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Miré el sobre blanco una vez más antes de guardarlo en mi mochila, ni siquiera lo había abierto aún así que lo que estaba adentro seguía siendo un misterio.

–¿Qué escondes?–preguntó mi amiga, mirando hacia mi mochila mientras me acompañaba por el pasillo principal, en dirección a la primera clase de la semana.

–Ni yo tengo idea qué tiene exactamente ese sobre.

–¿Por qué no lo has abierto?

–No estoy lista.

De pronto, de la puerta contigua a nuestro salón, la oficina del director, salió un hombre alto, de piel bronceada y cabello rubio plateado que contrastaba con su barba recortada y cejas oscuras. Por su aspecto, parecía mayor que nosotras pero más joven que cualquier otro profesor. Llevaba ropa completamente negra, y un collar de plata que resaltaba. Tenía un libro en la mano.

–Por dios–dijo mi amiga al verlo–¿quién es él?¿qué está pasando en esta escuela?

–¿Por qué?–la miré a ver. 

–Parece que estamos en una de esas series o películas donde llegan muchos alumnos guapos y perfectos.

Giré los ojos. Por supuesto que no.

–Son tus hormonas...–la sostuve rápidamente del brazo y la llevé conmigo hacia nuestra clase, viendo cómo ella intentaba darle una última mirada al hombre misterioso.

Después de lo que ocurrió, todas nuestras clases siguieron con normalidad a excepción de la última, en la que el chico rudo de la mañana apareció para sentarse junto al escritorio de la profesora de Filosofía.

–Es él–me dijo mi amiga, sin quitarle la mirada de encima.

–No hagas eso.

–¿Qué cosa?

Al fin, ella me miró sorprendida.

–Mirarlo como si quisieras encerrarte en un salón a solas con él, y ya sabes qué...

–No–mi amiga negó.

Y en ese momento, noté que él me estaba mirando. Inmediatamente evité verlo de nuevo y la profesora llegó con unos minutos de retraso, presentando al chico como su practicante de la universidad. Alejandro.

No le di importancia, mi amiga intentó hacer lo mismo y casi medio grupo más estuvo absurdamente atento a lo que decía y hacía ese chico. En la salida me apresuré a llevarla conmigo antes que hiciera alguna estupidez, como pedirle su número. 

–Hoy viene mamá por mí, deberíamos ir juntas a comer–invitó Betty.

Asentí ante su propuesta, necesitaba despejar un poco mi mente y estar menos presionada por la escuela. 

Estaba pensando en llamar a casa cuando vi a Dua, con su nuevo grupo de amigos,  en el estacionamiento de los profesores. Odiaba que aún no hablara conmigo porque lo hacía ver tan fácil, como si no le importara.

Seguí su mirada.

De la salida de la cancha de futbol, noté que salió el practicante de la profesora, Alejandro. Atravesó el estacionamiento y mientras se dirigía hacia el lado contrario donde Dua y sus amigos se encontraban, ella le dijo algo y él se detuvo un poco, vi que Dua le arrojara algo, unas llaves, y él las atrapara, haciéndole una señal con la mano. El hombre se dirigió a la motocicleta estacionada y subió a ella para encenderla y comenzar la marcha.

No entendía qué demonios estaba pasando.

Dua lo conocía.

–¿Acaso todos los guapos son algo de Dua Lipa?

De inmediato la miré.

–Sólo digo–continuó.

–No sé que está pasando pero debo averiguarlo.

–Habla a la rubia que me dijiste. La otra chica de Dua.

–No es su otra chica.

–Como sea, habla con ella y pregúntale.

–No será tan fácil que me diga lo que quiero, o necesito saber.

–Has un intercambio.

–¿Un intercambio?¿Qué podría ofrecerle a ella para que me diga algo, que al parecer es complicado de saber?

–¿Besos?¿sexo?

–Estás loca, no voy a hacer eso...–ya se me ocurrirá algo, pensé.

try me › dua lipaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora