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Hyunjin tomó la caja con cuidado, mientras que el chico a su lado la tiró al suelo, sorprendiendo al repartidor.

—Jisung...—susurró avergonzado, la mirada del hombre era oscura.

—¿Qué? Pesa como los mil demonios—no había caso con él.

—Yo las llevo, tú quédate a bajarlas—el de grandes mofletes asintió de acuerdo, ambos sabían que no era capaz de cargar todas las cajas a la cafetería. Y para mayor seguridad, Hyunjin prefería hacerlo solo.

El azabache las entró una por una a la tienda, deteniéndose en la última cansado. Con suerte había dormido un par de horas, su padre había llegado hace unos días y le había obligado a pasar una noche en familia. Hyunjin no creía que el concepto de familia se adecuara a ellos, se sentía en más en familia rodeado por sus amigos, que con su mismo padre.

Nada de su padre le recordaba a un hogar.

—¡Chan!—gritó jadeante, el mayor debía estar esperándolo allí, pero no había nadie—¡¿Dónde dejo esto?!—entonces lo vio.

Hyunjin soltó la caja al piso, congelándose en el puesto. El radiante joven de cabellera negra se escondía detrás del australiano, evitando a toda costa sus ojos. Intentó buscarlos desesperado, una mirada y estaría satisfecho, solo una, una pequeña.
Seungmin le ignoró, aún escondido en los grandes hombros de Chan. Su estómago se sacudió alegre, se veía tan bonito y afelpado, sus largas pestañas batiéndose nerviosas.

Le dolió el pecho, si fuese más valiente tomaría el delicado rostro del menor y le exigiría saber qué pasaba con ellos, con lo que tenían, con lo que fingieron tener. Hyunjin pateó la caja a un costado, inexplicablemente alterado. Era doloroso verlo, sabiendo que sus inseguros pensamientos se dirigían una y otra vez a la razón de por qué había tanta distancia entre ellos.

Ambos la habían jodido, hasta el fondo.

—Eh, yo la iré a dejar a la cocina, descansa un poco, debes estar cansado.

—No estoy cansado—Seungmin se volteó, agarrando una de las sillas del mesón. Hyunjin suspiró, hasta su espalda era bonita.

—¡Insisto!—Chan llegó corriendo a su lado, le miró con un sonrisa y luego se giró, caminando hacia Seungmin. El azabache se quedó algo incómodo, la actitud astuta de Chan significaba que iban a quedar solos, y quedar solos no era algo que Hyunjin deseaba en ese momento. Era apto para cometer cualquier estupidez, y aunque por más que quisiera tratarlo como realmente merecía, el resentimiento de hace unos días todavía le amargaba el alma.

Escuchó los murmullos de Chan, quizá alentando al pelinegro a que le hablara. Hyunjin entró en pánico, no estaba mentalmente listo. Por fuera podría verse serio e indiferente, pero por dentro era un caos, un caos que tenía nombre y apellido.

Chan se fue, cerrando la puertas detrás de él. Hyunjin se aclaró la garganta, analizando los torpes movimientos corporales del menor.

—¿No saludas?—sonrió inconsciente al diminuto salto de Seungmin.

—¿A quién? No veo a nadie—paciencia la suya, contenía con fuerza las ganas de aferrarse a la posibilidad. Si tan solo le hablara sinceramente...

Avanzó a la mesa en donde Chan les sirvió agua hace un rato, sentándose. Si seguía parado las piernas le podrían traicionar.

—Si te volteas puede que encuentres a alguien—se mordió la lengua, casi se le escapaba el apodo.

Su cachorrito finalmente lo miró, y el mundo de Hyunjin volvió a tener color.

—Hola—reprimió la mueca.

𝐦𝐨𝐧𝐠 𝐦𝐨𝐧𝐠 𝐬𝐞𝐮𝐧𝐠/ʰʸᵘⁿᵐⁱⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora