01✧.* walker inside

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Carl.



Subí con sigilo por las escaleras. Había escuchado algunos ruidos extraños en la parte superior de la casa, que minutos antes había estado saqueando. Decidí averiguar el motivo, quizás era un caminante, así que por esa razón iba armado con un pedazo de fierro puntiagudo (no podía darme el lujo de disparar con el arma que mi padre me había dado de pequeño, atraería a más de ellos y mi muerte estaría cien por ciento asegurada).

Al llegar a mi destino, caminé con sumo cuidado y me detuve frente a una puerta de madera. Respiré hondo, reuniendo todo el valor que necesitaba. Con mi mano temblorosa, giré la perilla de la puerta y abrí la misma provocando un rechinido bastante molesto.

De la nada, salió un caminante, sobresaltándome por completo. El pedazo de fierro salió volando por los aires y aterrizando en quién sabe dónde. Intenté cerrar la puerta, pero el idiota ese era mucho más fuerte que yo. Su mano hacía lo posible por tomarme, mientras yo empujaba la puerta con todas mis fuerzas. La presión que hice terminó haciendo que uno de los huesos de su brazo se rompiera y saliera de entre la carne podrida. No había otra opción, así que saqué el arma y le apunté justo en la cabeza.

Estaba listo para disparar, pero caí de espaldas logrando que el caminante saliera fúrico de la habitación. Apreté el gatillo por accidente, aún así no le di a mi blanco. Maldije por lo bajo y me alejé de él arrastrándome por el suelo, chocando con una pila de libros que ahí se encontraba, y luego con la pared. Le volví a apuntar y disparé dos veces más, fallando increíblemente. Comencé a desesperarme, iba a morir ahí.

No seas idiota, Grimes. Tú puedes.

Volví a disparar, ésta vez dándole a mi objetivo... O eso creí.

El caminante cayó al suelo, retorciéndose. No lo había matado, mierda. Emitió un gruñido seguido de varios más, se giró y comenzó a acercarse a mí.

Apreté el gatillo y de mi arma no salió nada; me había quedado sin balas. ¿Esto es broma? El caminante me tomó de pie mientras me lanzaba millones de mordidas. Le tiré patadas en la cara, brazos y pecho. Era inútil. Cada vez estaba más cerca de morderme.

Seguí retrocediendo en el suelo hasta llegar a una puerta que, gracias al cielo, estaba abierta. Me incorporé con rapidez y entré a la habitación, cerré la puerta y esta se quedó atascada con algunos de los libros con los que antes había chocado. No me quedaba tiempo. Miré hacia todos lados, buscando mi salvación. ¡Y voila! Una ventana.

Corrí hasta ella, sintiendo como el caminante se aproximaba nuevamente. Reuní toda la fuerza que podía y traté de abrirla, estaba demasiado pesada y dura. Se notaba que hace tiempo no se abría. El caminante llegó hasta mi, y en un auto reflejo, tomé una lámpara que se encontraba junto a mí y le pegué con ella en la cabeza.

Él logró tomarme por los hombros, haciendo que cayera junto a él. Rodamos por el suelo y probé con arrastrarme lejos de él, por millonésima vez. Me tomó por el pie, impidiendo zafarme de sus sucias garras. Sus dientes rozaban mi pierna y yo no podía estar más asustado. No dejaba de darme ánimos mentalmente.

Seguí arrastrándome cual serpiente por el suelo, y por fin logré salir de su agarre. Aunque esto me costó un zapato.

Salí corriendo de la habitación con el corazón acelerado y traté de cerrar la puerta, sin éxito. Los libros seguían estorbando y atorándose, retrasando mi huida. Los pateé lejos y finalmente gané. Cerré la puerta de un portazo y suspiré recargándome en la misma. Por suerte, a ésta se le podía poner seguro desde afuera.

Inhalé y exhalé reiteradas veces, buscando el aire que había gastado en aquella carrera contra la muerte. O mejor dicho, contra el muerto. El caminante seguía gruñendo y arañando la madera.

Cuando por fin me tranquilicé, tomé un gran gis blanco que estaba tirado en el suelo y empecé a escribir sobre la puerta:

''CAMINANTE DENTRO. SE QUEDÓ CON MI ZAPATO, PERO NO CONMIGO.''

Sonreí un poco por mi broma y también porque había sobrevivido.

Tiempo después de mi lucha contra el caminante, bajé las escaleras en busca de mi bote de pudín de chocolate. Lo había encontrado sobre un cajón alto, seguro estaba esperando por mí. Lo tomé y subí de nuevo por las escaleras, pero ésta vez saliendo por una ventana que daba hacia el techo de la casa.

Empecé a degustar aquel manjar, no todos los días comías esa clase de cosas. Suspiré y disfruté de mi pequeño momento de tranquilidad.



Anthea.



Estúpidos caminantes. Los odiaba con todo mi ser. Se habían comido a mi familia entera justo frente a mis ojos. Me arrebataron todo lo que tenía en un milisegundo. Y a causa de eso, ahora desquitaba toda mi rabia matándolos a todos de la forma más sanguinaria posible. Eso me hacía creer que vengaba a mi familia de alguna forma.

Llevaba dos días deambulando por las solitarias calles de un pequeño pueblo llamado Norwood en en el condado de Georgia. Perdí a todos los de mi grupo a manos de una horda de caminantes hambrientos. O por lo menos una parte. Los que logramos sobrevivir tuvimos que tomar caminos distintos, desapareciendo entre la oscuridad del bosque.

Yo logré escapar con Jay, un chico dos años más grande que yo. Desafortunadamente, Jay se suicidó hace unos días. Supongo que no pudo seguir viviendo de esta forma, así que acabó con su pesadilla. Tomó su revólver y se pegó un tiro en la cabeza. No logré detenerlo, y de igual forma no lo hubiera hecho. Jay ya estaba demasiado exhausto de toda esta mierda. Me alegraba saber que ya estaba en un lugar mejor que este.

Yo no pienso seguir sus pasos, yo quiero seguir sobreviviendo. Quiero seguir luchando por mi vida día tras día. Pero lo que más anhelo ahora, es encontrar una cura. Aunque las esperanzas de encontrarla cada vez son menos. De hecho, mi difunto grupo y yo fuimos al Centro de Control de Enfermedades en Atlanta, pero lo que encontramos ahí sólo fueron escombros de lo que alguna vez fue ese centro. Sin contar los múltiples caminantes que se encontraban ahí, recibiéndonos con las bocas abiertas.

Después de ese día, nadie más quiso seguir arriesgándose a buscar una cura, si es que existía.

Las piernas me dolían horriblemente, pero todavía no era tiempo de parar. No podía quedarme en medio de la calle a esperar que alguno de los monstruos caníbales me sorprenda. Sería algo muy idiota de mi parte. Decidí mejor entrar a la primera casa que me encontrase. Pude divisar una no tan lejos de dónde estaba. Vaya, que suerte.

Miré hacia los lados antes de comenzar a forzar la puerta. Luego de unos pocos intentos, la puerta se abrió. Entré en silencio y revisé cada una de las habitaciones que yacían ahí. No había ni un solo caminante y eso era más que perfecto.

Me dirigí hacia la cocina, deseando que no la hayan saqueado aún. Sería una pena el no encontrarme nada útil, cómo comida y esas cosas. Ya me estaba quedando sin provisiones y bocadillos y esa, mis amigos, no era una muy buena idea que digamos. Abrí la alacena y la inspeccioné detenidamente.

- ¿Qué tenemos aquí...? -susurré y saqué una caja de cereales media llena, una lata de atún y una de sopa de champiñones. Y por último, dos botellas de agua-. Oh, gracias, gracias, gracias -di unos saltitos como niña pequeña, y al darme cuenta de lo ridícula que me veía, paré en seco. Aclaré mi garganta y guardé las cosas en mi mochila.


Mi estómago sonó, anunciando que tenía que comer en ese momento si o si. Dejé la sopa de champiñones fuera y abrí la lata. No tenía con que hacer fuego y la estufa no funcionaba sin electricidad. Ni modo, tenía que comérmela así. Por su puesto, esto no era nuevo para mí. La mayoría de las veces tenía que comer de esa manera.

Una vez terminada la comida, miré por la ventana y suspiré. Estaba atardeciendo. Aseguré bien las puertas y las ventanas, le di un último vistazo a la casa y caminé a pasos lentos hacia la sala de estar. Un bostezo salió de mis labios y me tiré de espaldas sobre el sillón para tres personas. Cerré los ojos y caí en un profundo sueño.

THE LOST BOY ― CARL GRIMESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora