03✧.* you miss her, right?

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Anthea.



Los ojos azules del chico parecían haber sido hechos para un sólo fin: atraparte y jamás soltarte. Y es que eso hacían, no me dejaban escapar.

Sus labios rojos, como si de una cereza se tratara, se abrieron para volver a preguntar:

—Te lo volveré a preguntar sólo una maldita vez más. ¿Quién diablos eres?

El tono rudo de su voz hizo que la piel se me erizara. Él no parecía un chico cualquiera, él era... Todo lo contrario a lo que imaginaba que sería. ¿Y cómo no actuar así? El apocalipsis cambiaba a las personas. E incluso me cambió a mí.

Aclaré mi garganta y volví a mi semblante de seguridad infinita. Nuestras armas aún seguían preparadas para ser usadas. Pero no sentía miedo, para nada. Sentía una curiosidad muy fuerte hacia su persona, su manera de actuar... Todo él me parecía un misterio. Un misterio que, estaba segura, jamás descubriría.

—Mi nombre es Anthea, señor —lo último lo dije con un deje de burla, pues suponía que él tenía más o menos mi edad.

Bajé el arma, indicándole que no quería problemas. Le tendí la mano, esperando que la estrechase. Pero no lo hizo, sólo se limitó a asentir.

¿Por qué actuaba yo de esa manera? No tenía ni la más remota idea. Pero aún así lo hacía, y quería abofetearme muy fuerte por eso.

—Soy Carl —hizo una pequeña pausa. Tomó aire y caminó despacio hacia mí—. Y si intentas algo, cualquier cosa, no dudaré ni un segundo en dispararte en la cabeza... Justo como tú lo hiciste con esos caminantes —susurró entre dientes, yendo directamente al grano. Guardó el arma en su bolsillo y se cruzó de brazos, examinándome de arriba hacia abajo. 

—Muy bien, Carl —hice énfasis en su nombre y miré hacia los cuerpos de los caminantes inertes en el suelo—. ¿Por qué...? ¿Por qué hiciste eso? Fue demasiado estúpido. Pudiste haber muerto, ¿lo sabes, no? —pregunté volviendo mi vista hacia él. 

Sus ojos  se mantenían sin ninguna emoción, no podía descifrar que era lo que estaba pasando por su mente. A diferencia de mi, que era todo un libro abierto, fácil de leer.

Él iba a responder, pero un ruido se lo impidió. Ambos miramos hacia dónde provino aquel ruido y nos llevamos una no muy linda sorpresa... Caminantes. Una horda de, por lo menos, quince de ellos. Maldita la hora en la que decidí disparar.

Carl me miró alarmado, eran demasiados para nosotros dos. Si disparábamos, corríamos el riesgo de atraer a muchos más y gastaríamos municiones que podíamos ocupar después. Y no es como que podamos conseguir balas a la vuelta de la esquina. Sentí mi pulso acelerarse y mis manos temblaron. 

Uno de ellos se acercó demasiado a mí, por puro instinto saqué un cuchillo de mi short y se lo clavé en la mandíbula, logrando atravesar su cabeza. Retiré el cuchillo lleno de sangre, el caminante cayó al suelo. Le clavé el cuchillo a otro come-cerebros más, pero ésta vez en su frente. Carl, por su parte, estaba destrozándole el cráneo con una enorme piedra a uno de ellos en el suelo.

De la nada, comenzaron a salir otros cinco caminantes más de entre los arbustos.

— ¡Carl, déjalo! ¡Son demasiados, corre!

Grité, permitiendo que el miedo se apoderara de todo mi ser. Había estado en situaciones parecidas a esa un par de veces, y créanme cuando les digo que en ninguna ocasión salieron las cosas del todo bien. Es una suerte que esté viva para contarlo.

Él golpeó con su revólver a un caminante próximo a él y después fijó su azulada vista en mí.

—Vamos.

Los dos comenzamos a correr a toda velocidad por las calles pavimentadas del pueblo. Mi pecho estaba en llamas, mis respiración era irregular. Rematábamos a todo caminante que se interpusiera en nuestra huida. Las piernas me dolían y sentía que en cualquier momento escupiría los pulmones. Aún así, ni él ni yo nos detuvimos. No podíamos hacerlo.

Finalmente, nuestro paso se hizo más lento con forme llegábamos al final de la calle y nos adentrábamos a un especie de bosque. Los enormes pinos y árboles nos recibieron. Habíamos perdido de vista a los caminantes.

Estaba agotada, inhalaba aire ruidosamente y podía escuchar a Carl hacer lo mismo que yo. Volteé a verlo, su cabello y su frente yacían empapados de sudor. Su pecho subía y bajaba, sus manos apoyadas en su estómago. Se despojó de su sombrero café y limpió el sudor de su frente con el dorso de su mano. Carl notó que lo estaba observando, frunció el ceño, acomodó de nuevo su sombrero y sus labios formaron una línea recta. 

Todo era silencio, sólo se escuchaban nuestras agitadas respiraciones y el cantar de las aves. Pero eso no duró mucho tiempo.

— ¡Espero que estés contenta con lo que provocaste, Sophia! —explotó. Su rostro había adoptado un tono muy parecido al carmesí, sus cejas alzadas y sus ojos fulminándome, tratando de desaparecerme de la faz de la tierra.

—Oye, no fue mi culpa que... Espera —paré en seco al comprender lo que había escuchado. Estaba segura de que mi rostro reflejaba la confusión que en ese preciso momento sentía—. ¿Me has llamado Sophia?

Vale, quizás estaba exagerando. Apenas nos conocíamos, era imposible que se grabara mi nombre... ¿Pero confundir Anthea con Sophia

Carl dejó de mirarme como si quisiera verme muerta y abrió su boca sin poder decir palabra alguna. Observé sus ojos, la melancolía que estos desprendían me abrazó. Caí en la cuenta de que Sophia fue alguien a quien perdió. Como todos los que estábamos atrapados en ese nuevo mundo. Y lo sabía porque cuando hablaba de esos temas con las personas de mis antiguos grupos, ellos ponían esa misma cara, era la misma expresión en su rostro siempre.

— ¿La extrañas, verdad? —las palabras salieron por sí solas, sin que yo pudiera detenerlas.

Y luego todo ocurrió tan rápido. Mi espalda chocando contra un árbol y Carl sobre mí, impidiéndome el paso. Su brazo izquierdo apoyado a un costado de mi cintura y su mano libre tomando con dureza mi mentón.

—Escucha, rubia. No te conozco, no me agradas. ¡Así que no metas las narices en dónde nadie te está llamando! —rugió. Su rostro volvió a ser el mismo, ciego por la cólera.

Tragué saliva, su agarre me estaba lastimando como no tienen una idea.

—Suéltame, idiota —mi voz sonó entrecortada, y maldije por eso en mi mente. Golpeé su hombro, aún sabiendo que mi fuerza no era nada comparada con la suya.

Él me obedeció, no sin antes empujarme fuertemente contra el mismo árbol. Primero sentí mi espalda fría, después un inmenso dolor en el área. No pude evitar soltar un gemido agudo. Me deslicé por el árbol hasta llegar al rocoso suelo. Llevé mis manos a mi mentón y sentía como si estuviese palpitando. Definitivamente me iba a dejar un moretón.

—Tenemos que volver —habló mientras miraba al cielo. 

Eso parecía ser un suicidio. Y no quería volver, no con él. Pero las municiones y comida que había logrado encontrar estaban en la casa del pueblo. Y no podía largarme de ahí sin ellas. Así que asentí sin decir nada más. Ese chico tenía la pinta de ser bastante violento, lo mejor iba a ser no buscarme problemas con él. Por el bien de mi integridad física.

Carl comenzó a caminar en sentido contrario al que íbamos, lo seguí de cerca. 

—Hey, rubia —comentó llamando mi atención. Dejó de caminar, y por consiguiente, yo también. Alcé una ceja interrogadoramente, Carl estrechó sus azulados ojos—. Necesito hacerte tres preguntas.

THE LOST BOY ― CARL GRIMESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora