Carl.
Me encontraba sentado en el cómodo sofá de la sala de estar, leyendo un par de cómics que tuve la fortuna de encontrar debajo de la cama de una de las habitaciones en aquella enorme casa. El anterior dueño tenía un muy buen gusto, a decir verdad. Lástima que la colección estaba incompleta y digamos que hoy en día los cómics no caían del cielo.
Suspiré al terminar de leer la última hoja del último tomo que había en la caja. Si no hubiese estado tan aburrido, no los hubiese terminado todos en tan poco tiempo. Culpo a la rubia por eso.
Anthea había salido de la casa desde muy temprano, yo insistí en acompañarla, pero ella alegó diciendo que necesitaba un tiempo a solas. La noté muy extraña, pero no dije nada, por primera vez no quería abrumarla. Sabía que todavía se sentía rara al estar dentro de los muros de Alexandria, al igual que yo.
Dejé el cómic junto a los otros en su respectiva caja, y decidí jugar un poco con el reloj de arena que se encontraba sobre la pequeña mesa ratona frente al mullido sofá. Lo que hacía el aburrimiento... A ese paso terminaría por crearme un amigo imaginario para pasar el rato. O en su defecto, obligar a Anthea a que pasara todo su tiempo conmigo. Esa última idea no me parecía del todo mala.
De pronto, algo llamó mi atención allá afuera, por la ventana. Su cabellera rubia danzaba junto al viento, brillando bajo los rayos del sol. Estaba quieta, mirando hacia algún punto en específico que por el momento me era imposible descifrar. Lucía hermosa con el ceño fruncido y los labios apretados ligeramente, como a la espera de cualquier cosa.
Sus pequeñas acciones me tenían como hipnotizado.
Sin siquiera darme cuenta, me había parado de mi lugar y me había acercado a mirarla más de cerca por la ventana que daba al patio trasero. La vi correr y detenerse frente a los muros que nos resguardaban de aquellas bestias. Su vista viajó hacia sus costados y, por inercia, me escondí un poco entre las cortinas.
Sacó una daga de su bota izquierda, la clavó en la madera que sostenía los muros y se impulsó hacia arriba, trepando. Salí de mi ensimismamiento, mis ojos se abrieron en sorpresa, ¿qué mierda estaba haciendo? Cuando la vi trastabillar, decidí que era tiempo de ponerle un alto.
Me coloqué mi sombrero, tomé mi navaja y una barra de hierro que había encontrado en el garage y, con el ceño fruncido, me encaminé hacia donde quiera que Anthea estaba yendo.
Cuando llegué frente a los muros, ella ya no estaba. Había saltado fuera de ellos. ¿Acaso estaba loca? ¿Cuál era su jodido problema?
Imité su manera de escalar y en un par de minutos estaba en el bosque también, fuera de la seguridad. Para ser honesto, se sentía mucho mejor estar afuera. Era como volver a tener libertad, sintiendo de nuevo aquella adrenalina correr por mis venas.
La había perdido de vista, pero sus huellas seguían frescas en el suelo, así que me guié por ellas. Vamos, las pequeñas lecciones de caza que Daryl me había dado cuando niño tenían que servir finalmente para algo más que atrapar liebres o ardillas.
— ¡Mierda! —la escuché gritar, no estaba tan lejos de mí, después de todo.
Mis piernas reaccionaron al instante, eliminando cualquier cosa de mi mente a excepción de ella, corriendo en busca de dónde provenía su voz.
Y la encontré.
Ella estaba retorciéndose en el suelo, debajo de un caminante que amenazaba con arrancarle un pedazo de su rostro. Una ola de sentimientos encontrados invadieron mi cuerpo: miedo, angustia, desesperación, ira...
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THE LOST BOY ― CARL GRIMES
Fanfiction❝ Las cosas no son como eran antes. Ahora ni siquiera me reconozco, nadie lo hace. Yo ya no pertenezco a un mundo seguro. Mírame a los ojos, ¿puedes verlo? Ya no me queda nada, ya no. A veces siento que morí hace mucho tiempo. No soy lo que tú crees...