El Reinado De Cartagena..

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Capítulo 28.

Estaban los dos en Cartagena. Habían reservado habitaciones separadas porque Betty no quería hacer pública de momento su relación, pero de hecho Armando prácticamente se había instalado en la habitación de ella. Incluso había llevado allí una parte de su equipaje, de modo que sólo iba a la suya en contadas ocasiones
Betty estaba feliz. Era la primera vez que compartían habitación en un hotel. En Disney habían estado juntos en aquella suite pero no estuvieron solos: los niños estaban con ellos restándoles intimidad. Además en aquel entonces no eran novios, aunque eso no impidió que hicieran el amor apasionadamente en aquella cabina aérea.
A Armando le encantaba despertarse por las mañanas y encontrarla bien pegadita a él. Disfrutaba llenando de besos su cuerpo hasta conseguir que ella también se despertara, lo cual no era nada fácil, sobre todo si la noche anterior habían estado hasta altas horas de la madrugada “jugando” en la cama. Él parecía que nunca se saciaba de ella y a Betty le ocurría algo parecido. Hacían falta muy pocos besos y caricias para que estuviese completamente excitada y deseosa de él, y a Armando le encantaba provocarla y tenerla completamente entregada y apasionada entre sus brazos..
Estaban viviendo una especie de luna de miel anticipada y los dos estaban muy felices. No obstante no eran unas vacaciones en toda regla. Debían asistir a múltiples eventos del Reinado de Belleza a los que estaban invitados y en los que saludaban a los representantes de importantes firmas comerciales con las que tenían negocios al tiempo que hacían nuevos contactos que podrían ser muy beneficiosos para Ecomoda en el futuro.
Betty no tenía ropa apropiada para asistir a los eventos de gala, y Armando disfrutó muchísimo llevándola a boutiques de alta costura y asesorándola con los modelos que más le favorecían. Se quedó embelesado cuando la vio enfundada en un modelito diseñado por Hugo Lombardi para la última colección de Ecomoda que, a pesar de ser un poco provocativo, le quedaba como un guante. Betty no se habría atrevido a comprárselo si no hubiese estado él a su lado animándola y diciéndole lo bella que estaba.
Para Betty también eso era una novedad. Jamás en toda su vida había ido de tiendas con un hombre, pero descubrió en Armando a un asesor de imagen maravilloso y eficiente que esperaba con paciencia a que ella se probara los modelos y los complementos y le daba una opinión experta.
Otra cosa que preocupaba a Betty era el precio de los artículos que estaba comprando. Ella jamás se había gastado tanto dinero en un solo vestido, pero Armando le indicó que esos modelos eran imprescindibles para asistir a los eventos del reinado en representación de Ecomoda y que como tales se incluirían en la cuenta de gastos de la empresa, como hacía Marcela.
Betty se sorprendió al escuchar que Marcela Valencia incluía en la cuenta de gastos de la empresa prácticamente todo su vestuario. Ahora entendía por qué la cuenta de gastos de representación de la gerente de puntos de venta era tan voluminosa. A pesar de que ella había sido durante algún tiempo la responsable de las finanzas de Ecomoda, nunca se atrevió a pedirle a la doctora Valencia los justificantes de sus gastos. No obstante, lo consideraba una exageración y haciendo honor a su manera de ser habitual protestó:
Betty: Armando, ella es accionista de la empresa… una de las principales propietarias… la gerente de puntos de venta… puede permitírselo… pero yo…
Armando: Tú también eres gerente de la empresa y la novia del presidente… -sonrió marcando hoyuelos al decir esto último- Además, si no tuvieras que representar a la empresa en estos eventos no necesitarías para nada esos modelos, así que no es justo que lo tengas que pagar de tu sueldo…
Betty: Pero… -intentó protestar de nuevo
Armando: ¡Shhhh! Relájate y pruébate esos zapatos que tienen que quedar divinos con ese modelito de Hugo…
Betty: -Escandalizada- Pero Armando, yo nunca me he subido en unos tacones tan altos… No sabré caminar con ellos… ¡Ohhhhh! –exclamó de repente señalando una etiqueta que colgaba de uno de ellos- ¿Éste es el precio de un par o de toda la tienda?
Armando: -Sonriente- Creo que de un par, pero no te preocupes que nos harán un descuento…
Betty: -Completamente azorada- Armando… con ese dinero podría comprar zapatos para toda mi familia durante cinco o diez años…
Armando: -Divertido- Doctora, no proteste tanto y pruébeselos…
Betty: ¡Yo no sé caminar con esos tacones! –insistió tercamente.
Armando: Mejor, así no podrá despegarse de mí…
Y sin importarle las miradas de curiosidad de los otros clientes y de las dependientas de la boutique, la besó apasionadamente acallando todas sus protestas.
Esa noche debían acudir a una cena de gala, así que después de regresar de las tiendas equipados con todo lo necesario para que Betty pudiese vestirse a la altura del acontecimiento, Armando la dejó en el salón de belleza donde le hicieron un peinado recogido muy juvenil y favorecedor y la maquillaron bastante más de lo que ella acostumbraba a hacer.
El resultado fue que esa noche una Betty espectacular se colgaba del brazo de Armando Mendoza al entrar en el local donde se celebraba el evento.
Armando siempre que hacía acto de presencia en un evento llamaba la atención entre la población femenina. Él también estaba muy elegante con su esmoquin negro y su sonrisa radiante. De hecho estaba feliz y relajado como hacía tiempo no lo estaba. Tenía a Betty a su lado, su relación iba viento en popa y estaban pasando unos días juntos y solos en un entorno maravilloso. ¿Qué más podría desear?
Se sintió orgulloso cuando se dio cuenta de que las miradas masculinas se detenían en su novia, pero al mismo tiempo se percató de que estaba celoso. Con un gesto posesivo la enlazó por la cintura y la atrajo hacia así mirándola con ternura. Estaba enviando un claro mensaje a los presentes: ”No tenéis ninguna oportunidad. Ella es mi novia y me ama a mí.”
Nada más llegar se acercó a saludarles Catalina Ángel con la que ya habían coincidido en otros eventos. Betty miró a Armando significativamente y se separó de él. No quería que de momento nadie supiera de su relación. Armando con una mueca de disgusto, la soltó.
La relacionista pública en un primer momento no la reconoció, pero al darse cuenta de que era ella, le dijo sonriente:
Cata: ¡Betty, está espectacular! ¡Ese diseño le sienta de maravilla! Me alegro de verla tan bella…
Betty: -Halagada pero ruborosa- Gracias, doña Catalina. Es un diseño de don Hugo…
Cata: Ya me lo parecía… pues le sienta muy bien… ¿Sabe que no me podía imaginar que tuviese un cuerpo tan bello? Se cuidó muy bien de ocultarlo…
Armando: -Sonriente- Yo me he preguntado lo mismo…
Catalina Ángel los miró con curiosidad. Entre ellos parecía haber algo más que la relación de trabajo, pero no quiso ser indiscreta y no preguntó nada. En ese momento se acercó un joven alto, delgado y rubio que la saludó efusivamente.
Michel: Cata, mon amour, ¿cómo estás?
Cata: -Dándole un par de besos en la mejilla- ¡Michel! Ya me había extrañado no verte en el Reinado. ¿Dónde te habías metido?
Michel: Tuve que ir a París a resolver unos asuntos, pero regresé en cuanto pude… no quería perderme el reinado…
Cata: Michel, te presento a Armando Mendoza, presidente de la empresa de modas Ecomoda y a Beatriz Pinzón, gerente de la misma empresa. Él es Michel Doinell, empresario de moda francés afincado en Cartagena.
Michel: -Estrechando la mano de Armando- Mucho gusto, señor Mendoza. –Dándole a Betty dos besos en la mejilla- Enchanté, mademoiselle Pinzón… Lleva un diseño precioso…
Betty: -sonrojada- Muchas gracias… Es… es del diseñador de Ecomoda Hugo Lombardi…
Michel: ¡He oído hablar de él! Pero no hay mejor publicidad para un diseñador que una bella dama haga lucir sus modelos… Y éste parece hecho para usted…
Armando frunció el ceño ante los cumplidos que el francés estaba dirigiendo a Betty y, molesto, procedió a disculparse para alejarse de ese individuo.
Armando: Nos va a perdonar, señor Doinell, pero tenemos que saludar a unos empresarios… Con permiso…
Y ante la sorpresa de los presentes, incluida Betty, la tomó del brazo y se alejó de ellos, llevándose a la muchacha casi a rastras.
Betty: Armando, ¿qué pasó? ¿A quién tenemos que saludar?
Armando: A nadie en particular, mi amor, -haciendo una mueca con los labios y frunciendo el ceño- pero no podía soportar a ese baboso… Te estaba comiendo con la mirada, Betty…
Betty se quedó perpleja. Nunca lo había visto tan celoso… Bueno, si exceptuaba la vez que se había puesto celoso de Nicolás… Claro que en aquel entonces no se podía creer que él la celara e interpretó esos celos como “financieros” por el miedo de que ella, influenciada por otro hombre, se robara la empresa.
Lo que estaba sintiendo ante los celos de él era algo desconocido. Una mezcla de extrañeza, satisfacción y fastidio. Le extrañaba sobre manera sentirse celada por Armando. Nunca, ni en sus mejores sueños, había imaginado que eso pudiese suceder. Que un hombre la celara ya era una novedad para ella. Que ese hombre fuese alguien tan apuesto y tan seguro de sí mismo como su novio, la dejaba completamente perpleja. Al mismo tiempo no podía evitar sentirse feliz por eso. Desde su punto de vista que él se celara de otros hombres indicaba que la quería sólo para él y eso era algo que le encantaba. Que ella recordara jamás Armando había sentido celos de que otro hombre durante su relación con Marcela. Al menos no lo demostró. Finalmente, a una parte de ella le había molestado que él fuese tan posesivo y sobre todo que la hubiese apartado del amigo de doña Catalina de un modo tan brusco.
Casualidades de la vida, para fastidio de Armando, a Betty le tocó sentarse en la cena al lado de Michel, con quien mantuvo una conversación muy variada. Enseguida el empresario se dio cuenta de que se hallaba junto a una mujer sumamente inteligente y conocedora de la industria de la moda, así que pasaron una buena parte de la velada hablando de temas financieros. Betty estaba en su terreno y se sentía muy cómoda en esa conversación, por lo que no le molestó que de vez en cuando el francés le dijera alguna frase galante referente a su aspecto físico.
Michel: Usted es increíble, Betty –le dijo mientras degustaban el exquisito postre- a simple vista nos muestra una imagen de mujer bella y despreocupada y al hablar con usted nos sorprende con su inteligencia y su gran experiencia en finanzas… Jamás pensé hallar una combinación así en una mujer: belleza y negocios… ¡Me tiene impresionado!
Betty: -Un poco ruborizada ante tanto halago- Oj, oj, oj, oj, señor Doinell… Usted exagera, sobre todo en lo de la belleza. Oj, oj, oj, oj…
Michel: Para nada, Beatriz… Y llámeme Michel… Espero que a partir de ahora seamos buenos amigos…
Le había tomado una mano entre las suyas y se la llevó a la boca en un gesto galante y un poco pasado de moda, pero que le hizo gracia a Betty.
Betty: ¡Cómo no! Si usted es amigo de doña Catalina, cuente con mi amistad… ¿Hace mucho que la conoce?
Michel: Pues… sí… bastante tiempo… Nos conocimos en Francia… En París donde yo vivía… de hecho fue por ella que decidí instalarme en Cartagena…
Aunque no lo dijo explícitamente, parecía que había habido algo más que amistad o negocios entre ellos, pero Betty muy discretamente no se atrevió a preguntarle.
Michel: -Cambiando de tema- ¿Vendrá mañana a la fiesta en la playa?
Betty: ¿Una fiesta en la playa? ¡Nunca he estado en una! –A Betty le brillaban los ojos.
Michel: -Inclinándose galantemente hacia ella y sonriéndole- Pues eso hay que arreglarlo… Mañana a las ocho la paso a recoger por su hotel…
Betty: No sé si Armando querrá ir… -dijo dirigiendo su mirada casi por instinto hacia donde estaba él.

Michel también desvió la mirada hacia Armando que se hallaba al otro lado de la mesa y que no les quitaba ojo de encima.
Michel: ¿Su jefe? –preguntó un poco escéptico como si quisiera indicar que entre ellos parecía haber algo más- Que venga también si quiere… Parece que él está muy… interesado en usted…
Betty: -Enrojeciendo- ¿Usted cree?
Michel: Ja, ja, ja, ja… ¡Es usted encantadora! ¿De verdad no se ha dado cuenta? Su jefe casi me fulmina con la mirada cada vez que me acerco un poco a usted… Seguro que no la va a dejar ir sola a la fiesta de mañana… Pero no deje de venir, aunque sea con “carabina”… ¡Verá qué divertido! La pasaremos a recoger en una VAN donde ya se inicia la fiesta con música, baile y trago…
Betty: Oj, oj, oj, oj… Lo del trago lo llevo muy mal… Me hace mucho efecto cualquier cosa que tome… y lo del baile… oj, oj, oj, oj… Parece que tenga dos pies izquierdos…
Michel: ¡Eso lo vamos a arreglar mañana! Verá cómo yo la enseño a bailar los vallenatos y las cumbias… Sólo hay que dejarse llevar…
Betty: Si usted lo dice…
Armando había pasado la peor noche de toda su vida. No sólo tuvo que sentarse separado de Betty, al otro lado de una gran mesa redonda de modo que era imposible hablar con ella, sino que además tuvo que soportar que ese estúpido francés coqueteara descaradamente con su novia. De buena gana se habría levantado, habría ido a buscarla y se habrían marchado de ese lugar. Pero no quería organizar un escándalo, eso no les convenía ni a ellos ni a la empresa, así que tuvo que hacer de tripas corazón, poner “buena cara” y conversar con sus compañeras de mesa. A su derecha tenía a la esposa del presidente de Tejicolor, uno de los principales proveedores de Ecomoda a quien no podía hacer un desaire, y a su izquierda a una coqueta empresaria venezolana del mundo de la moda llamada Alejandra Zing, que al parecer podría convertirse en una futura clienta de la empresa, si lograba convencerla, porque estaba muy interesada en adquirir una franquicia de Ecomoda.
Así que a Armando no le quedó de otra que atender a las dos mujeres aunque sin perder ni un segundo de vista lo que estaba ocurriendo al otro lado de la mesa.
Alejandra: Señor Mendoza, eso de las franquicias nos puede interesar… Tengo que consultarlo con mi padre que es el presidente de la empresa, pero yo tengo mucha influencia con él… se deja guiar por mi criterio, así que si usted es capaz de convencerme a mí, prácticamente tiene el negocio cerrado…
A Armando no le pasó desapercibido el tono coqueto que había utilizado la señorita Zing, pero ante todo era un empresario, así que empezó a explicarle con detalles todo lo referente a la adquisición de una franquicia.
Armando: Si adquieren una franquicia de Ecomoda tendrán garantizado el suministro de mercancías, no sólo de las prendas de ropa que fabricamos, sino de diferentes complementos como cinturones, bolsos y zapatos, de firmas de primera línea que tienen contratos con nuestra empresa y nos suministran sus productos con un generoso descuento, lo cual les daría un margen de beneficio muy amplio…
Armando se sumerge en una conversación sobre el tema, explicándole con lujo de detalles la múltiples ventajas de las franquicias, pero la venezolana parecía más interesada en él que en lo que le está diciendo, porque para su sorpresa, después de dedicar varios minutos a explicarle todas los detalles, cuando le preguntó si había alguna cosa que quisiera aclarar, la respuesta de ella lo dejó petrificado:
Alejandra: ¿Está usted casado, señor Mendoza?
Armando tardó unos segundos en reaccionar ante la inesperada pregunta.
Armando: Pues… vea… no… no estoy casado…
Alejandra: -Con una sonrisa coqueta- ¿Tampoco está prometido? ¿No tiene novia?
Armando estuvo a punto de contestar afirmativamente a esa pregunta. Era la verdad. Pero cuando ya se lo iba a decir, recordó que Betty le había dicho que por nada en el mundo quería que hiciera pública su relación y él sabía que las noticias corrían como la pólvora, así que prefirió no arriesgarse a tener problemas con su novia y lo negó.
Se dio cuenta de su error cuando vio que a partir de ese momento, la señorita Zing, intensificó su coqueteo y sin ningún pudor, empezó a inclinarse seductoramente hacia él y a hablarle en un tono sugerente. Armando estaba sumamente molesto. A la incomodidad de ver a Betty sentada junto a un hombre joven y apuesto que a todas luces estaba coqueteando con ella, ahora se sumaban los asedios de la empresaria venezolana.
Suspiró y pensó en cómo se habría comportado él ante esa situación hace tan sólo unos meses, antes de enamorarse de Betty. Sin ninguna duda se hubiese sentido sumamente halagado ante los avances de Alejandra y esa noche la muchacha habría acabado en su habitación del hotel, o él en la de ella, que para el caso era lo mismo. Había pasado por una situación así en múltiples ocasiones y estaba acostumbrado a que las mujeres hermosas se le ofrecieran en bandeja, y por supuesto a aceptar lo que ellas le brindaban.
Hoy en cambio hubiese dado cualquier cosa por no tener a esa mujer al lado de él intentando seducirlo. En primer lugar no le provocaba para nada tener una aventura con la señorita Zing. Lo único que deseaba era que esa velada acabara de una vez, poder regresar a la habitación del hotel con Betty y hacer el amor con ella apasionadamente. Además no quería que su novia pensara que él estaba interesado en otra mujer que no fuese ella. Sabía que el punto débil de su relación con Betty era que ella aún no confiaba ciegamente en él. Había ganado terreno en ese sentido a lo largo de su reciente noviazgo, pero aún quedaba mucho camino por andar y no deseaba que nada pudiera interponerse entre ellos, mucho menos una mujer que, si bien era muy hermosa, a él no le interesaba para nada.
Otro motivo por el cual deseaba que esa velada acabase de una vez, era que mientras él estaba allí intentando frenar los avances bastante atrevidos de Alejandra, su novia estaba sentada al lado de un francés muy galante que no le quitaba la vista de encima y que a su vez también coqueteaba con ella. Y lo peor era que a Betty no parecía disgustarle demasiado esa situación.
Cuando empezó a sonar la música bailable, Armado se disculpó con Alejandra y con la esposa del presidente de Tejicolor, se levantó de la mesa y, decidido, se fue a rescatar a Betty de las “garras” de Michel.

Armando: Beatriz, le prometí que la enseñaría a bailar vallenato… y aquí vengo dispuesto a cumplir mi promesa.
Casi le pone las manos al cuello al francés e intenta estrangularlo, cuando él le dice con atrevimiento:
Michel: Si quiere le puedo ayudar con eso, señor Mendoza… Precisamente le estaba diciendo a Betty que no se puede ir de Cartagena sin aprender a bailar la cumbia y el vallenato, y me había ofrecido a enseñarle… No es que pretenda dudar de sus habilidades pero ya sabe que acá en la costa dicen que los bogotanos no bailan muy bien…
Armando está que se lo llevan todos los demonios. Lo que le faltaba era que ese estúpido quisiera enseñarle a bailar a Betty cuestionando su capacidad para hacerlo. Intentando no perder los buenos modales, rechazó de plano su ofrecimiento.
Armando: Vea, señor Doinell, a pesar de no ser costeño, le aseguro que estoy perfectamente capacitado para enseñar a Betty a bailar el vallenato y la cumbia, así que no se preocupe por eso… -añadió con fina ironía-
Michel: -Con cara de fastidio- Como quiera, señor Mendoza… De todos modos creo que Betty debería comparar su “método” con el mío y decidir cuál de los dos prefiere…
A pesar de estar hablando del baile, el reto pareció de mayor alcance. Pero Armando no estaba dispuesto a ceder, así que forzando una sonrisa le dijo:
Armando: Eso será en otro momento… Ahora Beatriz va a bailar conmigo. ¿Cierto, Betty?
Betty, que no se podía creer que los dos hombres estuviesen discutiendo por bailar con ella, estaba como en una nube. Aún estaban en su memoria las innumerables fiestas en las que había pasado toda la noche sin moverse de su asiento porque nadie la invitaba a bailar. Incluso en sus propias fiestas de cumpleaños, bailaba sólo con Nicolás y con su papá.
Que uno de esos hombres fuese Armando Mendoza, el hombre del que estaba locamente enamorada y que además era su novio, era ya el colmo de la felicidad.
Cuando lo vio a él coqueteando con la mujer que estaba sentada a su lado en la cena, no pudo evitar recordar lo que le hacía a doña Marcela cuando estaban prometidos: en cuanto había una mujer bonita que fuese presa fácil a la vista intentaba librarse de ella para pasarlo rico con una nueva conquista. Y sintió miedo. Miedo de que él le hiciese a ella lo mismo. Eso no podría soportarlo. A pesar de que aparentemente estaba concentrada en la conversación con Michel, de reojo no perdía detalle de lo que estaba pasando al otro lado de la mesa y no dejaba de hacerse preguntas que la atormentaban. ¿Cómo debía reaccionar si Armando la dejaba plantada por otra mujer? ¿Qué iba a hacer si él le daba una excusa para ausentarse de su habitación y se iba a pasar la noche con otra? A pesar de que la respuesta en ambos casos era la misma: romper la relación definitivamente, no podía evitar que pensar en ello la angustiase.
Pero en cambio él, en cuanto había acabado la cena, había dejado plantada a aquella belleza y había venido a buscarla para bailar y en ese instante estaba mirando con cara de malas pulgas a Michel sólo porque el francés quería también bailar con ella.
Decidida, se levantó del asiento, le sonrió amablemente al francés y girándose hacia Armando le dijo con voz firme y sonrisa seductora:
Betty: Cierto, Armando. Bailaré contigo. Con permiso, Michel.

El francés frunció el ceño ante su derrota, pero sin perder los modales le dijo galantemente:
Michel: Como quiera, Betty, pero recuerde que mañana pasaré a recogerla en su hotel a las ocho… Y esta vez con ropa informal y calzado cómodo…

CONTINUARAAAAA.





CREADO POR:CATA ✨


Las cartas sobre la mesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora