Creo Que He Llegado al Cielo

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Capítulo 25.


Betty se quedó esa noche en la habitación que ocupaba Armando en casa de Luis, y Armando se dedicó a mimarla y a seducirla tiernamente. Sin darle tregua para pensar, pero de un modo tan dulce que nada tuvo que ver con lo sucedido en el parque de atracciones. Allá habían hecho el amor con necesidad imperiosa, excitados al máximo y con urgencia. Esa noche en cambio volvieron a hacer el amor pero sin ninguna prisa, deleitándose en cada caricia, en cada beso, en cada gesto…
Armando la fue desnudando lentamente sin descanso, pero sin precipitarse, y ella se dejó hacer. Disfrutó cada instante de esa noche, aunque permitió que fuese él quien llevara las riendas y su actitud fue menos activa. En ningún momento rechazó o rehuyó sus caricias y sus besos, e incluso los devolvió cuando tuvo la ocasión, pero dejó que él tomara la iniciativa e hiciera los avances siguiendo su propio ritmo.
Él estaba cautivado con esa Betty que parecía cera moldeable en sus manos y se esmeró en hacerla gozar con sus besos y sus caricias. Durante un buen rato se concentró en darle placer de mil maneras posibles. Con las caricias de sus manos a lo largo de todo el cuerpo de ella, con su boca insaciable que recorrió todos los poros de su piel, con su lengua juguetona y dulce que parecía saber qué parte de ella humedecer para excitarla, para complacerla…
Cada centímetro de la piel de Betty que quedaba al descubierto era atendido por Armando con dedicación y esmero. La primera prenda de ropa que abandonó su cuerpo fue el “top”. Él recreó su vista en el torso de ella únicamente cubierto por un moderno sujetador color cereza que nada tenía que ver con la ropa interior pasada de moda que ella llevaba puesta en Bogotá cuando hicieron el amor en casa de Mario. Era mucho más moderno. Más juvenil.
Betty tenía los ojos cerrados. De ese modo podía esconder mejor su rubor. Él aprovechó esta circunstancia para contemplarla a su antojo, mientras sus manos prodigaban suaves y provocativas caricias en sus hombros, en su espalda, en su cintura, en sus pechos…

Armando: ¡Me gusta tu sujetador!
Esas palabras aumentaron el rubor de Betty, que ocultó su cara en el pecho de él y se pegó a su cuerpo como queriendo esconderse.
Ese gesto de ella, a él lo fascinó. Con precipitación se separó un instante para deshacerse de su propia camisa y volvió a pegarse a ella. El contacto íntimo de sus torsos desnudos y calientes fue tan placentero que los dos gimieron al unísono.
Armando la tenía abrazada totalmente y sus manos hábiles acariciaban la espalda de ella con una suavidad y una lentitud que tenían hechizada a Betty. Ella se limitaba a abarcarlo con sus brazos por la cintura y a mantener la cara apoyada en su pecho presionando su torso contra él para intensificar el delicioso contacto entre sus pieles.

Armando: Beatriz, creo que he llegado al cielo…
A pesar de que por su vida habían pasado muchas mujeres, más de las que podía recordar, Armando jamás había tenido una experiencia así. Nunca se había sentido tan unido a una mujer. Tan feliz entre sus brazos. Si bien era cierto que la deseaba intensamente y que quería continuar haciéndole el amor hasta hundirse profundamente en ella y dar rienda suelta a toda su pasión, no tenía ninguna prisa porque eso sucediera. Estaba disfrutando plenamente cada momento que vivía a su lado… cada acercamiento, cada caricia, cada beso…
Sus manos se detuvieron un instante para posarse en la cintura de Betty y atraerla hacia su cuerpo. Ahora no eran sólo los torsos los que estaban unidos, era toda la extensión de sus dos cuerpos que parecían uno solo de tan pegados que se hallaban.
Fue inevitable que ella notara la gran erección de él que presionaba con fuerza sobre su vientre. Una corriente electrizante recorrió el cuerpo de Betty al anticipar los placeres que estaban por venir. Nunca había sido tan consciente de esa parte del cuerpo de él y sentirla, si bien aumentaba su rubor, también espoleaba su deseo.
Si hubiese tenido más experiencia o menos inhibiciones, en ese instante se habría refregado contra su cuerpo, porque eso era lo que deseaba, lo que su piel le pedía a gritos. Pero no se atrevió. Se mantuvo inmóvil dejando que fuese él quien tomara las iniciativas y simplemente dejándose llevar.
Fue Armando quien inició un movimiento suave pero muy turbador con su pelvis que provocó de nuevo gemidos ahogados en ambos y segundos después volvía a hablarle al oído con voz muy ronca y susurrante:
Armando: Betty… mira cómo me tienes, mi amor… Me vuelves completamente loco… ¿Lo sientes…?

Las cartas sobre la mesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora