¿Estas Enamorado De Otra?

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Capítulo 4.


Armando cumplió su promesa y esa misma noche rompió su compromiso con Marcela. Hubo llanto, gritos, reclamos, advertencias y hasta amenazas por parte de la mayor de los Valencia, pero todo fue inútil: el doctor Mendoza no estaba dispuesto a mantener ni un día más ese compromiso y fue inflexible.

Armando: Marcela, lo siento… A mí me duele hacerte daño, pero no podemos seguir así… Nuestro matrimonio sería un fracaso… Yo… yo no te amo…

Marcela: ¿Estás enamorado de otra?

Armando dudó un instante antes de responder. No quería complicar más las cosas, de por sí bastante complicadas, pero tampoco quería mentirle a Marcela y aún más importante, no quería negar en ningún momento su amor por Beatriz. Así que se armó de valor y acabó diciéndole:

Armando: Sí, Marcela. Estoy enamorado de otra…

Marcela: ¡VES COMO YO TENÍA RAZÓN! ¡ESTO NO PODÍA TENER OTRA EXPLICACIÓN! ¿Y QUIÉN ES LA ZORRA? ¿TU AMANTE? ¿ESA POR LA QUE NO QUIERES HACER EL AMOR CONMIGO? ¿TE VAS A CASAR CON ELLA?

Armando: No, Marcela…No me voy a casar con ella ¡Qué más quisiera yo! Pero ella… no cree en la sinceridad de mis sentimientos… Yo… también le he hecho mucho daño…

Marcela: -A punto de un ataque de histeria- ¡PERO DIME QUIÉN ES! ¡TENGO DERECHO A SABER POR QUIÉN ME ABANDONAS! ¿ES MEJOR QUE YO? ¿ES MÁS HERMOSA…?

Armando: Lo siento, Marcela, pero de momento prefiero no decírtelo… No quisiera que tomaras represalias contra esa persona… Ella no tiene la culpa de que yo me haya enamorado… Es alguien muy noble y buena…

Marcela: ¿Quieres decir que yo la conozco? ¿Acaso trabaja en esta empresa? ¿No será esa modelo que contrató Hugo para que sea la imagen de Ecomoda en la próxima colección…?

Armando: -Negando con rotundidad- Para nada, Marcela… no es esa señorita… No lo adivinarías ni en mil años… pero es mejor que dejemos eso… No quiero hacerte más daño…

Marcela: ¿Qué NO QUIERES HACERME MÁS DAÑO? ¿ES QUE ACASO TE PARECE QUE ME HAS HECHO POCO? ¡ESTOY TIRANDO A LA BORDA CUATRO AÑOS DE MI VIDA, ARMANDO! ¡CUATRO AÑOS QUE NADA NI NADIE ME VA A DEVOLVER…!

Armando: -Intentando calmarla- Marcela… en esos cuatro años hubo también buenos momentos… Debes… debemos aferrarnos a ellos… recordarlos… no todo en nuestra relación fueron reclamos y gritos…

Marcela: ¡DIME UNO! ¡MENCIÓNAME UNO DE ESOS BUENOS MOMENTOS! Porque hasta donde yo recuerdo nos hemos pasado estos cuatro años discutiendo a causa de tus infidelidades y tus devaneos con cuanta falda se te ponía por delante…

Armando: ¿Y no crees que esa es una razón más que suficiente para romper nuestro compromiso? ¿Acaso quieres pasarte toda la vida discutiendo conmigo…?

Marcela se ha quedado lívida. Ella estaba convencida de que si se casaban Armando cambiaría, pero él le estaba diciendo poco más o menos que todo hubiese seguido igual.

Marcela: ¿Quieres decir que hubieses continuado igual después de nuestro matrimonio?

Armando: Marcela, no te hagas más daño a ti misma… Yo no te amo… Te tengo cariño… Prácticamente nos hemos criado juntos… No te deseo ningún mal… pero eso no es amor… Ahora lo sé… porque tengo ese sentimiento en mi corazón…

Marcela: ¡Por una mujer que no te quiere…! Armando –casi suplica- olvídate de ella… Casémonos… Yo te haré feliz… Aún podemos ser felices…

Armando: Marcela, no nos engañemos… Todo seguiría igual entre nosotros… Tú con tu desconfianza y yo con mi deslealtad… Si te hubiese amado no habría habido fuerza humana que me apartase de tu lado… Sólo habría querido estar contigo… -bajando la voz y casi en un susurro- como quiero estar con ella… como anhelo estar con ella…

Marcela: -Apretando una mano contra la otra nerviosa a más no poder- No puedo aceptarlo, Armando… No puedo… Al menos dime quién es esa persona tan especial que te ha embrujado de ese modo…

Armando: No insistas, Marcela… Ya te enterarás… Si ella me perdona algún día, te enterarás… porque será mi esposa… la madre de mis hijos… Si es capaz de perdonarme… Si es capaz…

Armando ha cerrado los ojos con fuerza y dos gruesas lágrimas caen por sus mejillas. Marcela se debate entre la rabia que siente porque su prometido no sólo le ha terminado sino que además le ha confesado que está locamente enamorado de otra mujer, y la curiosidad por saber quién es esa mujer que ha sido capaz de enamorarlo de ese modo, cuando ella que lo ha intentado con todas sus fuerzas ha fracasado estrepitosamente.

Marcela: -Con un hilo de voz- ¿Qué te dio, Armando? ¿Por qué te enamoraste de ella y no de mí…?

Armando: -Contestando a la primera pregunta- Me dio amor… me dio lealtad… me dio confianza absoluta… me dio abnegación… fue capaz de sacrificarse hasta límites insospechados por tal de que yo estuviese bien… y sin pedir nada a cambio… de un modo totalmente desinteresado… Pero sobre todo y ante todo me amó… con mis defectos, con mis cambios de humor, a pesar de que yo no le correspondía del mismo modo… ¿Y sabes qué le di yo a cambio?

Marcela está tan perpleja que no es capaz de pronunciar palabra. Armando ha hablado con una calidez, con una dulzura de “esa” mujer que a pesar de lo mucho que la detesta, sin conocerla, no puede evitar sentir envidia de ella. No puede imaginar siquiera quién es ese dechado de virtudes que tiene obnubilado a su prometido. ”Pero es tan estúpida que no quiere perdonarlo… ¡Es bien cierto aquello de que Dios le da barbas al que no tiene quijada… ¡ ¡Cuánto daría yo porque Armando aceptara casarse conmigo…! ¡Y esa presuntuosa que lo tiene rendido a sus pies lo desprecia…!” La voz de Armando contestándose el mismo su propia pregunta, la hizo salir de sus pensamientos.

Armando: Le di engaño, traición, promesas falsas… de un modo tan cruel, que ahora ella no puede perdonarme… Ni yo mismo puedo perdonarme…

Cuando se quiso dar cuenta, Armando estaba llorando. Eso sí que impresionó a Marcela. Ella conocía al Armando Mendoza conquistador, mujeriego, despreocupado y hasta un poco cínico… pero no conocía a ese hombre que tenía delante, capaz de llorar por una mujer que lo rechazaba.

Marcela: -Con un tono desdeñoso- Esa mujer es una estúpida… De eso no tengo ninguna duda… Pudiendo estar contigo te rechaza… ¿Quieres mayor signo de estupidez?

Armando: -Reponiéndose un poco no puede evitar salir en defensa de su Betty- No es estúpida, Marcela. Ella es una mujer muy inteligente… Sólo que tiene dignidad… Y yo le he hecho mucho daño…

Marcela: Si no fuera porque eso es imposible, creería que te has enamorado de tu asistonta…

Armando se sobresalta. ¿Tan evidente es que él ama a Betty? Reflexiona que cualquiera se habría dado cuenta que él estaba hablando de Beatriz. Sólo ella encajaba en ese perfil de persona abnegada que le ha prestado todo su apoyo incondicional. De no ser por los prejuicios sobre los estereotipos de belleza, Marcela la habría señalado con el dedo, sin dudarlo ni un instante, como la persona a la que su novio amaba. Pero es inconcebible para ella, y para la gran mayoría de los que lo conocen, que un hombre como Armando Mendoza se enamore de una persona tan poco agraciada… Antes de que él pueda responderle, ella misma se contesta.

Marcela: Pero eso es del todo imposible, tú jamás te fijarías en un esperpento así…

Armando prefiere no responder a eso, y no sólo porque no quiere por ningún motivo que Marcela se entere de que es Betty el objeto de su amor. También lo hace por la propia Marcela. Conociéndola, sabe que para la doctora Valencia podría resultar muy duro verse desplazada por una mujer como Beatriz Pinzón…

Armando: Marcela, no te voy a decir quién es ella, por más que insistas. Eso… forma parte de mi intimidad… Yo… te pido disculpas por el daño que te hice… que te estoy haciendo en estos momentos… pero algún día me lo agradecerás…

Esa conversación aún duró una hora más. Marcela se resistía a romper con él. Incluso le habló de dejarlo un tiempo pero no definitivamente… Armando se negó en redondo.

Armando: No, Marcela… Esto se acabó…

Fue entonces cuando ella recurrió a la amenaza velada.

Marcela: Entonces no esperes que te dé mi voto en la junta de accionistas…

Armando: Haz lo que creas conveniente… Si prefieres darle el voto a tu hermano y hundir Ecomoda, tendré que aceptarlo, pero no pienso volver a ceder al chantaje… nunca más…


Un calor húmedo y bochornoso la recibió en el aeropuerto de Miami. El vuelo desde Bogotá había sido muy bueno. Aunque era la primera vez en su vida que subía a un avión, el tiempo se le había hecho muy corto. Armando le había reservado billete en primera clase y había sido atendida con esmero por la tripulación. Hasta había probado el champán. A pesar de que sabía que el trago le afectaba, no pudo resistir la tentación de aceptar esa copa con el líquido dorado y burbujeante que le ofreció con una sonrisa la azafata.

Por indicación de Armando, en el aeropuerto la estaba esperando el responsable del punto de venta de Palm Beach. El señor Luis Granados era un hombre alto de unos 45 años y sonrisa afable que enseguida simpatizó con Betty.

La estaba esperando en la salida de pasajeros con un enorme letrero que ponía ”Doctora Pinzón”. Ella casi no se reconoció por ese nombre. Nunca nadie la llamaba así.

Si el Sr. Granados se sorprendió ante su aspecto no lo demostró en ningún momento. Él se limitaba a cumplir órdenes del presidente de la empresa para la que trabajaba que le había indicado que atendiera a la doctora Pinzón como si fuese él mismo y que estuviese pendiente de ella en todo momento.

Como era domingo, el señor Granados había traído consigo a su tesoro más preciado: su hija Natalia. Él había nacido en Colombia donde se había enamorado de una bogotana. Recién casados consiguió ese empleo en el punto de venta de Ecomoda, primero como dependiente, pero poco a poco había ido ascendiendo y en este momento era el máximo responsable. Su hija había nacido en los Estados Unidos. Seis meses atrás su esposa había fallecido de una cruel enfermedad, dejándolo completamente desolado. Gracias a su hija se había repuesto un poco, pero aún se notaban los estragos del sufrimiento pasado.

Después de presentarse a sí mismo, el señor Granados le presentó a su hija. A Betty le agradaron tanto el padre como la hija. Si la niña, era toda vitalidad y energía, su padre era una persona educada y amable pero con ojos tristes.

Natalia, con la sinceridad propia de los niños, le preguntó a Betty sorprendida.

Natalia: ¿Por qué llevas esa ropa tan calurosa? ¡Te vas a asar!

Betty: -Sonriéndole a la niña- Porque en Bogotá no hace tanto calor…

Luis: Doctora, me parece que va a tener que pasar por el punto de venta de Ecomoda para comprarse ropa más apropiada a este clima…

Betty: -Con timidez- ¿Usted cree?

Luis: Por supuesto, pero no se preocupe, si quiere esta misma tarde la acompaño… Ya sabe que acá en América las tiendas están abiertas también los domingos…

Betty enseguida simpatizó con esa familia tan agradable que a pesar de haberse sorprendido por su aspecto, la trataba con cordialidad y respeto, incluso exagerado.

Betty: Por favor, llámeme Betty…

Natalia: ¿Te llamas Betty? ¡Qué lindo! ¡I love this name! Mi mejor amiga se llama así… ¿Verdad papá?

Luis: Natalia, no agobies a la doctora… -acordándose de lo que había dicho ella antes y dedicándole una amplia sonrisa- perdón, a Betty… Vea, Betty, el doctor Mendoza me encargó que la atendiera y que estuviera pendiente de todas sus necesidades. También me dijo que le buscara alojamiento… Verá… vivimos en una casa muy grande y hace un tiempo hicimos obras de modo que parte de ella la convertimos en una vivienda independiente… Pensando en ganar algún dinero extra para cuando Natalia vaya a la universidad, usted sabe… No es muy grande… y quizás no sea de su agrado… A don Armando le gustó la idea de que usted viviera en nuestra casa… Bueno no es exactamente lo mismo, pero estaremos muy cerca por si necesita cualquier cosa… Pero si a usted no le agrada o quiere que le busque un apartamento más amplio, me lo dice y mañana mismo me pongo en ello…

Betty de momento no le contestó. Hizo una mueca de disgusto con la boca, pero no porque no quisiera vivir cerca de esa familia tan encantadora, al contrario, la idea le gustaba mucho. Llegar a un país extraño donde no conocía a nadie, en cierto modo le atemorizaba, así que sentirse acogida por los Granados le daba una gran tranquilidad. El motivo de su disgusto era que se daba cuenta de que don Armando le seguía controlando la vida a distancia. Luis Granados interpretó el silencio y el gesto de Betty como que no le agradaba la idea, y enseguida se disculpó:

Luis: Vea, doctora, nada más lejos de mi intención que querer imponerle vivir en nuestra casa… Si lo prefiere esta noche le puedo reservar habitación en un hotel y mañana le busco otro apartamento…

Betty se apresura a disculparse. Ese hombre no tiene la culpa de sus “problemas” con don Armando y además a ella en el fondo le gusta la idea de vivir cerca de ellos.

Betty: ¡Para nada, señor Granados! Estoy segura que me sentiré muy a gusto en su casa… Perdone si le he dado otra impresión…

Luis: -Sonriente- Me alegro, doctora… perdón, Betty… Pero vea, llámeme Luis… o Luisín como me llaman mis amigos y mi familia…

Betty: Don Luis…

Luis: ¡Sin el “don”, doctora! ¡Sin el don!

Betty: Oj oj oj oj… Luis… Luisín… Está bien…


Durante todo el camino Natalia no paró de charlotear ante la sonrisa complaciente de su padre que a todas luces se veía que la adoraba. La niña le fue explicando los lugares por donde iban pasando.

Natalia: Estamos muy cerca del mar, hay una carretera desde donde se ve, pero papá va por la autovía para poder llegar antes… A la derecha está Fort Lauderdale que es una ciudad grande, aunque no tanto como Miami… Je je je je… Allí viven los abuelos de mi amiga Betty… A veces he ido con ella y sus papás a su casa… Dice mi papá que es la Venecia de América… por los canales, ¿sabes?… Yo voy a ir algún día a Venecia… Cuando sea mayor… Ahora no podemos porque mi papá tiene mucho trabajo… El próximo pueblo es Boca Ratón… ¿A qué es un nombre muy gracioso? Cuando era pequeña yo creía que se llamaba así por el ratón Mickey… ¿Tú conoces Disney World? Yo fui cuando era muy pequeña… sólo tenía cinco años… Tenemos muchas fotos pero yo no me acuerdo… Dice papá que en las próximas vacaciones vamos a volver… Orlando está muy cerca…

Luis: -Con un tono de voz condescendiente- Natalia, calla un poco y deja descansar a Betty… La vas a agotar con tanta charla…

Natalia: Pero papá…

Betty: Oj oj oj oj… No se preocupe, Luis… No me molesta para nada…

La niña sonrió satisfecha al ver que Betty se ponía de su parte y continuó charlando.

Natalia: Podrías venir con nosotros a Disney World… Verás cómo nos divertimos… Mi amiga Betty dice que lo que más le gustó fue el castillo de la Bella Durmiente… pero yo creo que a mí lo que más me va a gustar es el laberinto de Alicia en el país de las maravillas. ¿Te gusta Alicia? ¡Es mi personaje favorito! ¡Ella y el conejo… el que siempre está mirando el reloj! Papá me regaló la película el día de mi cumpleaños… Ya tengo ocho años ¿sabes?…

Hasta que llegaron a la casa Betty agradeció a la niña su charla incesante que le impidió pensar en su situación actual. Pero cuando por fin se quedó sola en el pequeño apartamento adosado a la casa de los Granados, no pudo evitar que dos lágrimas rodaran por sus mejillas.

Se hallaba sola, en un país extraño, lejos de su familia, acababa de pasar un fuerte desengaño amoroso, pero seguía locamente enamorada de su jefe: un hombre que la había utilizado con fines puramente financieros, pero que inexplicablemente seguía ocupándose de ella en la distancia: Además del detalle del vuelo en primera clase, había procurado que alguien la fuese a esperar al aeropuerto para que no se encontrara sola a su llegada y también había dado instrucciones de que la atendieran y le buscaran alojamiento.

Por un momento pensó en rechazar la oferta del señor Granados de instalarse en su apartamento, pero varios motivos le hicieron desistir de esa idea. En primer lugar la pereza. En un país desconocido ponerse a buscar alojamiento más bien le resultaba agobiante. Por otra parte pensó que si los Granados querían alquilar el apartamento anexo a su vivienda para ahorrar de caras a poder pagar los estudios universitarios de su hija, no sería ella quien rechazara la oferta. No tenía ni idea de la situación de la vivienda de alquiler en la zona, y quizás no les resultaría tan fácil encontrar otro inquilino, por lo que le pareció que les hacía un desaire si decidía irse a vivir a otro lugar. Finalmente, y éste era el motivo principal de no rechazar la oferta, viviendo cerca de esa familia no echaría tanto de menos Bogotá y a su propia familia. Además, el apartamento le gustaba. Era pequeño, sólo disponía de un dormitorio, un baño y otra estancia que hacía las funciones de salón-cocina-comedor, pero para ella sola era más que suficiente.

La casa estaba situada en un barrio residencial donde había muchas casas parecidas a la de los Granados: de planta baja, de amplias dimensiones sin ser exageradas y rodeadas de jardines. En definitiva, un barrio de personas acomodadas aunque no millonarias.

No se atrevió a preguntar por la mamá de Natalia. Ni el padre ni la hija hablaron de ella, y ella supuso que o bien estaban separados o bien él era viudo. Inevitablemente se enteraría más adelante, pero de momento no quería parecer excesivamente curiosa.

Media hora más tarde padre e hija pasaron a recogerla para ir a almorzar. La llevaron a la ciudad de West Palm Beach donde estaba ubicado el punto de venta de Ecomoda. Pero antes pararon a almorzar en una coqueta pizzería donde al parecer padre e hija eran clientes habituales porque los saludaron y les condujeron a una mesa que tenían reservada. Estaban esperando que les trajeran el almuerzo cuando sonó el celular de Luis.

Luis: ¿Aló? ¿Doctor Mendoza? Sí… ya llegó… puntualmente… Estamos en West Palm Beach. Vamos a almorzar algo y luego iremos a visitar el punto de venta… Sí… ella está bien… Sí, no se preocupe… se ha instalado en el apartamento anexo a mi casa… Si a usted le parece bien… Si ella está conforme puede quedarse indefinidamente… Descuide que ya le buscaremos un carro y un celular… Sí, sí, todo a cargo de la empresa… Está acá a mi lado… ¿Quiere hablar con ella…? Sí, por supuesto…

Luis Granados mira a Betty que, muy seria, no se ha perdido ni un solo detalle de la conversación.

Luis: Betty, tengo al doctor Mendoza al teléfono que quiere hablar con usted.

A Betty le da un vuelco el corazón. ¿No es que quedaron que él no iba a llamarla? Disimulando su nerviosismo toma el teléfono que le ofrece Luis y se lo coloca al oído.

Betty: ¿Aló? ¿Doctor?

Armando: Hola, Betty, ¿cómo está? ¿Tuvo un buen viaje?

Betty: -Más bien seca- Doctor, ¿no es que quedamos…?

Aunque Betty no acaba la frase, él sabe a qué se refiere y le contesta.

Armando: Yo sé, Betty… pero tenía que asegurarme de que hubiese llegado bien… Además no la he llamado a usted…

Betty: -Haciendo una mueca con la boca- ¡Pero es lo mismo!

Armando: Técnicamente no, doctora… Vea, si necesita algo se lo dice a Luis Granados. Él es un empleado de confianza de la empresa… Yo le encargué que la fuese a esperar al aeropuerto y que la orientase para que se pudiera instalar y la pusiese al día con las novedades de la empresa.

Betty: No era necesario…

Armando: -Preocupado- ¿No la atendieron bien? ¿No está a gusto en el apartamento que le ha buscado?

Betty: No se trata de eso… El doctor Granados y su hija han sido muy amables… -resistiéndose a hablar con claridad delante de Luis y de su hija- Usted ya sabe a qué me refiero…

Betty no pudo evitar recordar la despedida. Ella se opuso rotundamente a que él fuese al aeropuerto. Quería evitar la preguntadera de su papá. Además, si no lo veía, le resultaría más fácil. Él le había dicho, sin entrar en detalles, que le había terminado a Marcela, y parecía que era cierto, porque la gerente de puntos de venta se movía como alma en pena por la empresa con los ojos irritados y una expresión que Betty no supo si era de rabia o de dolor.

El día antes de volar a Miami había tenido lugar la junta directiva. Contra todo pronóstico todo se desarrolló con normalidad. Claro que hubo un hecho que marcó diferencias: Daniel Valencia no pudo asistir porque estaba aquejado de una inoportuna (para él) y muy oportuna (para ellos) gripe. Los papás de Armando se disgustaron mucho cuando se enteraron por boca de Marcela que ellos habían roto su compromiso, pero eso pertenecía a su vida privada y Armando les rogó que evitaran tratar de temas personales durante la junta.

Sin la presencia de Daniel Valencia, con el balance maquillado que presentó Betty y la habilidad con que lo hizo, todos quedaron encantados con la gestión de Armando a quien le fue renovada la confianza de la junta. Marcela no se atrevió a votar en contra de la gestión de Armando. Visiblemente afectada, se limitó a abstenerse en la votación y a abandonar la junta en cuanto su presencia dejó de ser necesaria.

Cuando finalizó la junta, Armando lo primero que hizo fue dirigirse al “hueco” para agradecerle a Betty su ayuda. La muchacha lo miró muy seria y se limitó a mover la cabeza por toda respuesta. Armando la quiso abrazar, pero no se atrevió ante la frialdad de su mirada. Cuando le sugirió que iría al día siguiente al aeropuerto para despedirla, ella se negó rotundamente. Fue en el momento en que Betty se disponía a abandonar la empresa para siempre, cuando él se acercó a ella presuroso y sin pedir permiso la pegó contra su pecho y le dijo con pesar:

Armando: Esta empresa no va a ser lo mismo sin usted, Beatriz… La voy a echar mucho de menos… En lo personal y en lo laboral… Yo… la necesito, Betty… la necesito en mi vida y en mi empresa… ¿No quiere reconsiderar su marcha…? –Mirándola con una tristeza que a Betty le encogió el alma- Por favor…

Betty: -tragando saliva y a punto de echarse a llorar- Doctor, esa decisión ya está tomada… Con… con permiso… tengo que ir a preparar el equipaje que el avión sale mañana temprano…

Armando: Yo la llevo al aeropuerto, Beatriz…

Betty: No tiene que preocuparse por eso, doctor. Nicolás me va a llevar antes de devolverle el carro…

Armando: -Sin poder evitar la punzada de celos- ¿Por qué él y no yo, Betty? ¿Él es el hombre que usted ama?

Betty prefirió no contestar a eso. De hecho decidió no decir nada más porque estaba a punto de echarse a llorar y lo que menos quería en ese momento era mostrar ante él su debilidad. Con un gesto enérgico, se desprendió de su abrazo y sin mirarlo se dirigió a la puerta de presidencia.

Antes de que ella saliera, él le dijo con voz ronca por la emoción:

Armando: Hasta pronto, Beatriz… Hasta pronto, mi amor…


Después del almuerzo, se dirigieron a pie hasta las instalaciones de Ecomoda.

Betty no podía imaginar que ese punto de venta fuese tan grande y tan lujoso. Sabía lo que habían costado las instalaciones, pero lo atribuyó a que estaba situado en una zona sumamente cara. Además de los productos de la empresa, se vendían complementos de moda y ropa interior de prestigiosas firmas con las que Ecomoda había llegado a un acuerdo beneficioso para ambos.

El lujo y el glamour de las instalaciones, contrastaba con el vestido anticuado y caluroso de Betty. En cambio Natalia y su padre llevaban puestas unas cómodas bermudas, camisetas de manga corta y calzado de lona.

Los empleados de la tienda se sorprendieron cuando su jefe les presentó a esa muchacha, vestida de forma tan poco habitual y con un peinado tan poco favorecedor, como la nueva gerente. Aunque nadie se atrevió a decir nada, todos pensaron que era la antítesis de la imagen glamourosa de Ecomoda y de su anterior representante, la doctora Marcela Valencia. Pero a pesar de su estética poco afortunada, enseguida prefirieron a esta “jefa”, mucho más amable y comprensiva que la anterior, que no hacía más que criticarlo todo y pedir explicaciones con acritud.

Esa noche, en la soledad de su habitación, Betty descarga con lágrimas la tensión de todo el día. Acaba de empezar una nueva vida para ella. Lejos de las personas a las que ama. Ha tenido mucha suerte de tener a Luis y a su hija Natalia para que le ayuden a iniciar el recorrido por el camino que tiene por delante. Lo que tiene muy claro es que su principal objetivo es olvidarse de Armando Mendoza… Tiene que conseguir que lo que él le hizo deje de afectarle emocionalmente… Sabe que será difícil, pero va a poner toda su voluntad para conseguirlo…

Aún con lágrimas en los ojos, consigue quedarse dormida bien entrada la madrugada.










Creado por: Cata

Las cartas sobre la mesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora