Le Va A Tocar Pedírmelo Doctora

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Capítulo 27.


Armando la miró sin comprender. Sabía que ella había dicho algo, una frase, pero no podía creer que fuera lo que él había escuchado. No, ella no confiaba en él… Ella no quería saber nada de él… No era posible que hubiera dicho ”que lo quería a él…” Su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Simplemente era eso… Había escuchado lo que quería oír, no lo que ella había dicho… Lentamente, como si le costara hablar, le dijo:
Armando: Tengo… tengo que preparar la maleta…
Betty se quedó completamente paralizada ante esa respuesta que no esperaba. A ella le había costado mucho dar ese paso y parecía que a él no le importaba para nada. ¿O acaso estaba tan dolido que no quería escucharla? Pensar en que otra vez lo había perdido le resultaba insoportable. A pesar de lo que le había dicho, inevitablemente se había vuelto a ilusionar. Lo vivido los últimos días había sido algo maravilloso. ¿Acaso todo lo que él le dijo no era cierto? ¿O es que ella con su desconfianza lo había estropeado todo?
Empezó a sudar frío y sintió una fuerte opresión en el pecho. Segundos más tarde la habitación empezó a darle vueltas y tuvo que sujetarse a un mueble para no caerse. Armando, que no había dejado de mirarla con expresión desolada, se dio cuenta de que algo le pasaba. Verla a ella con problemas le hizo reaccionar y casi de un salto se levantó del sillón rápidamente, se acercó a ella y la sujetó por la espalda.
Armando: ¿Qué le pasa, Beatriz? – le dijo mirándola con ternura.
Su amor por ella, su preocupación por su bienestar, se impuso a la actitud derrotista que mostrara segundos antes. Ahora lo único que le importaba era que ella estuviera bien. Todo lo demás había pasado a un segundo plano.
Betty: No lo sé, doctor… Me he mareado…
Armando: ¿Le ha sentado mal la cena…? ¿Quizás el vino…? Siéntese acá… a ver si se le pasa…
Armando la acompañó hasta el sillón donde había estado sentado él mismo hacía tan sólo unos segundos y la ayudó a acomodarse bien. Luego se sentó en el brazo del sillón, le rodeó la espalda y con la mano que le quedaba libre le sujetó la barbilla con suavidad y buscó su mirada.
Armando: ¿Está mejor ahora, Betty?
Sus ojos la miraban de un modo que Betty se volvió a marear, pero esta vez embargada por una emoción diferente. Ahora no la miraba un hombre derrotado, cansado de sus desplantes, de su desconfianza… no, para nada. De repente ese hombre se había convertido en una persona cuya única preocupación era ella… su salud, su bienestar… Por un instante Betty creyó ciegamente en él, en su amor, en su devoción y se dijo que por nada del mundo iba a perder la oportunidad de ser feliz al lado de ese hombre… Aún a riesgo de volver a decepcionarse… de volver a sufrir…
”Le vas a dar una oportunidad, Betty… a como dé lugar… y te la vas a dar a ti misma…”
Animada por esos pensamientos, le sonrió. Para Armando, que estaba muy preocupado por ella en ese momento, su sonrisa fue como un bálsamo que cayera sobre una herida, y él también le sonrió con ternura.
Armando: ¿Qué te pasó, Betty?
Betty: No… no lo sé… Estaba muy… muy… -parecía no hallar la palabra adecuada- muy… preocupada… -dijo por fin.
”Ella estaba preocupada… ¿Acaso se preocupa por usted…? ¿Será cierto lo que oyó, Mendoza…?” El corazón de Armando parecía que se iba a salir del pecho de tan fuerte que latía. Aunque él mismo no sabía muy bien cómo interpretar lo que estaba pasando, lo que sí sabía era que ella había ido a buscarlo a la habitación y eso por sí solo ya era algo positivo. Cerró los ojos con fuerza y respiró profundamente en un intento de controlar sus emociones que parecían completamente desbocadas. Lo peor del caso es que no sabía si predominaba el miedo o la exaltación…
Armando: ¿Qué te preocupa, Beatriz? –se oyó a sí mismo preguntarle y le pareció que era otra persona la que había hablado.
Betty: No quiero que se vaya así… -dijo ella en un arranque de valor.
Armando la miró interrogante. Seguía sin saber muy bien cuáles eran sus intenciones. Quizás lo único que ella pretendía era que se separaran en buenos términos, y nada más… Sintió que se incrementaban de nuevo los latidos de su corazón, pero ahora sí que identificó la emoción que lo embargaba: estaba aterrorizado. Ahora ella le diría que podían ser amigos, que no tenía por qué haber rencores entre ellos… Sin poder contenerse, contestó, más que a ella, a sus propios temores con dureza:
Armando: ¡ESO NI LO SUEÑE, BEATRIZ!
Betty no se esperaba esa reacción tan desmesurada. En ese instante creyó haberlo perdido para siempre y el dolor fue tan fuerte que sin poder contenerse estalló en sollozos.
Armando se quedó estupefacto. No sabía por qué Betty se había echado a llorar y tampoco sabía qué hacer ni qué decir para consolarla. Cuando se dio cuenta de que ella pretendía levantarse con la clara intención de abandonar la habitación, la sujetó con fuerza y se lo impidió.
Betty consiguió levantarse del sillón pero no pudo dar ni un paso más. Él la retuvo situándose delante de ella y bloqueándole el paso, al tiempo que la rodeaba con sus brazos. Sorprendentemente Betty no luchó por salir de allí. Todo lo contrario. Sus sollozos aumentaron aún más y se dejó caer contra el pecho de él.
Armando, enternecido ante el gesto de abandono de ella, le acarició el pelo con una mano y con la otra siguió rodeándola por la cintura.
Armando: ¡Shhhhh! ¡Está bien, Betty! ¡No llore más…! ¿Sí? No puedo soportar verla sufrir así… Haremos lo que usted quiera… pero no llore…
Tanta condescendencia hizo reaccionar a Betty airadamente. Se separó bruscamente de él, sorbió por la nariz y mirándolo con los ojos llorosos, le dijo enfadada:
Betty: ¡No tiene que decirme eso! No vamos a hacer lo que yo quiera… Acabaremos haciendo lo que usted quiera… como siempre… siempre consigue lo que quiere…
Armando, que no salía de su asombro ante las reacciones tan inesperadas de Betty, intentó volver a acercarse a ella y sujetarla por un brazo, pero ni modo que lo consiguiera. La muchacha, con una expresión muy digna, se separó de él, le dio la espalda y empezó a andar en dirección a la puerta.
Betty: Será mejor que me vaya a mi apartamento…
Armando se acercó a ella en dos zancadas y la sujetó por los hombros.
Armando: ¡Ni lo sueñe! Usted no se va de acá hasta que no aclaremos todo esto…
Betty: ¿Qué quiere aclarar, ah? Vengo yo acá intentando que no se vaya… intentando un acercamiento, y ¿cómo me responde? ¿ah? Gruñendo… gritando…
Armando no podía creer lo que estaba escuchando. Ella le estaba diciendo que había entrado en la habitación para impedir que se fuera… buscando un acercamiento… No, no podía ser… Debía de haber escuchado mal… ¿O no…? ¿Acaso fue cierto lo que creyó que era producto de su imaginación…? ¿Ella había dicho que lo quería a él…? Y cuando había dicho que no quería que se fuera así ¿se refería a… a…? ¡No, no eso no era posible! ¿O sí…?
A punto de enloquecer y con el corazón latiéndole desenfrenadamente, le dio la vuelta y se encaró con ella.
Armando: Betty, ¿usted vino acá esta noche porque no quería que yo me fuera a Bogotá?
Betty: -Bajando la mirada y en un hilo de voz- Sí…
Armando respiró hondo. Tenía que calmarse o le iba a dar un ataque. Eran demasiadas emociones, todas ellas muy intensas, vividas en un breve espacio de tiempo. Tragó saliva y volvió a preguntarle:
Armando: ¿Y eso por qué, Beatriz?
Betty: -De carrerilla- Porque no quiero que se vaya enfadado conmigo… yo… ya sabe que… que… siento por usted…
Esas palabras habían sonado a música celestial a los oídos de Armando. Su corazón se había hinchado de gozo, pero de repente se desinfló al darse cuenta de que nada había cambiado respecto a lo que ya sabía… Ella nunca había negado que lo amaba… el problema era que no confiaba en él…
Armando: Betty, eso ya lo sé… pero usted no quiere confiar en mí… no quiere que tengamos una relación seria… Yo no puedo soportar esa actitud suya… Por eso me voy… y… reconozco mi derrota… -acabó diciendo con tristeza.
De nuevo era el Armando desolado y afligido el que hablaba y a Betty le tocó el corazón.
Betty: Vea, doctor… Lo siento… quise decir Ar-Armando… -sonrió suavemente al disculparse- yo creo que podríamos… que podríamos…
En vista de que él no la ayudaba nada, y se limitaba a mirarla fija e inexpresivamente, Betty se detuvo. Le costaba mucho verbalizar sus sentimientos. No solía hacerlo muy a menudo y cuando lo había hecho siempre había acabado desengañada y dolida por una cruel traición. No obstante se armó de valor y continuó:
Betty: …podríamos… inten-intentarlo…
Armando no entendía qué le quería decir ella, o mejor dicho, no podía creer lo que estaba entendiendo. ¿Acaso ella le estaba proponiendo que tuviesen una relación? Con mucho temor de que la respuesta de ella no fuese la que él esperaba, le preguntó:
Armando: Betty, ¿usted quiere decir que acepta ser mi esposa…?
Betty: ¡NO…! -se apresura a contestar enérgicamente, y ante la mirada decepcionada de él, aclara- No hay por qué correr tanto…
Armando: ¿Qué- qué quiere decir, Beatriz…?
Betty: Que… me parece precipitado hablar de… de… matrimonio…
Armando frunce el ceño y la mira entre molesto y esperanzado. No sabe si ella está jugando con él, con sus sentimientos, o por el contrario está intentando decirle que sí quiere tener una relación con él, pero paso a paso.
Armando: No… no la entiendo, Betty… No quiere que hablemos de matrimonio… ¿entonces qué es lo que quiere?
Betty se da cuenta de que está temblando. Le cuesta decirle abiertamente lo que pretende: que inicien una relación sin pensar demasiado en el futuro… que de momento no quiere compromisos de vida en común eternamente… por ahora podrían ser sólo… novios…
Sin apenas percatarse, ha sonreído al pensar en ser la novia de don Armando. La otra vez, que tuvieron una relación, él estaba prometido a doña Marcela, e inevitablemente eso la convertía a ella en la “otra”, la “ilegal”, la que tenía que esconder… la amante… Para Betty, educada en los más estrictos convencionalismos, esa situación había sido muy difícil y más de una vez quiso cortar su relación por los remordimientos de conciencia que tenía… Sólo su amor por él pudo superar esas barreras, unido a que él siempre le aseguró que no amaba a su prometida y que estaba buscando la ocasión propicia para romper el compromiso…
Si ahora decidían iniciar una relación sería muy diferente. Él era un hombre libre de todo compromiso sentimental y ella sería su novia… la única… la oficial… La sonrisa de su rostro se amplió y llegó hasta sus ojos que brillaron ilusionados.
”¿Pero cómo le vas a pedir a don Armando que sea tu novio, Betty? Ya sé que hoy en día no tiene importancia… que una mujer puede pedirle a un hombre que sea su novio… Pero tú eres más tradicional… Jamás habías pensado que podrías hallarte en una situación así…”
Armando por su parte estaba muy nervioso esperando la respuesta de ella. La observa en silencio y la ve primero sumamente nerviosa, tanto que sus manos tiemblan perceptiblemente. Luego parece que se vaya relajando poco a poco y hasta sonríe. Una sonrisa tibia, pero que le da a él ciertas esperanzas. Cuando la sonrisa de Betty se amplía y brillan sus ojos, Armando como si fuese su imagen en un espejo también sonríe y sus ojos se llenan de luz. Pero vuelve a angustiarse cuando ve que ella frunce el ceño y pone una expresión de preocupación.
Armando: ¿Qué le pasa, Betty? ¿Por qué no me dice lo que está pensando?
Betty: Es que no sé cómo decírselo… -responde sincera aunque en un hilo de voz.
Armando: ¿Decirme qué, Beatriz?
Betty: No sé cómo pedirle que sea mi… mi novio, doctor
Betty sigue con la cara escondida en el pecho de él y protegida por los brazos de Armando que le rodean la cintura y la mantienen muy pegadita a su cuerpo. Él está feliz escuchando todas las explicaciones de ella, sobre todo porque sabe que esta vez lo va a aceptar, al menos como novio. Pero está decidido a aguardar que sea ella quien se lo pida, aunque lo cierto es que no quiere “esperar” está loco por escuchar esa petición de sus labios, así que la apremia.
Armando: Doctora, creo que me quería pedir algo… ¿se decide ya?
Betty: -Restregando la cara contra el pecho de él- Es que me da vergüenza… Armando…
Armando cierra los ojos y suspira dichoso. Ella le ha llamado por su nombre y está en sus brazos ruborizada porque no se atreve a pedirle que sea su novio, pero sabe que quiere hacerlo y también sabe que él va a aceptar enseguida. De todos modos quiere que sea ella quien se lo pida, así que le insiste sonriente:
Armando: Pues vea que por más vergüenza que le dé, le va a tocar pedírmelo, doctora…
Betty: ¿No me va a colaborar? –pidió ella esperanzada
Armando: -Cada vez más divertido y feliz- ¡No! Para nada… Esta vez le toca a usted, doctora…
Betty, sin levantar la cabeza, hace una mueca con los labios y en un susurro casi ininteligible le pregunta:
Betty: ¿Aceptaría ser mi novio, doctor?
Él toma la barbilla de ella entre sus manos, le levanta la cara obligándolo a mirarlo, y dedicándole una sonrisa con hoyuelos le dice juguetón:
Armando: No la he escuchado bien, Beatriz… Va a tener que decirlo más alto y más claro…
Ahora es Betty la que cierra los ojos y respira hondo buscando fuerzas para vencer su timidez. Parece que la consigue porque cuando los abre busca la mirada de él y vuelve a formular la pregunta con voz firme:
Betty: ¿Aceptaría ser mi novio, doctor?
Armando no cabe en sí de gozo. La mira con una ternura infinita y acerca su boca a la de ella con la clara intención de besarla, pero antes de hacerlo le dice con la voz ronca:
Armando: Por supuesto que sí doctora, quiero ser su novio… aunque si le soy sincero quiero ser algo más que su novio… pero de momento me conformo… me conformo con eso…
Y sellaron el compromiso con un apasionado beso en la boca. Esa noche volvieron a hacer el amor. Esta vez con la esperanza por ambas partes de que ese noviazgo que han iniciado sea el principio de una relación para toda la vida. Ese es el deseo de los dos. Eso es lo que anhelan con todo su corazón, pero de momento se conforman con lo que tienen, con lo que están viviendo, que por ahora es más que suficiente para calmar su necesidad de estar siempre juntos.
Volvían a estar separados. A pesar de que se hicieron novios, Betty no quiso ni oír hablar de regresar a Bogotá. No quería trabajar de nuevo en una empresa donde tenía tantas personas que la despreciaban y se burlaban de ella: doña Marcela, Patricia Fernández y don Hugo encabezaban la lista, pero no olvidaba tampoco a Mario Calderón que había sido el instigador de todo el plan de seducción que ella aún no había podido olvidar del todo, ni por supuesto a don Daniel Valencia, el más feroz enemigo de Armando y de ella por extensión.
No hubo modo que Armando la convenciera. Y no fue por no intentarlo, pero Betty se caracterizaba por su tozudez y terquedad y en algo que era tan importante no pensaba ceder.
Por otra parte a ella no le hacía ninguna gracia tener que separarse de Armando, pero eso era algo inevitable si se negaba a regresar a Bogotá, porque él no podía estar ausente indefinidamente de la empresa ahora que ya estaba totalmente recuperado de su enfermedad.
Lo cierto es que a poco de llegar a Palm Beach ya se sentía perfectamente. Quizás lo único que necesitaba era verla y tenerla cerca. No se arrepentía para nada de haber decidido viajar a la Florida. El resultado no podía ser más positivo: él y Betty se habían reconciliado y aunque estaba convencido de que ella aún tenía dudas del amor que él le profesaba, éste había sido un primer paso importantísimo. Ya se encargaría él de convencerla con hechos y con palabras de que sus sentimientos eran sinceros y sus intenciones las mejores: pasar con ella el resto de su vida.
Volvieron a instaurar la costumbre de los e-mails y las llamadas telefónicas. Armando protestaba de vez en cuando por tener que mantener una relación a distancia, pero ella siempre le respondía que no podía ser de otro modo. Él viajaba a Palm Beach cada dos semanas y pasaba el fin de semana con ella, pero a ambos se les hacía corto el tiempo que pasaban juntos y además cada vez que tenían que volver a separarse, les resultaba más difícil a los dos.
De momento sólo los empleados de Ecomoda Palm Beach conocían la relación que había entre ellos. Nadie en Bogotá, exceptuando al propio Armando lógicamente, lo sabía. Betty así lo había querido y él a regañadientes respetaba sus deseos.
Esa mañana acababan de intercambiar un e-mail y ella no esperaba su llamada, así que se sorprendió cuando su secretaria le dijo por teléfono:
Secretaria: Doctora, tiene una llamada del doctor Mendoza por la línea 1.
Betty: ¿El doctor Mendoza? –preguntó sorprendida.
Pero sin esperar respuesta se apresuró a recibir la llamada.
Betty: ¡Hola Armando! No esperaba tu llamada… ¿Recibiste mi mensaje?
Armando: Sí, mi amor. Lo recibí… Es que no podía esperar para decírtelo… Ha pasado algo maravilloso…
Betty: ¿Qué cosa?
Armando: Me han llegado las invitaciones para el Reinado de Belleza en Cartagena. Nos invitan a pasar cinco días en esa ciudad con todos los gastos pagados…
Betty: -Sin mucho entusiasmo- ¿Vas a ir tú?
Armando: ¡NOOO! ¡VAMOS A IR LOS DOS! Ya le he dicho a Sofía que haga las reservas de los vuelos… La estancia corre a cargo de la organización del evento… ¡Betty vamos a pasar unos días juntos en Cartagena! ¿No te provoca, mi vida?


Continuará….




Creado por:Cata✨



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Hola soy yo de nuevo (Karely) solo para avisar que ya por fin estoy en mi casa, y también para agradecerles el que se hallan preocupado por mi, por sus buenos deseos etc. Muchas gracias de verdad lxs quiero un chingoo son lo máximo, y bueno espero y hayan disfrutado el capítulo.
Psdta. Se viene lo chidooo ☺️👌🏼

Otra cosa ¿ustedes se hubieran imaginado que Betty sería la que tendría que pedir Armando ser su novio?

Las cartas sobre la mesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora