Sunna dormitaba en el sofá con la cabeza apoyada en el regazo de Alec mientras Magnus contaba todo lo vivido en Edom y lo que Asmodeus les dijo. Alec ya no lloraba aunque los rastros de las lágrimas seguían marcando su rostro y sus ojos estaban rojos. Rafael solo los miraba con preocupación.
— ¿Estás seguro que podemos confiar en la palabra de Asmodeus?— preguntó Rafael suspicaz.
— No, pero confío en Sunna y ella confía en él. Entonces en esto al menos le creeré— explicó Magnus.
— Entiendo— susurró Rafael para sí mismo— hablaré con el instituto. No diré nada de ustedes, es para advertir si encuentran aumento de actividad demoníaca o algo así. Cualquier cosa que pueda ser una pista— informó Rafael.
— Es una buena idea— dijo Alec asombrándose de su voz que sonaba rasposa.
— Pero por ahora no digas nada de nosotros Rafael, abusaremos un poco más de tu generosidad— dijo Magnus.
— Tranquilo, siempre que no tenga que volver a cargar con tu esposo desmayado modo princesa, por mi pueden quedarse lo que quieran— comentó Rafael haciendo reír a Magnus y sonrojar a Alec.
— Solo lárgate— gruñó el de ojos azules.
— Hasta más tarde— se despidió Rafael antes de salir y cerrar la puerta. La runa de silencio de Sunna se desactivó momentáneamente hasta que la puerta estuvo cerrada de nuevo.
— Sunna— susurró Alec a su niña— mi sol, vamos a la cama— le dijo mientras la cargaba como princesita y la depositaba en la cama de él y Magnus. El brujo hizo aparecer el conejo de Sunna mientras Presidente Miau y Shiro venían corriendo a acomodarse a los pies de la cama— Magnus, acompáñame por favor— le pidió Alec y el brujo sabía que nada bueno venía.
Carentes de otro lugar donde ir, se metieron en el baño cerrando la puerta con seguro. Esto no era algo que detendría a su hija si quisiera entrar, pero le daría pistas de que mejor no entraba.
Se miraron a los ojos unos segundos, verde-amarillo impactando en el azul. Magnus esperaba pacientemente la bronca que Alec le daría, pero no esperó ver como su esposo acortaba la distancia entre ellos para besarlo en los labios de forma desesperada.
— Pensé...pensé que...— Alec intentó hablar entre el beso y las lágrimas.
Lloraba por lo que casi pasaba, por el sufrimiento que vivió, por el desespero, por el dolor, por lo que vivían y lo que se avecinaba, lloraba por todo lo que no había llorado en 11 años.
— Shhh— dijo Magnus besando suavemente sus labios— estoy aquí, estamos aquí y no nos vamos a volver a ir. Lo prometo.
— Por favor, por favor, no soportaría...eso...de nuevo— ni él mismo era capaz de reconocer su voz rota, pero es que era tanto el dolor que no le importaba nada. Necesitaba la seguridad de que no tendría que volver a vivir aquello y a sabiendas de que era una promesa imposible de asegurar, Magnus lo hizo.
— Lo prometo, Alexander— aseguró.
Alec lo miró profundamente a los ojos, observando con apreciación como se veían esos centímetros que Magnus le llevaba de altura y que a él nunca le importaron. Acercó sus labios suavemente a Magnus, esta vez el beso fue delicado, como si el mínimo movimiento brusco pudiera reventar la burbuja que habían creado.
Lento, con una parsimonia digna de dioses, Magnus fue retirando pieza por pieza de la ropa de Alec mientras este hacía lo mismo en su brujo amando. Cada ropa que se quitaban era una capa de dolor menos, una forma de acortar su camino a la calma.
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Luz angelical
أدب الهواةMagnus es feliz al lado de su marido, pero cada día el deseo de ser una familia aumenta por más que quiera controlarlo. Tiene mucho miedo sobre el futuro, pero... ¿Qué pasaría si de un evento desafortunado él obtuviera aquello que desea? Aunque le...