02✧.* idiot

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Anthea.



Mi madre me regaló una última sonrisa rota antes de darme luz verde. Una lágrima rodó por mi mejilla izquierda y en un rápido movimiento la sequé con el dorso de mi mano libre. Apunté al ser que me había dado la vida con la pistola que se volvería en poco tiempo tan familiar para mí, susurré un débil ''adiós'' y disparé.

El cuerpo de mi mamá cayó al suelo, ya sin vida. Las personas enfermas comenzaron a comer lo que algún día fue ella frente a mí. Cerré mis ojos con fuerza, no podía seguir viendo aquella escena tan dolorosa y perturbadora. Me di la media vuelta y salí corriendo de ahí antes de correr la misma suerte que ella. 



Desperté con la respiración agitada, gotas de sudor cayéndome de la frente. Tapé mi rostro con ambas manos, y entonces me di cuenta de que estaba llorando. Otra vez esa maldita pesadilla en dónde revivía, como si fuese una película de horror, la muerte de mi madre a manos de los caminantes. Tomé grandes bocanadas de aire, ahogué mis sollozos. Cada vez que cerraba los ojos pasaba lo mismo. Los caminantes arrancándole la piel mordida tras mordida, sus gritos de agonía... Todo.

Minutos (que me dieron la impresión de haber sido horas) después, me calmé. Caminé hacia el baño en silencio, y una vez ahí recargué mi cuerpo en el lavamanos. Abrí el grifo, pero como supuse, no salía nada de este. Se acabó mi buena suerte acá, pensé.

Decidí que lo mejor sería explorar las demás casas del vecindario en el que estaba. Así podía recolectar comida o provisiones, asegurar el perímetro, etcétera. 

Regresé hasta la sala y tomé mi mochila. La colgué en mis hombros y cargué un arma por si las dudas. Saqué varios cuchillos de un arsenal que llevaba siempre conmigo y los guardé entre mi ropa. Una vez todo listo, abrí la puerta de la casa y asomé mi cabeza para asegurarme de que no hubiera algún caminante por ahí. Al no ver nada extraño, salí completamente y comencé a caminar hacia la primera casa del desolado barrio.

Ésta era de un tono beige en sus paredes y café en el tejado, dos pisos y un lindo jardín. Estaba tan intacta, que parecía no estar en el fin del mundo. Instantáneamente, recuerdos de mi vida anterior a esto invadieron mi mente. Moví mi cabeza de un lado al otro, despejando aquellos recuerdos buenos, pero a la vez tan dolorosos.

Caminé alerta hacia la puerta e inspeccioné un poco el área: había una lámpara de jardín tirada en el suelo y la misma puerta estaba entreabierta. Fruncí el ceño extrañada, pero le resté importancia. Entré a la casa y pasé mi vista por, lo que parecía ser, la sala de estar. Agudicé mi oído, pero todo era absoluto silencio. Bajé la guardia un poco y seguí mi camino hacia la cocina. Esperaba que nadie hubiese saqueado ya ese lugar.

Revisé los cajones de la cocina, pero no había más que dos latas vacías de frutillas y una enorme de pudín de chocolate vacía también. Suspiré con frustración, mis plegarias no habían sido escuchadas. Golpeé la mesa que se encontraba ahí con rabia y segundos después gruñidos de caminante se hicieron presentes. ¡Lo que me faltaba! Los ruidos se escuchaban escaleras arriba, así que subí hasta allá con un cuchillo filoso listo para ser usado. Cuando ya estuve arriba, algo llamó mi atención.

—Caminante dentro... —comencé a leer pausadamente, ya que la caligrafía del texto no era muy buena—. Se quedó con mi zapato, pero no conmigo.

Sonreí de lado observando la puerta de dónde provenían los gruñidos.

—Gracias por el aviso, persona sin un zapato. 

Reí mentalmente y me alejé de ahí. Guardé el cuchillo de nuevo en su lugar y bajé a trompicones las escaleras de madera.



Carl.



Después de la batalla contra un hombre llamado El Gobernador, mi padre y yo salimos apenas de la prisión, dejando a los que llamábamos ''nuestra familia'' atrás. Todos cogimos caminos distintos, aunque en realidad no sabía si todos habían logrado salir de ahí con vida. A mi hermana Judith jamás la encontramos, y no me gustaba pensar en ella de esa forma, pero quizás ya estaba muerta. Mi padre, Rick, estaba herido gravemente. Quedó inconsciente apenas llegamos acá, a un pequeño pueblo ahora fantasma. Llevaba como dos días en su pequeño estado de coma. Tenía miedo de que nunca despertara... O peor aún, que lo hiciera convertido uno de ellos

El día de ayer había ido a buscar comida, en un intento por sobrevivir. No había conseguido la suficiente, por lo que ahora era mucho menos. Si no encontraba más en las otras casas abandonadas, tendría que aprender a cazar ardillas yo sólo. Debí haberle pedido a Daryl que me enseñara a hacerlo... Oh, Daryl. ¿Qué sería de él...? ¿De todos ellos?

Me levanté del suelo y caminé rumbo a la salida. Necesitaba despejar mi mente.

—Hey, Rick —le hablé a mi padre que estaba tendido en un sillón. Obviamente no esperaba que me respondiese, pero de todas formas le dirigí aquellas palabras—. No tardaré —terminé la oración al mismo tiempo que terminaba de guardar el revólver en mi cinturón y salí.

Me volteé empezando a caminar y divisé a un par de caminantes paseando a lo lejos. Por mi mente pasó el divertirme un poco con ellos. Y eso haría. Lancé un silbido llamando su atención. Mojé mis labios preparándome para lo que seguía.

— ¡Vengan aquí, pedazos de mierda! —grité alzando mis brazos al aire y los moví un poco. Sonreí al notar que cada vez se acercaban más. Quizás eso fue demasiado estúpido de mi parte, yo lo sabía. Pero después de todo, necesitaba un poco de acción. 

El caminante, que por cierto, era mujer, se abalanzó sobre mí. Sentí la adrenalina recorriéndome las venas. Emitió un sonido ronco parecido a un gemido cerca de mi rostro, su asqueroso aliento llegando hasta mis fosas nasales. Dios, no me iba a acostumbrar nunca a ese maldito olor a muerto putrefracto. Saqué con agilidad un cuchillo de mi pantalón y se lo clavé justo entre sus dos cejas. La sangre me salpicó las mejillas, provocando en mí una mueca de asco. Ahora sólo faltaba un bicho más.

Quité al caminante inmóvil de mi camino y esperé a que el próximo llegara. Pero eso no pasó.

El caminante cayó al suelo, una bala le había traspasado el cráneo. Pero esa bala, no fue mía.

— ¿Eres idiota o qué rayos pasa contigo?

Una impotente voz femenina resonó en el que antes era silencio. Tomé el mango del revólver con fuerza y me giré con lentitud hacia la persona que había hablado. 

Mis ojos se encontraron con unos ojos verdes cubiertos de hielo. Mechones rubios cayéndole en forma de cascada sobre sus hombros, algunos de ellos cubrían parte de su rostro, luciendo un improvisado flequillo. Piel de porcelana, labios color durazno. 

— ¿Y tú quién eres? —pregunté en un tono brusco mientras le apuntaba con el arma.

Ella rió sin poder creer lo que le decía. Y eso me enfureció.

—Es de mala educación contestar con otra pregunta —comentó, y con un rápido movimiento, me apuntó con su arma de la misma forma que yo lo hacía con ella. Le quitó el seguro y disparó—. Y es peor si le haces eso a quién te salva la vida, idiota...

El cuerpo de un caminante se desplomó a mi lado, con un agujero del tamaño de la tierra en su sien.

—Por nada, sheriff. 

Susurró con una sonrisa ladina plasmada en su rostro.

THE LOST BOY ― CARL GRIMESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora