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Según había escuchado de sus amigos en Corea, su hermano vivía junto a seis amigos. Esto tenía cierto sentido; les saldría más barato a todos que pagarse cada uno su propio apartamento. Lo que no sabía era quiénes eran aquellos amigos. Su origen, su aspecto, sus nombres y su personalidad. Pero podía estar segura de algo, y es que serían más o menos de fiar si su cuidadoso e introvertido hermano había congeniado con ellos hasta el punto de vivir a su lado.

Hayoung llegó al país y tuvo que ir directamente al lugar donde vivía el chico, pues no tenía lugar donde alojarse. Tenía muchos amigos, sí, pero solo confiaba en una de ellas al nivel de vivir un tiempo en su casa, y a esta no se lo permitía su familia. Además, su hermano siempre sería un lugar seguro confiable, al que extrañaba. Al que necesitaba.
Las cosas en Sídney no estaban yendo del todo bien.
De nuevo, Hayoung estaba ahogada en un mar de pesadillas.

Por otra parte, la joven pelinegra se sentía emocionada por visitar a su hermano. Pues aunque no lo había hecho en esos dos años en los que estuvo fuera, en Sídney, en realidad ella y su hermano eran inseparables.

Lo quería demasiado, pues era su mayor inspiración, modelo a seguir y sobre todo apoyo emocional en todos los sentidos de la palabra. En el más extenso y profundo de esta. Esto último ya que fue quien más le ayudó a salir de su depresión, y aunque ella quisiera decir que lo consiguió sola, siempre tuvo ese apoyo directo del chico. Ni psicólogos, ni su madre, ni amistades, nadie. Tan solo su hermano Sunghoon fue quien entendió ese sentimiento de agobio de su hermana. Quien lo compartió con ella y, desgraciadamente, de la forma más literal posible. Lo sufrió a su lado con menor intensidad, pero comprendió cada llanto de la menor, escuchó cada cosa que ahora tan solo eran recuerdos tormentosos y fue quien estuvo junto a ella en los momentos de después de la tortura.

Cuando Hayoung se sentía ahogada, cuando creía que no podría conocer más del misterioso mundo que la rodeaba, cuando simplemente quería acortar su vida, estaba Sunghoon. ¿Qué hay más incondicional y leal que el amor de un hermano? Nada. O eso creía ella, por el momento no lo había descubierto.

Tan solo su hermano había sido el apoyo que la impulsaba a dejar atrás ese miedo constante a la soledad, ese miedo a simplemente el contacto humano, a cualquier cosa, especialmente a algunas que le causaban una terrible fobia precedida por aquel pasado lleno de tormentas. Ahora estaba en un buen momento de su vida en el que salía a relucir su bonita personalidad. En el que necesitaba la calma y dejar ver al mundo su encantadora sonrisa que mostraba esos delicados y bonitos hoyuelos. Estaba en una situación que la permitía ser feliz, una juguetona niña pequeña en el cuerpo de una chica a punto de cumplir sus diecisiete.

Una vez se dio cuenta de que había llegado al apartamento de estos siete chicos, tan solo siguiendo la ubicación enviada por Sunghoon, tocó el pequeño timbre, que a pesar de ser tan diminuto, resonaba en toda la casa. Hasta ella lo escuchó desde el exterior.

Abrió, cómo no, su hermano, llenándola de abrazos y besos en la mejilla nada más verla. Envonviéndole de un calor fraternal que solo ellos conocían y haciéndola sentir amada de nuevo tras dos años de desaparición. Dos años de aparentar felicidad falsa y nula tras la pantalla del teléfono por el que se llamaban a diario. Dos años de mentiras, de "estoy bien".

-¡Te echaba de menos! -exclamó emocionado, arrugando su nariz de forma adorable mientras sonreía.

-Yo también, yo también. -Hayoung, quien se veía aún más pequeña entre los brazos de su hermano, se separó de este para pasar las maletas hacia adelante y respirar un poco después de aquel intenso agarre-. Quita, gigante.

-¿Ya vamos a empezar? -preguntó este riendo-. ¿Has escuchado nuestro timbre? Es pequeño y muy ruidoso, como tú.

-Ja, ja -fingió una risa completamente engañosa-. No sabía que mi hermano era comediante, mejor búscate otro empleo porque con eso te morirás de hambre -contestó burlona la menor de ambos.

Sunghoon negó riendo ante esa actitud. Normalmente se la recriminaba diciendo que era el mayor, pero adoraba verla así. Feliz. Aparentemente feliz, de hecho.

Entraron y le presentó a los chicos, quienes salieron cada uno de su habitación con aspecto curioso y asombrados en cuanto vieron a la hermana de Sunghoon.
Hayoung se fijó en dos de ellos en especial. Heeseung, quien era alto, enorme comparado con el fino y tierno cuerpecito de ella, con un rostro decorado con una sonrisa bonita y, lo que más le gustó, su nariz. Era tres años mayor que ella. Después estaba el tal Jungwon, aquel chico con hoyuelos y una sonrisa radiante que desprendía calor y amabilidad. Era algo más bajo que el anterior nombrado, pero aún seguía siendo mucho más alto que la chica. Este era de su mismo año y, de hecho, cumplían años muy cerca el uno del otro, por lo que le dijo en su pequeña presentación en la que dio uso de una voz electrizante y especial. Su tono era melodioso y muy distinto a lo que había escuchado anteriormente. No solo era su voz, sino algo más dentro de esta. Lo que transmitía.

Estuvo un rato hablando con los chicos. Resultó ser que el llamado Jake era Australiano, y eso le daba bastante tema de conversación con él.

Finalmente y después de un largo día, Hayoung guardó sus cosas en el cuarto de su hermano y fue a dormir con este, pues él mismo no permitía que su hermana durmiera con nadie más.
Y porque ella lo necesitaba.
Necesitaba por fin aprovechar que había vuelto con su mayor apoyo a lo largo de aquellos años, para poner fin a esas tormentosas pesadillas. Y aunque no iba a conseguirlo, gozar de compañía en la que apoyarse cuando el momento odiado llegara, era un lujo tras tantos años que se le hicieron eternos. Tras noches sin poder dormir, recuerdos que la llevaron a hacer cosas de las que se arrepentía e imaginaciones que le apartaban de la realidad.

...

𝐏𝐔𝐙𝐙𝐋𝐄 | Yang Jungwon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora