24✧.* safe place

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Carl.


La noche cayó, con la tormenta intensificándose a cada minuto que pasaba. Sasha y su hermano hacían guardia, mientras que los demás intentábamos dormir frente a la fogata que nos proporcionaba la cálida temperatura que en esos momentos más necesitábamos.

Mis dedos se paseaban por el suave cabello rubio de Anthea, peinándolo ligeramente. Al parecer eso le agradaba y la mantenía tranquila. Ambos estábamos recostados en el suelo, uno frente al otro, un poco más alejados de los demás. Sólo nos mirábamos a los ojos, las palabras no hacían falta. Ella llevó una de sus pequeñas manos hacia mi rostro, y acarició mi mejilla con delicadeza. 

Mi corazón me sorprende pidiéndome que le entregue todo lo que tengo y soy.

—Tú jamás me harías daño, ¿cierto? —soltó de pronto.

Fruncí el ceño, completamente extrañado por sus repentinas palabras.

— ¿De dónde sacaste semejante estupidez? ¡Por su puesto que no!

Tomé sus manos entre las mías, y deposité un rápido beso sobre ellas. Anthea sonrió, a la vez que disminuía el espacio entre nosotros, para después esconder su rostro en mi pecho.

—Al contrario —continué hablando entre susurros—, no me importaría deshacerme de cualquiera que quisiera lastimarte.

La caliente respiración de Anthea impactaba contra mi pecho, haciéndose cada vez más pausada. Me gustaba estar de esa forma con ella, me traía demasiada paz y tranquilidad. Olvidé completamente que mi vida podía terminar en cualquier momento gracias a algún caminante hambriento. También olvidé que el mundo se estaba desmoronando poco a poco, y que quizás todos los que estábamos dentro de ese granero éramos las últimas personas vivas en la tierra.

En mi mente sólo estaba presente una cosa: ella y yo, nada más.

Una pequeña sonrisa se formó en mis labios, mientras que mis ojos se cerraban por el sueño. Esa sería la primera vez en muchísimo tiempo que dormiría tranquilo.


(...)


Fui sacado de mi sueño de forma brusca, gracias a la persona que tiraba ansiosamente de mi camisa. Abrí mis ojos de golpe, exhaltado.

—Al fin despiertas, mocoso —gruñó Abraham—. Levanta tu trasero de ahí y ven a ayudarnos. Los caminantes están por entrar... Ah, también despierta a tu noviecita.

Dicho esto, trotó rápidamente hacia la gran puerta de madera que nos separaba de aquellas bestias. Seguía siendo de noche, deduje, y la lluvia torrencial parecía nunca acabarse. Quizás fuese mi imaginación, pero yo sentía que los truenos cada vez sonaban mucho más fuerte.

Moví con sutileza el hombro de Anthea, despertándola luego de varios intentos. Me miró completamente desorientada: — ¿Qué pasa? —dejó salir de sus dulces labios.

—Tenemos que defender este lugar. Vamos, ¡arriba! —le ofrecí mi mano para ayudarla a incorporarse, la cual aceptó sin rechistar.

Ambos nos dirigimos hacia la entrada, donde estaban todos empujando la puerta. Nos unimos a ellos, acomodándonos en el espacio vacío que había entre Rosita y mi papá, y comenzamos a impedirles el paso a los hambrientos caminantes.

No se daban por vencidos, y nosotros mucho menos.

Podía escuchar los llantos de mi hermana al fondo del granero, estaba sola. Quise correr a por ella, pero simplemente lo arruinaría y a causa de eso todos acabaríamos muertos. Cerré mis ojos y continué empujando; no cederíamos.

THE LOST BOY ― CARL GRIMESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora