación con mi ama. Al parecer me había perdonado el caminar derecha. Eso me aliviaba.

— Ama, ya volví. — respondí entrando a su habitación.

— Bien, espérame en la puerta. — me senté como era debido y puse mi correa en la argolla.

La vi ponerse un brazier a juego con la tanga color negra de encaje. Vi que tomó unas esposas y las depositó sobre la cama. Se dirigió a su tocador, a una pequeña máquina en donde vació dos cucharadas de piedras en ella.

Al poco tiempo, olí la cera, aquella que utilizaba mi amiga para sus piernas y coño.

— A la cama boca arriba con las piernas flexionadas. Una en cada poste. — tomé mi correa y me dirigí a la cama poniéndome en la posición que ella me había pedido.

Sentí como amarró con esposas mis pies y manos. Tenía miedo. Si iba a suceder lo que creía, me daba miedo. Nunca lo había hecho.

— Sentirás que está caliente, pero no quemará.

Y si, empecé a sentir como embarraba la cera en mi coño, pegó una hoja y de un solo tirón me arrancó gran parte de mi vello. Solté un grito por la impresión, no por el dolor. Estaba sorprendida porque creí que dolería.

Repitió el proceso por todo mi coño y mi culo hasta sentir sus dedos acariciar mi zona sin ninguna obstrucción. Me desató y la vi.

— Baja a hacer la comida — me bajaba de la cama para posicionarme como debía. — una ensalada verde.

— Si ama. — me dispuse a tomar mi correa cuando escuché su voz de nuevo.

— Espera, regresa aquí putita. — me ofendía cada que me llamaba por algún nombre que no era el mío. Era humillante.

Me acerqué a ella y sentí como cepillo mi pelo para formar de nuevo una coleta alta y bien amarrada.

— Puedes irte, pero primero besa mis pies. — levantó ligeramente uno de ellos.

Me agache despacio y bese cada uno de sus pies. Solo esto me faltaba. Me giré para salir de la habitación.

Baje a la cocina y preparé la comida. Una vez lista, subí por Mi Ama para avisarle. Ambas bajamos, solo que esta vez, ella estaba vestida con unas botas de cuero negro que llegaban hasta sus muslos, una diminuta falda que no dejaba nada a la imaginación y un corset. Comimos cada quien donde debía. Yo en mi plato para perra y ella en la mesa.

Anna Brown. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora