13✧.* dear friend

6.3K 475 163
                                    

Anthea.



Ya había pasado un día desde que Carl me confesó que le parecía hermosa, y mi corazón no había dejado de latir desenfrenado ni un solo momento. Cada mirada que cruzábamos, por mínima que fuese, erizaba mi piel y me provocaba un ligero cosquilleo en la boca del estómago.

La noche anterior me sorprendió mirándolo mientras dormía, otra vez. Recuerdo sentir la sangre subir hasta ambas de mis mejillas, e instalarse ahí por un largo rato. El no dijo nada, por suerte. Simplemente me sonrió y me acompañó despierto hasta que mis ojos se cerraron. Me estaba asustando de mí misma y de mis acciones extrañas. ¿Desde cuándo había empezado a sentirme de esa forma con él?

Por otra parte, estaba Jeremy.

Lo había extrañado muchísimo, y tenerlo de vuelta a mi lado era como un regalo caído del cielo. Él era, y sería siempre, mi mejor amigo. El chico de ojos turquesa se había portado muy gentil conmigo desde nuestro reencuentro, y eso me estaba confundiendo.

—Toma, no te he visto comer desde ayer —Hablando del Rey de Roma... Jeremy me tendió una lata abierta de melocotones en almíbar, la cual tomé por cortesía. La verdad era que no tenía mucha hambre.

Se sentó en el suelo, junto a mí. Todos en el grupo estábamos descansando después de una larga caminata de cuatro horas seguidas. Las piernas me dolían infernalmente, pero no era capaz de quejarme. El tiempo que estuvimos encerrados en Terminus sólo había servido para desacostumbrar a mis piernas.

— ¿Rick te ha dejado quedarte en el grupo? —pregunté. Me llevé un melocotón a la boca, mientras esperaba su respuesta.

—Sí, eso creo. Tan sólo me hizo tres preguntas, que al parecer respondí bien porque, cuando terminé de contestárselas, palmeó mi espalda y se fue —rió suavemente—. Al único que no pareció agradarle mucho la idea, fue a ese chico del sombrero.

Hice una mueca, no podía hacer nada al respecto. Carl era así, antipático. No se llevaría bien con él tan fácilmente.

—No te preocupes, pronto se le pasará —le dije con una sonrisa tranquilizadora.

Los minutos pasaron, ninguno de los dos decía nada. No era un silencio incómodo, en realidad, pero yo sentía la necesidad de hacer una pregunta que no tuve la oportunidad de preguntarle antes.

—Oye, Jeremy... —lo llamé desinteresadamente, como si no fuese tan importante lo que quería saber, aunque si lo fuese—. Uh, ¿Por qué desapareciste por tanto tiempo, de la nada? Y-yo... Pensé que habías huido de la cabaña porque no querías volverme a ver nunca más. ¡Incluso llegué a pensar que habías muerto! —mordí mi labio inferior—. Te fuiste sin dejar rastro alguno.

Lo miré a los ojos, él se removió en su lugar. Rascó su nuca, acto que siempre hacía cuando algo le incomodaba. Tomó una gran bocanada de aire, y por fin comenzó a hablar.

—Ese día que me quedé sólo en la cabaña, porque tú te habías ido con tu madre a por mis medicamentos, una horda no tan numerosa de errantes pasó por ahí. Yo no quería que ustedes llegaran y se toparan con ellos, así que salí a duras penas y los alejé lo más que pude de la cabaña.

>>Una vez que ellos estuvieron lo suficientemente lejos, me dispuse a regresar. Pero me perdí en el intento, así no supe cómo llegar. Por suerte, un buen hombre me encontró y me llevó a su campamento, una comunidad llamada Shirewilt Estates, antes de que muriera de fiebre.

>>Cuando me recuperé, les conté que yo no estaba sólo. Les pedí que fuesen a buscarlas, que quizás estarían muy preocupadas por mí. Y así fue, ellos fueron a la cabaña por ustedes... Pero cuando regresaron, dijeron que la cabaña estaba vacía —me miró con ojos tristes—. Las creí muertas y me quedé ahí.

Ahora todo encajaba a la perfección. ¡Por eso mismo, cuando salí a buscarlo, no encontré rastros de su posible cuerpo!

— ¿Y cómo acabaste en Terminus? —articulé antes de llevarme otro melocotón a la boca.

—Por desgracia, Shirewilt Estates cayó. El pequeño grupo con el que salí con vida de ahí, se redujo poco a poco, hasta quedar sólo yo con vida. Me mantuve caminando sin rumbo alguno por toda la ciudad, dando con los carteles de Terminus —bufó y se golpeó la frente—. Creí que sería buena idea ir, pero ahora no sabes cuánto me arrepiento de ello —lo miré con una ceja alzada—. ¿Qué?

— ¿Estás diciendo que te arrepientes de haberme encontrado? —entrecerré mis ojos, fingiendo estar enfadada.

— ¡No! ¿Cómo crees? No me refería a eso... —colocó su cálida mano sobre la mía—. Es genial el haberte encontrado en medio de todo ese caos, Anthea.



La noche llegó y el grupo se reunió alrededor de la fogata que Daryl se preocupó por encender. Rick había dado la orden de que todos nos preocupáramos por descansar y recuperar las fuerzas perdidas, ya que a la siguiente mañana emprenderíamos camino de nuevo.

A mi lado se encontraba Abraham hablando sobre una de sus múltiples anécdotas dentro del ejército. Esta vez la historia era acerca de su primera batalla a campo abierto. Intentaba prestar atención a la historia que el ex-militar relataba, pero mi mente se hallaba en otro lugar.

Pensaba en todo lo que me había ocurrido desde que acepté unirme al grupo de Carl. Y a la vez me preguntaba que hubiese sido de mí si en esos momentos continuara dentro de alguna casa al azar, escondiéndome de cualquier persona viva o muerta.

—Has estado muy callada últimamente, rubia.

Levanté con lentitud la cabeza, para descubrir al dueño de los bellos ojos azul cielo mirarme con una sonrisa. Carl traía consigo a su pequeña hermana en brazos, la cual estaba siendo alimentada por un biberón lleno de fórmula.

—Eso no es verdad —rodeé los ojos con diversión—. Pero tú si has estado muy atento conmigo últimamente —contraataqué.

—Podría ser, sí.

Carl se sentó en el espacio libre a mi lado, y todo el mundo dejó de existir a mí alrededor.

—Mhm, ¿Carl?

— ¿Si?

— ¿Podría cargar a tu hermana? —pregunté con un atisbo de vergüenza en mi voz.

Pareció meditarlo por unos segundos, pero después accedió con una pequeña sonrisa. Me pasó a la bebé con cuidado y la sostuve entre mis manos con firmeza, para que no se cayera.

La niña me miraba con sus grandes ojos azules, idénticos a los de su hermano. Yo la comencé a mecer de un lado a otro, tarareando la canción de cuna que mi madre me cantaba cuando era pequeña y no podía dormir.

Judith ya estaba dormida para cuando la canción terminó.

— ¿Sabes que creo? —preguntó el castaño.

— ¿Uh, qué?

—Que, si este mundo no fuese una mierda, hubieses sido una excelente madre.

THE LOST BOY ― CARL GRIMESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora