21✧.* she's mine

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Carl.


A cada paso que daba, un dolor agudo recorría mis piernas. No estaba seguro de cuánto tiempo llevábamos caminando en medio de la desierta carretera, y no me importaba. Todo ese largo trayecto me la pasé pensando en la rubia que se tambaleaba del cansancio frente a mí, y en lo idiota que había sido con ella.

Quería disculparme, pero mi orgullo era mucho más fuerte que yo.

Mi boca rogaba por una mísera gota de agua y mi cuerpo un prolongado descanso. Estaba exhausto, pero no me permitía quejarme o mostrarme débil frente a los demás. Me decía a mí mismo que pronto me acostumbraría, como siempre.

—Podemos encontrar unas bicicletas. Las bicicletas no se queman —bromeó Tara entre jadeos cansados.

Negué con la cabeza malhumorado, todo el puto camino había jodido con eso. Le hubiese gritado un montón de majaderías, pero mi lengua pegada a mi paladar no me lo permitió, por lo que me tuve que mantener en silencio.

El atardecer estaba cayendo, avisándonos que nos quedaba poco tiempo con luz de día y que debíamos encontrar un lugar para acampar pronto.

Mi padre, con mi hermana Judith en sus brazos, nos hizo una seña para que lo siguiéramos dentro del bosque. A falta de opciones, tendríamos que organizar un campamento improvisado bajo la sombra de los cientos de árboles ahí. No me agradaba la idea, ¿pero qué más daba? De todas formas siempre terminábamos corriendo lejos de todos esos sitios.

Mis esperanzas se consumían poco a poco hasta casi extinguirse. Anthea estaba equivocada, ya no quedaban más lugares seguros para vivir, si es que alguna vez existió uno.

Estábamos condenados a vivir entre los cuerpos pútridos de los caminantes.

Recargué mi espalda sobre el grueso tronco de un árbol, para después deslizarme hasta llegar al suelo. Cerré mis ojos un momento, buscando aminorar la fatiga. Habíamos parado un par de metros lejos de la carretera, por seguridad. No queríamos que otro grupo de locos nos emboscara.

La primera ronda de vigilancia le tocaría a Tyreese y Jeremy —resulta que el idiota era veloz y tenía una puntería impecable, aunque no más que la mía—, por lo que me dediqué a recobrar las energías perdidas.

Sasha se encargó de racionar la poca agua que teníamos, con la intención de que nos durara por más tiempo, así que por esa razón me tendió una botella medio vacía del líquido transparente. Traté de tomármela en pequeños sorbos, pero la sed me ganó y terminé por bebérmela toda de golpe. Muy estúpido de mi parte.

Después de un rato, para mi sorpresa, no tenía ni una pequeña pizca de sueño. Simplemente mantenía mis ojos cerrados y escuchaba el sonido del viento, el cantar de los grillos y las ramas crujiendo bajo los pies de mis compañeros de grupo —y nueva familia, aunque no me gustara admitirlo—.

— ¿Qué estás haciendo? —rió Anthea tontamente a mi izquierda, quien desde hace tiempo mantenía una charla demasiado amena con su inseparable amiguito de cabello claro.

Abrí un poco mis ojos, para encontrarme con una escena que me hirvió la sangre del enojo y tensó cada fibra de mi cuerpo. Jeremy sostenía las mejillas de mi rubia con ambas manos, mientras el espacio entre ellos dos iba disminuyendo.

La risa de Anthea fue cesando con lentitud y sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de las intenciones de aquel imbécil.

Me levanté de mi antes cómoda posición de un solo salto, posteriormente caminé hacia ellos a pasos firmes y decididos. Mis manos se cerraron por inercia, formando un par de puños. Mi único objetivo era molerle la cara a golpes, y esta vez no me detendría.

THE LOST BOY ― CARL GRIMESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora